Aprendiendo

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El hecho de que Volkov estuviera más desaparecido que de costumbre alarmó al de cresta, a quien le concomía la duda y la ansiedad por la posible negativa del hombre a pesar de los eventos acontecidos días atrás. Estaba claro que el ruso, por mucho que se resistiera, sentía al menos una atracción por el pelirrosa, y él lo supo al verlo en la puerta de su casa para disculparse aquella mañana, en la que además se besaron. Horacio no creía que hubiera sido tan desalmado como para infundirle aquella ilusión y luego dejarlo desamparado. Aquello no iba con el carácter del varón, por mucho que lo hubiera mareado previamente a aquel claro acercamiento. Si lo había besado era porque quiso, y no había más vuelta de hoja. Ahora bien, ¿por qué nuevamente se hacía de rogar de aquella forma tan rastrera? Evidentemente conocía el atípico carácter del ojiazul y su inseguridad, pero no era justo. Ni siquiera se había molestado en leer sus mensajes de los últimos dos días, ni de asegurar que se encontraba bien y que no se preocupara por él. Porque sí, era obvio que Horacio estaba intranquilo al ver que no daba señales de vida y encima no tenía a quién preguntarle sin que sonara sospechoso. No podía ni a Gustabo ni a nadie de la malla, porque prometió no dar indicios de su secreto amorío con el comisario. Así que estaba vendido y con un sentimiento de que había sido profundamente mancillado. Bufó exasperado al seguir sin contestación, aspecto que su hermano notó.

—¿Qué pasa? ¿Mal de amores o qué?— interrogó Gustabo adyacente a él mientras bebía un zumo. Cabe mencionar que se hallaba espatarrado por el sofá, recluyendo al hermano al ínfimo espacio que quedaba al filo del mismo.

—No... Sólo estoy cansado de estar en casa.— contestó ahora enfrentando la televisión. Si mantenía contacto visual con él percibiría su mentira.

—Claro, por eso estás mirando el móvil todo el rato, ¿no?— evidenció acorralando al menor, quien se tensó ante la voraz verdad del hombre. Una de las principales carencias del chico era el arte de disimular y pasar desapercibido, por lo que no fue complicado forzarlo a declarar.

—Estoy hablando con Claudio y los de la mudanza...— explicó visualizando al hermano. Por mucho que le costara inventarse una excusa con aquellos ojos azules penetrándolo debía hacerlo por el bien de ambos. El rubio entrecerró sus párpados y arrugó su nariz, dudando enormemente de la veracidad de las palabras del de ojos marrones.

—Horacio, que nos conocemos, amigo mío. Tú me ocultas algo, ¿sí o no?— soltó sin anestesia. Horacio balbuceó una respuesta negativa y pronto le recordó que debía ayudarlo para teñirse nuevamente su cresta con tonalidad carmesí.— Bueno, te lo compro. Vete al baño que te cambio el pelaco, bebé.— finalmente desistió. El menor suspiró nervioso. Había sido una situación incómoda y tensa, pero supo sobrellevarlo.

—Lo quiero rojito tipo Santa.— dijo mientras el mayor le ayudaba a incorporarse. Le tendió las muletas y comenzaron a adelantarse hacia el baño.

—¿Sos comunista?— preguntó el rubio al mismo tiempo que se carcajeaba por el pasillo.— ¿O sos groso?

—Soy comunista porque mi belleza debería ser para todos, bebé.— contestó siguiendo el jugueteo.— Y groso también.

—¿O sea que te mola comer pinga?— picó el ojiazul adecentando la zona para el tinte, asimismo agarró un taburete plegable que se escondía tras el albornoz y lo colocó frente al espejo. Lo compraron precisamente para faenas como esta –pues teñir al menor era más común de lo que a simple vista asimilaba– y otros quehaceres del hogar.

—A veces.— explicó riendo y asentándose en el asiento improvisado. Luego se aferró a aquella situación de tonteo y confianza, olvidando su caduca preocupación por el comisario. De hecho, se aventuró a hablar sobre el mismo.— Oye, Gustabo.

Intimacy - [Volkacio]Where stories live. Discover now