Preludio |15|

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El reencuentro fue sentido pero sin dramas, en beneficio de Lauren, que junto a Camila los esperaban en la puerta principal, una linda postal que escondía mucho miedo y quizás algún otro secreto. Era evidente en sus ojos, enrojecidos y envejecidos. El abrazo de su madre dijo más que mil palabras, gracias la primera. Los mellizos bajaron corriendo con su alegría de siempre, ausentes de tanto problema, dispuestos a escuchar las aventuras del hermano héroe que tocaba ante miles de personas. Drew y Dalia también aparecieron desde el piso superior, con su habitual simbiosis, los demás siempre un paso detrás, no solo de sus coeficientes mentales y su sensibilidad especial.

El almuerzo perteneció a otra época, una feliz donde se superponían para hablar, donde su madre cocinaba para todos, carne al horno bien sazonada, salsa agridulce y un surtido de verduras, porque ahora dos mujeres de la familia eran vegetarianas, Dalia desde los ocho años por decisión propia, cuando aprendió como se obtenía la carne y a qué precio, incluso el karma que cargaba ingerir un ser vivo asesinado a sangre fría, Camila por cuestiones estéticas y de salud, en ese orden. La genética, la alimentación y los productos de belleza daban sus frutos, parecía mantenerse ajena a los avatares del tiempo. Manteniéndose un momento al margen de las conversaciones, como una espectadora, el silencio de Lauren parecía inadvertido pero era elocuente: Comía despacio, masticaba un millón de veces, tragaba con cuidado, y esperaba, como si temiera que fuera el último bocado que pasaba. El miedo marcaba el paso de cada uno de sus movimientos, incluso su respiración. Decidieron tomar el postre helado en la sala familiar, así que cada uno llevó su propio plato y se fueron acomodando en los sillones.

Lauren y Damián fueron los últimos en abandonar la cocina. En silencio quedaron enfrentados.

—Todo va a salir bien —le dijo a su madrastra y amiga, imprimiéndole a las palabras una confianza que no tenía pero toda la fe ciega que el amor le daba. Lauren negó al bajar la vista—. ¡Vamos! No te puedes dar por vencida sin pelear.

—Yo no soy tan fuerte.... —dijo, muy bajo. Damián se acercó y la enfrentó, copiando su tono de voz.

—¿Cómo lo sabes? Tienes que luchar, no puedes darte por vencida. Tienes todo lo que cualquiera puede soñar: Una familia, una carrera, el amor de la mujer que amas. Si no lo haces por ti, hazlo por ella. No puedes dejarlos así. Te necesitan.

Sus ojos verdes se perdieron en el vacío, con la mandíbula trabada para no ceder al dolor del alma. Sin apartarse, cambió el tono de voz.

—¿Hay algo que no sepamos? —Su mirada dijo más que mil palabras. Había algo que ocultaba. Y por el brillo en sus ojos era probable que estuviera por decírselo a él.

—¿Qué harías si te arrancaran la voz?

—No soy un gran cantante —dijo, queriendo sonar indiferente—. Seguiría adelante si todavía tengo mis brazos, mis manos para tocar. Y si no los tuviera, encontraría alguna manera para seguir haciéndolo. Amo demasiado la vida y lo que significa, para resignarme porque sí.

La voz aguda de Camila los obligó a dejar las confesiones para otro momento, sino para nunca más, y apuraron el paso hasta la sala familiar. Ya habían ocupado sus lugares históricos, y siempre era toda una declaración, casi una foto de bandos: Damián tenía su propio sillón, a la derecha del sillón principal de un cuerpo, como un trono, donde Lauren se sentaba; Camila siempre tomaba el brazo izquierdo, siempre muy cerca. En el sillón de enfrente, un Chesterfield restaurado de cuatro cuerpos, Dalia, Quinn, Phoenix y Dylan se habían acomodado. Drew había elegido recostarse sobre el brazo más cercano a su hermana. Los recipientes de helado estaban vacíos y el postre había quedado casi abandonado en la mesa central. A nadie le importaba la sobremesa dulce, había algo que flotaba en el aire con sabor amargo, algo que aquellos ignorantes podían adivinar, y los que sabían, en sus diferentes niveles de compromiso, cataban al final del paladar, como humo de azufre de un infierno personal abierto sin querer, dispuesto a incinerar la foto de familia feliz que habían cosechado durante tantos años. Como si el ahorro de palabras que había ostentado durante el almuerzo hubiera sido para vomitarlas en ese momento, Lauren fue la primera en hablar.

Make me crazy.  {Próximamente}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora