Capítulo 17

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—No, no existe explicación para este nuevo castigo. No, Carlos, en verdad que no la hay, no es necesario, yo puedo llegar a... ¡ese teñido! —chille lo último mirando mi celular en específico la hora.— No es contigo, hermano mayor. Déjame ver cómo resuelvo este rollo, ajá, sí, guárdame empanadas y chicha.

—¿Quién iba a salir? —se burló Sebastián mirándome, pero antes que cometiera otro sebascidio, la puerta principal se abrió.

—Señorita Fernández. —llamó el director mirándome, con cierta seriedad.— ¿le informo a sus representantes?

—De hecho, señor director, quisiera preguntarle sí...

—Profesor Watson, ¿pasa algo? —interrumpió el superior mirando al matchmaker, quien recién había llegado con una clara expresión de alguien que no tenía tiempo.

¿Pero qué...

—Me ha surgido un inconveniente, no podré supervisar la respectiva hora del castigo de los alumnos, director.

—En ese caso, no podemos dejar a estos dos sin la supervisión de un profesor ejemplar y estricto como usted, señor Watson. Así que moveremos el castigo para mañana.

—Me parece excelente, director.

No sé por qué, pero miré al rubio, que justamente tenía una cara de "tócame y te golpeó".

—¿Decías?

—Cállate, odiosa teñida.

—Teñido de bote.

—¡Que yo no soy ningún teñido!

—¡Ya!, alumnos compórtense.

Tras esos siete minutos de reunión nos dejaron libres del castigo, cuando yo sólo tenía dos horas para llegar a casa y alistarme.

—¿En serio te gusta tanto don perfecto? —resaltó él con su típico acento inglés, atravesándose en mi camino, bufé por su mirada e intenté ignorarlo para poder salir del instituto.

Él sólo se motivó todavía más a ser el doble de terco, en el momento que tomó mi mano y me empezó a guiar a el estacionamiento.

—¿Qué pasa contigo, chamo?

—Me ignoras cuando te iba a preguntar sí querías que te llevara.

—Mi respuesta es no.

—Sólo yo podría ayudarte con el cabello rosado.

—¡Ahhhh!, dame paciencia, Abigail.

—Vamos, chamita.

Y ahí lo volvió a decir, llevándose todo mi mal humor con su forma de pronunciarlo a la perfección, incluso provocando un pequeño sonrojo en mis mejillas.

¡Noooo!

Alejé mi mano de la suya rápidamente mirándolo con la seriedad más posible que podría demostrar.

—No voy a subir a tu auto, teñido.

—Está bien, pues empieza a caminar a tu casa. Te darás un buen baño de todas formas. —se encogió de hombros subiéndose a este antes de arrancar y yo mirar con indignación el camino.

Es increíble.

Antes de empezar a caminar revisé mi celular sólo por verificar, mis piernas casi fallaron cuando noté que me quedaba una hora y media.

Y para completar la cosa, empezó a caer el palo e' agua.

—¡Conchalé! —me quejé cubriéndome con mi propio suéter por no haberle hecho caso a mamá con el bendito paraguas esta mañana.

La VenezolanaWhere stories live. Discover now