Lucy era aquella chica que no conocía la palabra límites, quizás por eso no tenía muchos amigos y consideraba a su primo de dieciséis años como su psicólogo habitual y mejor amigo a tiempo completo.
Lucy nunca encajaba, era como una pieza de un rompecabezas equivocado, al menos así se sentía cuando no tenía a Linda, su guitarra, en sus brazos. Quizás por eso cuando vio a Shawn por primera vez sabía que era otra pieza del rompecabezas que jamás encajaría.
La Lucy buena solo quería tocar la guitarra y mantenerse al margen, la Lucy mala quería hacer sonreír al amargado Shawn, quizás una pequeña bromita lo haría cambiar de opinión.
Pero nunca lo hizo, Shawn nunca sonrió, nunca se enojó, él simplemente no reaccionaba. Shawn si conocía la palabra límites.
Sin embargo, el Shawn bueno solo quería tocar el cello con alguna canción milenaria aburrida mientras soportaba a su nueva vecina, el Shawn malo solo quería tocar la melodía de Lucy y definitivamente traspasar todos los límites.
Lucy y Shawn eran dos piezas de un rompecabezas bastante prohibido, pero ellos sabían dos cosas:
1. Las reglas estaban para romperse.
2. Lo prohibido era más divertido cuando sobrepasabas los límites.
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