juegos en la nieve

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Terminamos de comer, fui por mi maleta y le presté unos jeans que había llevado y se quedó con mi camisa que había tomado en la mañana.

—Esta ropa definitivamente me queda más sexi a mí —Siguió bromeando. Su tono era provocativo y podría decir que provocativo, no sabía muy bien si me estaba jugando una broma o si me estaba coqueteando. No respondí, solo la observé fijo y terminé de lavar los platos que habíamos usado del desayuno, había hecho un desastre en la cocina. Aunque no me molestó, hace tiempo había dejado de ordenar el caos que alguien más dejó.

—Bueno, ya estoy preparado para sentarme en el ordenador para poder escribir lo que sea que voy a escribir el día de hoy —le dije.

—Claro, pero para poder escribir primero debemos vivir —dijo, mientras sus ojos estaban exaltados, como si hubiese planeado una gran sorpresa y estaba a punto de revelarla.

—¿Vivir? pero ya he vivido tal vez demasiado. Ya estoy listo para escribir mis experiencias pasadas —le dije, intentando encender el ordenador, a lo cual me interrumpió.

—¿A esto le llamas vivir? a ver, señor desconocido. Las mejores historias aún no se han contado, y ¿sabes por qué? —me dijo con tono de adivinanza—, porque las mejores historias son esas que aún nadie se ha atrevido a escribir. Vayamos afuera.

Afuera podía verse un poco la luz del sol, el lugar estaba blanco literalmente como la nieve, era el clima perfecto, no habían insectos, no había sudor, no había vapor, era como vivir dentro de un refrigerador. Pero, cuando salía el sol, podías sentir que a veces necesitabas de esos rayos para sentirte vivo. La vitamina D que el cuerpo necesitaba. Ella corría por todo el lugar, era torpe, algo descuidada al andar, se tropezaba con todo, y de pronto ocurrió lo que menos pensaba. Ella me había lanzado una bola de nieve que me pegó justo en la cara sin yo poder reaccionar. Quedé atónito. No entendía por qué una perfecta desconocida me había lanzado un atentado en la cara.

—¿Nunca habías jugado con nieve? Esto es lo más divertido —continuó lanzándome bolas y más bolas de nieve, que algunas solo llegaban a ser pequeñas chispas de agua que me salpicaban y me humedecían la ropa.

Se reía como una demente, y yo, comencé a seguirle el juego, no recordaba desde hace cuanto no jugaba en la nieve, tal vez nunca jugué con ella, para mí era sinónimo de frío, de chocolate caliente, de malvaviscos frente a la chimenea, de muchos suéteres, de dormir temprano y de botas impermeables, nunca de juego.

Ella continuaba lanzándome bolas y más bolas de nieve, hizo un círculo a mi alrededor y me bombardeó todo el cuerpo. Yo estaba inmóvil, de pronto, tomé una gran cantidad de nieve e intenté unirme, la tomé con mis dos manos, eran grandes y podía hacer una gran bola, la comprimí y fijé mi blanco, estaba justo frente a mí intentando realizar otro ataque. Lancé como un jugador de los Yankees, a toda velocidad pero no medí la fuerza, la bola le pegó justo en la cara. Lo que hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Yo me asusté mucho, ella había caído y había perdido el conocimiento por unos segundos. O eso creí. Corrí para saber si estaba bien cuando de pronto me dijo.

—Caíste —Abriendo los ojos y lanzándome al piso justo a su lado.

La nieve se sintió muy bien en mi cuerpo, era como caer en una gran nube que te masajeaba toda la espalda, realmente necesitaba acostarme en la nieve y no lo sabía. Volteé y ella estaba viendo fijo al cielo. Estaba completamente azul, tenía mucho tiempo sin ver hacia arriba.

—Se siente bien esto ¿no crees? —dijo, sin quitarle la vista a la gran inmensidad.

—No sabía que necesitaba hacer esto. Desde que llegué solo he salido a la pequeña tienda a comprar suministros para comer pero nunca había tomado unos segundos para admirar en donde realmente estaba.

Durante una tormenta en AlaskaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang