❝El dolor de la lluvia❞

732 129 35
                                    

Al día siguiente, cuando desperté, mi tobillo no dolía tanto y noté al instante que se había desinflamado un poco. Aún dolía apoyarlo sobre el piso, pero era algo que podría soportar, quiero decir, había pasado por cosas peores y seguía de pie.

Me senté al borde la cama y apreté las sábanas sintiéndome extrañamente tranquilo, mi corazón no latía con fuerza y mi respiración era normal. No sentía la necesidad de rascarme ni huir. Había paz por primera vez.

No pensaba en nada realmente, solo fijé mi vista en las flores que estaban sobre el escritorio, parecía que recién las cortaron y podía distinguir un aroma muy particular, podía casi jurar que era vainilla, pero en realidad no estaba seguro.

Cuando escuché que tocaban la puerta con un poco de insistencia, me alarmé en seguida y arrugué las sabanas con fuerza, manteniéndome tenso.

—Buenos días, ¿puedo pasar? —dijo el chico Midoriya, parecía que ya había llamado la puerta varias veces, pero en su voz no había rastro de impaciencia, todo lo contrario—. Te traje el desayuno.

Asentí en respuesta, aunque en realidad él no podía verme. Después de unos segundos, él entró con una bandeja de plata que colocó sobre la mesita de noche.

—Supuse que aún no te repondrías del todo y quise evitarte las molestias —comentó con una sonrisa e hizo un ademán raro al que solo opté por levantar una ceja interrogante—. Anda, come, que se va a enfriar.

Me acerqué cauteloso al desayuno, consistía en huevos con trozos de tocino y tostadas con mantequilla untada. Se veía delicioso, nunca había visto una comida así porque en cuanto lo vi, mi estómago gruñó. Como no, si llevaba días sin probar un almuerzo de verdad, pero por más apetitoso que se viera, algo dentro de mí seguía desconfiando, era demasiado bueno para ser verdad y no sería una novedad, porque en el pasado ya me había sucedido lo mismo, había quiénes le ponían veneno a las sobras que me daban. Era demasiado, demasiado para alguien como yo.

— ¿Sucede algo? —preguntó en un débil susurro—. Si no te gusta puedo preparar otra cosa.

Negué con la cabeza y tomé un pan tostado para llevármelo a la boca y masticar con cuidado, apreciando el sabor y tratando de descubrir algo más. No podía afirmar sobre algo. Comí con cuidado cada bocado, intentando no hacer ruido y encogiéndome en mi lugar por cada mordisco.

Él no se había marchado y aunque la voz en mi interior me decía que debía irme de inmediato, otra parte, alegaba que todo parecía estar bien y no había de que preocuparse. A pesar de estar alerta, me sentía cómodo.

—Shimura Tenko —atiné a decir después de un rato, tratando de que esta vez me escuchara—... Tenko. Ese es mi nombre.

Salió de forma natural, como si lo hubiera ensayado un montón de veces preparándome para decirlo por primera vez. Shimura Tenko. Ese era mi nombre. Finalmente lo había recordado.

Midoriya de nuevo sonrió y desvié la mirada.

—Qué bonito nombre —comentó llevándose una mano a la barbilla pensativo.

Empezó a susurrar un montón de cosas, ese detalle me pareció tan divertido que solo me encogí de hombros riendo para mis adentros. Tal vez se dio cuenta porque dejó de hablar y me miró fijamente.

—Gracias —susurré mirando al piso, ocultando mi rostro con el largo cabello negro que, de un momento a otro, se volvió blanco y delgado, que no cortaba desde hace años y entrelacé mis dedos en un gesto nervioso.

No lo vi, pero pude apostar a que una sonrisa adorno sus labios y posterior a eso, salió de la habitación dejándome solo.

Al cabo de un rato, escuché los truenos a lo lejos, avisando que la lluvia vendría pronto. Nunca me gustó la lluvia, me traía malos recuerdos. Y como cada vez que sentía que comenzaría a derramar lágrimas, rasqué mi cuello con desesperación. Cada cicatriz que había en mi cuerpo era por cada ocasión en la que no pude llorar.

No me di cuenta cuando entró, hasta que asustado, empezó a zarandearme.

—¡Te estás lastimando! —gritó.

Lo miré.

En sus mejillas había tantas pecas que podrías tardar días en contarlas, pero al verlas con detenimiento e imaginar que serían tan suaves como un terciopelo, me pregunté a mí mismo si cada peca estaba por cada te amo que su madre le dijo mientras estaba en su vientre.

Comencé a alterarme como cada vez que el cielo lloraba, observé mis manos con rastros de sangre y seguí escuchando su voz, aunque ésta parecía tan lejana, como si él en realidad no estuviera ahí.

Ese día salí temprano acompañado de Mon-chan, mi perrito que a todas partes salía conmigo. Mamá me pidió que fuera por trozos de madera para cocinar más tarde. En el camino me entretuve jugando con las ramitas que había en el piso y después de un rato, la tormenta cayó tan de repente, con una intensidad que me asustó, provocando que corriera con todas mis fuerzas para llegar a casa, pero por culpa del lodo, tropecé y caí inconsciente bajo un árbol. Mon no se separó de mí en ningún momento y le aulló a la luna, buscando ayuda.

En cuanto desperté, corrí hasta mi casa, pero por más que intentaba, no lograba llegar. Y cuando por fin pude encontrarla, lo que vi me dejó conmocionado.

Lo que llamé hogar alguna vez, estaba totalmente hecha escombros. Un árbol estaba encima, parecía que el impacto de un rayo lo empujó sobre el techo, destrozándolo al instante, pues no era de cimientos fuertes.

No entendía nada de lo que sucedía y quizá nunca lo habría entendido de no ser porque el viejo Toshinori me dijo que el rayo provocó un incendio, impidiéndole a mi familia escapar. Fue imposible sacarlos.

—¿Por qué no los salvó? —cuestioné, suplicando por una respuesta. No debía ser cierto aquello.

Toshinori desvió la mirada con un gesto de tristeza y confusión, como si tratara de evitar que viera el rastro que aquel sentimiento extraño en sus ojos, y después las lágrimas amenazaron con salir.

Él siempre ayudaba a la gente del pueblo sin esperar nada a cambio, con una sonrisa tan brillante en el rostro que hacía que mi admiración hacia él creciera, era como mi abuela, y lo apreciaba por eso.

Pero al ver su mirada derrotada cargada de frustración, comprendí como no siempre se podía ayudar a todos, no siempre puedes estar ahí, pero mi corazón afligido ante la desgracia, no lo entendía y quería llorar hasta morir.

—Lo siento mucho, Tenko.

Culpé a Toshinori.

Culpé a la lluvia.

Culpé a Dios.

Y entonces, ya nunca más pude volver a llorar.

Buena suerte, Tenko | shigadekuTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon