Demencia

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—Código 3, badulaque.— informó Greco por radio. Viktor rehizo su ruta forzando un volantazo en dirección contraria a la que se dirigía, accionando las comunicaciones con su zurda mientras que con la diestra domaba el volante.

—10-4, me dirijo hacia allí. Precisamos más agentes.— indicó el ojiazul rebasando varios vehículos al mismo tiempo que analizaba el panorama. Halló un par de individuos sospechosos, pero aceleró ignorando los mismos.

—10-4, acudo con Gustabo.— avisó Moussa, cerrando el canal tras proveer la información. Volkov bufó con desagrado.

Tras aquella bizarra situación en la vivienda de Horacio un par de días atrás, el comisario decidió no disimular ni un ápice de su desagrado cada vez que se cruzaba con el mayor. Suficiente se tragaba ya cuando el otro integrante del dúo estaba presente, así que ahora mismo no dudaría en reprender arduamente al rubio si así era necesario. A pesar de que ansiaba degradarlo, no forzaría dicha acción ni emitiría palabra sobre su repulsión hacia él, pues ante todo era profesional y educado, a diferencia de su contrincante. Eso no quitaba, claro está, que un mal humor asediara su tranquilidad al conocer que se "deleitaría" de la compañía del ojiazul a lo largo del operativo. Honestamente no comprendía cómo Horacio consideraba a esa arpía como su hermano, ni cómo no apreciaba lo víbora que era respecto a él. Entendía que únicamente se habían sustentado gracias al otro durante toda su infancia y adultez, pero no podía eludir el juzgar al menor como extremadamente bondadoso e ingenuo.

Suspiró y clavó sus uñas en el cuero del volante. Sus repentinos e ingentes impulsos de sobreproteger a aquel chiquillo poco a poco iban esclareciendo la neblina sobre su consciencia, mostrando una verdad que afloró tras reiterados intentos de sabotear su proceso de autoconocimiento con absurdas negaciones y pobres excusas que alimentaban su malestar mental y sus miedos más profundos. Cometió el graso error de tratar de negar los deseos de su corazón deshaciendo las palabras sinceras entre la saliva de su paladar y omitiendo los desgarradores gritos que sus propios sentimientos expulsaban. Y cómo no iba a haber estado decaído e irritado, si pecó del más fatídico y cruel castigo: engañarse a sí mismo. Paradójicamente él había sido el que más daño se había infundido con sus promesas autodestructivas que juraban redimirse de cualquier cariño y reprimirse de siquiera tocar el cuerpo de aquel chico. Pero tras probar los labios carnosos de Horacio y cerciorarse de que ardían en contacto con los suyos tan fogosamente, todo pavor y preocupación por futuras represalias simplemente se derritió. Su boca era tan sofocante que se volvía exquisitamente placentera y adictiva, lo que ocasionaba que ansiara degustarla más, más y más. Y eso lo asustaba, claro que lo hacía, porque nuevamente una persona orbitaba en sus pensamientos de forma constante y amorosa.

Al menos ahora aceptó lo evidente. Es decir, que le gustaba Horacio. Sin embargo, un temor no era fácil de erradicar, por lo que tendría que avanzar con pasos seguros y evitando flaquear ante sus propios demonios. Y si éstos se volvían persistentes e inevitables se vería obligado a romper con el pelirrojo, por mucho que le lastimara dicha decisión. Era adulto y ya no podía precipitarse al vacío sin la convicción de que algo al final del abismo amortiguaría la caída. Pero no sólo la suya, sino la de Horacio también. Consideró que ya había sido suficiente quebradero de cabeza para el de orbes marrones, así que lo mínimo que le debía era ahorrarle un posible sufrimiento, independientemente de que él mismo fuera dicho dolor. Exhaló nuevamente.

Era increíble que volviera a estar envuelto en una relación tras años de selectiva soltería. Apenas se reconocía, pero a la vez consideraba que estaba estable emocionalmente y que Horacio lo arropaba con un manto de cariño y felicidad, justo lo que anduvo mendigando desde la pérdida de su familia. El recuerdo del pelirrojo endulzó sus latidos y provocó que una escueta sonrisa brotara en sus labios. Aunque sus alarmas internas se dispararon al instante, finalmente se despojaba de parte de la espeluznante carga que su misma frialdad le encasquetó. A pesar de ello, se centró en su totalidad en el panorama al estacionar el coche estratégicamente para un posible tiroteo. Descendió del mismo y anduvo un par de metros hasta reunirse con los otros tres integrantes.

Intimacy - [Volkacio]Where stories live. Discover now