Entre dos tierras

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Desde que Gustabo le hizo premeditar una respuesta a la atrevida decisión de abandonar la policía, Horacio pasó unos días distante y reflexivo. Conway lo supervisaba constantemente al notarlo tan retraído e insulso, hasta el punto que realizó varios códigos 3 en la compañía de ambos hermanos, en un intento de vigilar concretamente la actitud del rubio respecto al menor. Su misión era clara, el tratar de dilucidar si el rendimiento tan pésimo y paupérrimo del joven germinaba de alguna acción o mala palabra proveniente del ojiazul. De momento no se entrometería en la relación, pero desde luego iba a obstaculizar que el pelirrojo se subyugara sin rechistar ante las querencias del rubio. Trató de entablar una conversación en solitario con el menor, pero Gustabo siempre dificultaba que aquella situación aconteciera excusándose en lo atareados que se encontraban por la exhaustiva búsqueda de un piso acorde a las necesidades de Horacio. Fue ahí cuando Jack supo que algo anómalo estaba ocurriendo con la cordialidad de ambos, pues le fue imposible fijar un encuentro con él. Sin embargo, hizo cábalas sobre que quizá invitarlos a una de las salidas típicas de los superiores podía ser positivo para que el pelirrojo entendiera que podía pasar un buen rato con más gente a parte de su hermano. Además, así se ganaría su confianza para en un futuro cuestionar sobre su estado.

—Que sí, coño. Mañana.— confirmó Conway. Los mejores amigos reposaban en silencio frente a la licorería, mientras que Jack daba la espalda a la misma. Moussa, por su parte, procesaba a los atracadores.

—¿Habrá alcohol? ¿Sí o no?— cuestionó Gustabo, tratando de llegar a un acuerdo mutuo. Horacio simplemente miraba.

—Claro, invito yo.— habló el superintendente.— Vienen también Greco, Torrente y Volkov.— el menor se sobresaltó al escuchar el nombre del de hebras plateadas.

—¿Pero Volkov no tenía rehabilitación?— cuestionó ahora tras la sorpresa. En estos días se mensajeó de vez en cuando con el comisario, quien le relató que requería de cuidados intensivos diarios para el hombro durante dos semanas.

—En teoría, pero es ruso.— explicó simple el superior.— El cabrón no se pierde una salida para beber.— aclaró, provocando una reducida sonrisa en el de ojos pardos.

—Bueno abuelo, si a mí me invitara todas las noches yo tampoco me las perdería. Y mire usted que muy ruso no soy.— dijo el rubio. La actitud nociva respecto al cuerpo la ostentaba porque estaba receloso de que los integrantes de la malla trataran de alejar a su hermano de él; pero más allá de aquello existía una cordialidad que, si bien le era indiferente, le agradaba en cierta manera. Le atraía la idea de juguetear y relacionarse con los policías, pero siempre y cuando fueran ambos o sólo él. Vetaría a Horacio el ir solo a toda costa.

—Pero tú eres un jeta y un agarrado de pelotas.— respondió el castaño con franqueza, cruzándose de brazos en el momento.

—Y un perraco también.— añadió el más alto del dúo, algo más animado.

—Ya salen papi e hijo a burlarse de un pobre buenorro como yo. Menos mal que Dios me ha dado estas nalgas tan perfectas y lo que me digáis me la sopla.— notificó el ojiazul con vanidad. Giró a mirar al menor.— Horacio, me comería un culo ahora mismo. ¿Sabes cuál? El mío.— exteriorizó llevándose una mano a su glúteo.

—Dios santo...— suspiró el superintendente, frotando su puente de la nariz hastiado. Poco después aupó la vista nuevamente.— Entonces, ¿venís mañana?

—Claro, es alcohol gratis.— evidenció Gustabo, como si fuera lo más obvio y traslúcido del mundo.

—Oiga super, ¿le puedo pedir algo?— inició el pelirrojo. Ambos hombres lo observaron curiosos, incitando a que prosiguiera.— ¿Podemos ir en una limusina rosa? Como la del día del concurso.

Intimacy - [Volkacio]Where stories live. Discover now