❝Tan cerca del océano❞

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No cruces la valla.

Desde que salí de la cabaña junto a Kacchan, estuvimos un rato recogiendo frambuesas de los arbustos. Él iba detrás de mí agitando su colita con emoción, aunque su mirada advertía que, si me acercaba demasiado, me mordería. Era todo lo contrario a Mon, pues él siempre buscaba cuidarme de todo.

—Es hora de regresar, Kacchan.

Empezamos a andar de vuelta y distinguí a lo lejos que había humo que provenía de la chimenea y las luces de la sala estaban encendidas, en la ventana se podían distinguir dos siluetas, me preocupé y aceleré el paso.

Antes de tocar la puerta, esta fue abierta y siendo recibido por Izuku, me relajé al ver que no había ningún indicio de peligro.

—Qué bueno que regresas, Tenko-kun. Estaba preocupado —dijo con las mejillas acaloradas y tomándome del brazo con suavidad, me hizo entrar—. Tenemos visita.

Lo miré con una interrogante, hace mucho que no interactuaba con alguien más que con él y eso me ponía nervioso.

—Tenko-kun —me llamó Midoriya desde el otro extremo del pasillo, no me di cuenta de que me quedé parado en la entrada sumergido en una especie de trance. Avancé hasta él, intentando no hacer evidente mi nerviosismo. Oculté mis manos detrás de mi espalda, sujetando la canasta. Nos dirigimos hacia la sala y pude ver una cabellera rubia de un hombre delgado, no vi su cara, pero algo me resultaba familiar. —Él es Toshinori Yagi.

Volteó hacia mi dirección y pude adivinar que, en ese rostro con unas ojeras violáceas y arrugas de antaño, estaba el mismo rastro de sorpresa y confusión. Mis manos comenzaron a temblar y solté la canasta, dejando caer todas las bayas que recogí para que éstas rodaran hasta esconderse bajo el sofá.

—Joven S-Shimura...

—¿Se conocen? —preguntó Midoriya confundido.

No respondí y lo miré a punto de echarme a llorar. Parecía que quería decir algo, pero solo extendió su brazo, como si intentara alcanzarme. Me observó con esa tristeza, con la misma tristeza con la que me contó la verdad. Aquella verdad que yo mismo inventé.

—¿Qué sucede, Tenko?

Izuku se acercó para acariciar mi cabeza, pero aparte su mano de un manotazo y retrocedí con miedo. Mi cabeza dolía como si mil agujas entraron con lentitud en ella, trayendo en su veneno, los gritos y quejidos de mi padre de esa tormentosa noche. Me dejé caer al piso sujetando mi cabello y apretando la mandíbula con fuerza.

La culpa vino a mí como un tsunami azotando las costas.

No entendía porque todo lo que alguna vez fue borroso y apenas perceptible en mi mente, ahora todo se veía tan lúcido y atemorizante. Era Dios quien me hacía recordar todo. Era mi castigo por el acto tan atroz que cometí. Llevé mis manos a mi rostro y al instante sentí un líquido caliente y espeso que salía con rapidez. Aterrorizado me levanté y gemí del dolor. Midoriya me veía con miedo y preocupación. Se acercó para tomar mi muñeca con cuidado y me aparté.

—No te me acerques —espeté en un sollozo. Lo que menos deseaba en ese momento era lastimarlo.

Retrocedió un poco y miró al viejo Toshinori, como si le preguntara qué hacer, pero él tenía la misma mirada. Se acercó para tomarlo de los hombros al notar que su intención era sujetar mi muñeca nuevamente.

—No lo hagas, Midoriya —musitó—. Es peligroso, el joven Shimura ha activado su quirk y puede lastimarte.

Izuku quedó pasmado bajo los flácidos brazos del hombre y me miró, con esa mirada que me derretía y me hacía querer llorar como un niño pequeño hasta hacerme polvo y desaparecer. No entendía y no lo culpo, porque ni siquiera yo era capaz de hacerlo.

—No me importa —gritó, soltándose de su agarre y avanzando hasta mí en un movimiento ágil. —No volveré a dejarlo solo.

Me abrazó tan fuerte que me era imposible respirar o pensar en otra cosa que no fuera su aroma a vainilla. Las lágrimas se deslizaban sobre mis heridas hasta mi mentón, para después caer sobre su hombro y mancharlo.

Lo empujé y ese fue el peor error que pude haber cometido, porque de su brazo derecho salió sangre y aunque intentara reprimir el dolor, un débil jadeó escapó de sus labios, aun así, seguía intentando acercarse.

—Aléjate —imploré cuando en realidad quería decirle que me ayudara.

Izuku no podría escuchar todas mis súplicas, pero... ¿Dios sería capaz?

Sin atreverme a decir otra cosa o verme reflejado a mí mismo en esas brillantes esmeraldas, salí de ahí.

Escuché su voz llamándome con desesperación, pidiéndome volver. Y tenía que comprender que era lo último que escucharía, el lamento del chico que me acogió y cuidó como si fuera lo más preciado para él. Quise abandonar mi miedo y retroceder, al menos para perderme en esas pequitas tan bonitas, pero por más que intentara, no tenía el coraje. Sabía que, si regresaba, Izuku desaparecería.

Me alejé en cada paso más y más, hasta tener frente a mí la cerca de la que me habló. La advertencia resonó en mi cabeza tantas veces, hasta el punto no saber cuan real podría ser. Ignorando a esa voz, la crucé.

Y como si me hubiera extraviado entre tantos caminos, el océano apareció ante mis ojos.

Jamás volvería a probar ese maravilloso té.

Jamás volvería a ver esa sonrisa.

Jamás podría decirle cuanto anhelaba quedarme junto a él.

No te alejes demasiado, Tenko. Porque si lo haces, no podrás regresar a casa.

Buena suerte, Tenko | shigadekuOù les histoires vivent. Découvrez maintenant