❝Tomura Shigaraki❞

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Cuando despertó, no entendió porqué o como había llegado hasta ese lugar. Al intentar reconocerlo, de inmediato supo que estaba perdido.

Sin poder evitarlo, comenzó a llorar. Pero alcabo de unos segundos, se levantó de un salto, como si nada hubiese pasado, aunque el dolor de cabeza empeoraba con cada paso que daba.

—¡Vamos, Mon-chan! —llamó sonriente a su perrito.

No se había dado cuenta de que él ya no dormía sobre su regazo, pues ni siquiera estaba ahí.

Recogió unos cuantos trozos de madera y ramas de distintos tamaños para la chimenea, ya que era la razón por la que estaba en ese lugar, en primera. Y como se había tardado demasiado, posiblemente recibiría un regaño. No quería ver a su papá enojado y menos ese día porque era su cumpleaños; quizá lo dejaría pasar esa vez. Con ese pensamiento en mente, desplazó todo su temor y corrió hasta llegar a casa.

En el momento que estuvo frente a ella, su sonrisa se desvaneció y soltó la madera mientras veía con los ojos abiertos la escena. Toshinori estaba justo en frente y en pasitos lentos, se acercó hasta él para jalar con suavidad su camisa y llamar su atención.

—S-señor...

El hombre volteó enseguida, la vocecita del infante resonó en su cabeza sorprendiéndolo. Lo miró y no pudo evitar retroceder.

La ropa de Tenko estaba ligeramente rasgada, su cabello enredado y antes negro, tenía unos cuantos mechones blancos, desprendía un terrible olor a humedad y metal, era repulsivo, las ganas de vomitar lo invadieron. Lo peor fue cuando se dio cuenta de todos los rasguños en su cuello y párpados y que, además, su ropa tenía rastros de sangre. Horrorizado se alejó.

—¿¡Tenko...!? —exclamó en un chillido, negándose a creer lo que sus ojos veían.

El niño lo observó con confusión y dirigió su vista a su ropa, inspeccionándola con cuidado. Estaba un poco manchado de lodo, ¿era por eso que Toshinori hacía tanto alboroto? Rio en voz baja, sin duda era muy gracioso.

El rubio tragó saliva, nervioso. Su risa lo dejó en completo silencio. No era la risa de alguien que se había perdido por tantas horas y regresaba a su hogar como si nada hubiera pasado.

—¿Qué sucedió? —atinó a preguntar con cautela, agachándose a la altura del niño.

Tenko pareció de repente confundido y talló sus ojitos con cansancio, de nuevo las ganas de llorar vinieron a él y débiles sollozos escaparon de sus labios. El dolor de cabeza cada vez era más fuerte y apenas podía soportarlo, apenas podía mantenerse de pie. Retrocedió, como un gatito asustadizo, gritando el nombre de Hana y llamando a su madre.

—Mamá, Hana... Hoy es mi cumpleaños, ¿dónde están?

Yagi quiso acercarse para tratar de consolarlo, pero fue inútil, en cuanto sostuvo la muñeca de Tenko, él la alejó, hiriéndolo al instante con su quirk. Comenzó a sangrar y Tenko gritó horrorizado. El hombre no entendió como en ese fugaz toque, su mano pareció desintegrarse como por arte de magia. Tenko solo negaba asustado.

Retrocedió hasta perderse en el bosque y Toshinori, entre ruegos, llamaba su nombre: Tenko, regresa. No huyas. ¡Estoy aquí para ayudarte!

Pero Tenko no escuchaba, tenía miedo y los murmullos en su cabeza le decían que corriera y no mirara atrás.

Corrió hasta que su cuerpo, bañado de sudor y múltiples heridas, le pidió un descanso, y no hizo caso hasta que chocó con un hombre alto y de porte elegante.

El hombre lo ayudó a ponerse de pie y entre palabras malintencionadas que Tenko no entendía, lo guió hasta su casa. En el trayecto se quedó dormido y cuando abrió los ojos, no recordaba nada de lo que sucedió, apenas unos pequeños y frágiles momentos cruzaron esa laguna mental, sin permitirle comprender algo.

Se levantó con pesadez, con el cuerpo a punto de estallar y solo bastó con oler el humo del tabaco para vomitar y ensuciar todo el piso con ese liquido transparente y sabor agrio.

—Veo que despertaste, Tomura —habló el hombre sentado en una esquina de la habitación, con esa voz pastosa que le causaba asco. Volvió a vomitar.

¿Tomura? Ese nombre no era el suyo, de eso estaba seguro. Sintió sus entrañas hervir de rabia y esperando una respuesta, lo enfrentó, pero de sus labios solo salía un sonido enfermizo.

—Shigaraki Tomura —dijo él, casi adivinando su cuestión. Aplastó el cigarrillo sobre el cenicero y resopló en un tono extraño—. Ahora ese es tu nombre.

Shigaraki se levantó de la cama, con la sensación de que eso lo había hecho en el pasado. No parecía una especie de dèjá vu, mas bien era como si ya lo hubiera vivido, pero no lo recordaba.

—Miente —reprochó, cayendo al suelo sobre su propio desecho.

—Has estado aquí durante cinco años desde que te recogí de aquel lugar —comenzó a relatar—. Te cuidé como si fueras mi propio hijo y ¿así es como me pagas, olvidando todo lo que hice por ti?

Shigaraki en el piso, negaba una y otra vez. No era verdad lo que él decía. Era una clase de pesadilla de la cual despertaría pronto, ¿cierto?

—No puede ser...

—Pues lo es —confirmó con seriedad—. Y mas te vale que te levantes y tomes un baño, me da asco verte tirado ahí.

El hombre salió del cuarto, dejándolo solo. Aunque el pequeño Tenko quería llorar, no podía, ninguna lágrima salía. Sentía que podría morir en ese mismo instante y eso le aterraba.

Los días pasaron y no hacia más que sentarse a ver a través de la ventana. De ratos el hombre regresaba a decirle cosas que no le prestaba la más mínima atención, regaños donde le recriminaba ser tan débil y gritos que apenas alcanzaba a escuchar.

—Tu quirk me será de mucha ayuda —mencionó una vez, pero no le importó. Él ni siquiera tenía uno.

Una noche, el hombre no lo visitó como lo hacía usualmente y eso lo alertó de alguna manera, pero al contrario de preocuparlo, lo alegró. Tal vez esa era la oportunidad que Dios le dio. Y sin pensar en nada más, la tomó.

Escapó de ahí.

Era ya de madrugada y moría de hambre, estaba solo con el sonido de las ramas del bosque rompiéndose bajo sus pies como su única compañía.

Anduvo por horas, a punto de desfallecer en algún punto del camino, hasta que se detuvo frente a un río que corría con suavidad. La luz de la luna lo iluminaba y Shigaraki se acercó para ver su reflejo en el agua cristalina.

No se reconocía. No sabía si debía hacerlo, en primer lugar.

Retrocedió ansioso y se dejó caer sobre las florecitas que crecían salvajes y rebeldes sobre el pasto.

La luna lucía hermosa. Nunca había visto algo así. Creía genuinamente que Dios tenía la culpa. Era una señal que le decía que todo estaría bien. Al ver la brillante luna, un sentimiento de esperanza lo inundó.

Solo bastó que el sonido del río lo arrullara para que terminara cediendo ante los brazos de Morfeo y después... silencio.

Tenko, ahora Shigaraki Tomura, durmió con un único deseo en su corazón, el que recordaría hasta que Dios se lo permitiera:

El océano me gusta mucho, no lo conozco, pero si muero, quiero que sea ahí.

Buena suerte, Tenko | shigadekuWhere stories live. Discover now