Preludio |4|

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El doctor Drew Benson coordinaba los últimos detalles de la presentación que debía realizar en unos minutos, en su laboratorio en el tercer subsuelo de la división Palo Alto de BI, uno de los diez líderes de la industria farmacéutica a nivel mundial, donde trabajaba hacía tres años, reclutado después de su brillante paso al obtener el Bachillerato en Ciencias Biológicas en la Universidad de Cambridge, Massachusetts, MIT para los amigos, y su Doctorado en Biología Molecular y Celular en la Universidad de Berkeley.

A sus veinticinco años estaba a cargo dos proyectos sobre la dispensabilidad de las proteínas y su tasa de evolución, y la coevolución de la expresión genómica entre las proteínas interactivas desarrollo de producto bajo la supervisión del laboratorio central de Biberach, en Alemania, cuyas aplicaciones mejorarían la eficacia de dos patentes ya vigentes para atacar enfermedades degenerativas del sistema nervioso central, tracto respiratorio, metabolismo y tromboembolismo. Era de madrugada, en beneficio de los laboratorios europeos, y a esa hora iba a presentar los avances logrados en las patentes del Dabigatran Etexilato y Actylise para el tratamiento fibrinolítico en casos de infarto al miocardio, embolia pulmonar y ataque cerebral isquémico agudo. 

Se levantó de su asiento y puso a preparar café fresco, sin saber exactamente si debía contarlo como el número dieciocho del día, ya había perdido la cuenta, hacía casi treinta y seis horas que no dormía, después de evaluar y corregir las presentaciones preliminares de experiencia final de sus alumnos en las cátedras de Genómica Personalizada y Evolución; pero el sacrificio valía la pena, por todo eso estaba ahí, con sendas carreras en un plano ascendente que iba in crescendo. 

Se apoyó en la columna de la pequeña cocina del laboratorio, mirando la hora en su reloj, calculando quienes, y en qué orden llegarían a la presentación, repasando mentalmente su discurso de apertura y chequeando las diversas conversaciones actualizadas en su teléfono. Estaba por abrir el chat familiar cuando llegaron dos de sus colegas. Bloqueo el aparato y se acercó para saludar a sus colegas, Quinlan y Kubis. La seguidilla no se detuvo, así como las conversaciones en torno a la presentación, que hicieron que el tiempo pasara rápidamente mientras se dirigían al ascensor que los llevaría al piso quince, a la sala de conferencias con enlace internacional con las sedes de Biberach e Ingelheim, en Alemania, Ridgefield en Estados Unidos, Kobe en Japón y Viena en Suiza.

En la sala de conferencias, alrededor de la mesa oval se sentaban una veintena de científicos, todos mayores que él, aunque hacía ya tiempo que había superado la necesidad de disimular su edad, ya era un adulto y nadie iba por los pasillos preguntando si había sido un niño prodigio o en cuantos años había cumplido su maestría. Sí, era de los más jóvenes en el plantel y casi todos los Seniors de ese edificio podrían ser sus padres, pero él manejaba sus relaciones con seriedad y responsabilidad, y eran los hechos, y no la fecha en el calendario, los que hablaban antes que él.

Cuando las conexiones estuvieron establecidas, y su superior directo desde Alemania, Dietrich Hannes, le cedió la palabra para empezar a exponer sus casos, se puso de pie. Caminó con la seguridad que lo caracterizaba, sosteniendo las notas que llevaba para mantener las manos ocupadas pero que rara vez consultaba, con una sonrisa leve y confiada, el punto justo que había aprendido para no parecer nervioso o petulante.

Make me crazy.  {Próximamente}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora