Preludio |16|

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Ashley  Dornen tenía un día normal en su trabajo como empleada administrativa en una cadena de cafeterías londinenses. Su jornada laboral empezaba a las ocho de la mañana y se extendía hasta las seis de la tarde, cubriendo funciones variadas, que podían ir desde atender a los clientes en el mostrador, pagar a los proveedores o manejar el sistema de facturación y contabilidad.

La mañana de febrero se mostró básicamente lenta después de haber cubierto todas las obligaciones que tenía agendadas, todo el personal estaba presente, por lo que no la habían requerido para ningún reemplazo, una de sus funciones habituales, quizás hasta podía almorzar tranquila en la soledad de la oficina, porque sus jefes todavía no habían llegado. Pidió una ensalada Caesar sin croutones en la cocina y abrió un jugo de arándanos que bebió mientras Albert, el cocinero de esa sucursal, ponía su esmero para complacerla, como siempre.

A esa altura de su vida era una de las empleadas más antiguas del Emporio Benson. Ese había sido su primer y único trabajo, era parte del inventario, parte de su herencia. Su abuela había trabajado ahí, su madre también; era su parada obligatoria después del colegio y muchas veces ayudaba a su abuela antes que se marcharan a la casa, quizá por eso fue su reemplazo natural cuando ya no pudo trabajar más.

Había empezado a los catorce años como camarera durante los veranos, a los diecisiete era regular de los fines de semana y a los dieciocho ya trabajaba tiempo completo. Había estado en todas las cafeterías, participado de cinco inauguraciones, y ganado un lugar de confianza con el dueño, como su abuela lo había hecho con el padre de David. Ahora, cada vez más, la administración descansaba en sus manos, Noel delegándole más obligaciones, los dos tomando mucho más tiempo para ellos.

Regresó a su oficina y se tomó un rato para navegar en internet, ponerse al día con las noticias, deslizando la mirada por la pantalla con un dejo de aburrimiento. Podría estudiar un poco o empezar a diagramar los lineamientos de su tesis, estaba a punto de terminar de cursar su Maestría Técnica de Administración Gastronómica y aplicaba todos los conocimientos que adquiría en su trabajo diario, lo cual había conseguido que cosechase muchos halagos por parte de su jefe; sin embargo sus dedos sobre el teclado la llevaron al sitio oficial de su banda favorita, Synister Vegeance, que después de diez años volvía a girar por el mundo como parte de su campaña de regreso, y estaba llegando a Londres esa semana.

Abrió el primer cajón de su escritorio y rebuscó las dos entradas para campo común que había adquirido con gran sacrificio; en el foro de fans, revisó el estatus de su subasta, la segunda entrada que había comprado seis meses atrás con la esperanza que el chico de sus sueños la acompañara, pero eso fue antes que la declinara, amablemente pero con cara de asco, porque además de no gustarle "para nada", estaba a punto de salir de gira con su propia banda. Sí, para no estar fuera del cliché, estaba enamorada de un músico, uno que solo la consideraba su cogida estable un par de veces al año, quizás alguna más con suerte, en los últimos cinco años. Triste realidad llegar casi a los treinta y que tu única relación "estable" sea ser la gruppie del cantante de una banda underground.

Bueno, al menos el líder de Madness había conseguido subir de rango y logró ser el número de apertura en la gira mundial de Mooxe, otra banda de principios de siglo que regresaba al ruedo. Para ese momento debían estar en Australia, no quería verificarlo, estaba tratando de sacarlo de su sistema. Y para completar su cliché personal, el cantante era el hijo de su jefe. Ella y su suerte, pensó, golpeándose la frente con una mano. Sonrió con tristeza cuando comprobó que la entrada se había vendido, esa noticia sí estaba fuera de su rango de suerte habitual. Cerró la subasta y se contactó con el comprador para que pasara a buscar la entrada antes de marcharse de la oficina. Solo faltaban dos días para el recital.

Miró en su calendario la lista de recordatorios y vio que tenía que pagar la cuota de la Escuela de Negocios, donde estudiaba, la renta del departamento donde vivía en el Soho, y la mensualidad de la casa de retiro donde estaba alojada su abuela. Fue al sitio de Hamilton house y accedió con el número de seguro social de Margaret Dornen; mientras logueaba el acceso, revolvió su cartera y sacó la tarjeta de coordenadas de su banco para poder hacer la transferencia. Hizo clic en el sector de pagos y vio que la mensualidad ya estaba pagada por todo el próximo semestre.

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