Preludio |14|

472 50 21
                                    

Después del viaje de más de 13 horas para llegar a Londres y el reencuentro con su madre, y toda su carga emocional, Drew regresó a la habitación de su infancia. El lugar estaba impecable pero deshabitado, poco quedaba del niño prodigio que se había marchado diez años atrás a Estados Unidos, los anaqueles de su biblioteca estaban vacíos, sus libros trasladados a Los Ángeles o a la biblioteca familiar, su escritorio también despejado. Tampoco estaban sus instrumentos musicales, las guitarras debían estar en la sala de ensayos y el teclado en la habitación de Dalia, porque él no se había llevado nada, desde que era universitario de tiempo completo, sin espacio para la adolescencia, después profesor de universidad y científico multi premiado, poco tiempo tenía para la música. Y su iguana Lola era ahora propiedad de Quinn. Dejó la maleta abierta sobre el escritorio y se dio una ducha rápida; antes de cambiarse chequeó la hora y calculó que podía tener una hora antes que los mellizos llegaran del colegio, sus hermanos también, quizá podía aprovechar para una breve siesta reparadora.

Cerró los ojos, empezó a relajar los músculos del cuello y los hombros, rotando lentamente, cuando los pasos como estampida alertaron su oído. Descartó a los mellizos, por descifrar un solo par de pisadas, y cuando la puerta se abrió intempestivamente, se cubrió para evitar el golpe de quien arriesgaba su propia integridad en un salto acompañado por un grito agudo.

—¡Llegaste! ¡Llegaste!

—¡Tranquila! —Utilizó el impulso que traía su hermana menor para hacerla rodar sobre la cama y aterrizarla sobre su espalda. La inmovilizó con los brazos y las piernas, algo muy común entre ellos cuando eran pequeños, aunque Drew nunca ejercía toda la fuerza que tenía sobre ella, al menos físicamente; no le costó mucho a Dalia aplicar una toma improvisada e invertir la posición, riendo a carcajadas mientras él se dejaba vencer, para quedar sentada a horcajadas sobre su estómago. Se inclinó sobre él y lo besó, muchos besos, muy sonoros, muy intensos.

—Te extrañé... tanto... tanto... tanto.

—Hubieras ido a buscarme al aeropuerto —Para ser algo sin importancia, le había afectado demasiado el hecho que las dos mujeres de su vida no hubiesen detenido las suyas para darle la bienvenida.

—Tenía que ir a la escuela.

—¿Ya no faltas?

—Noup.

—El milagro —Dalia puso los ojos en blanco y se dejó caer a un costado, con el uniforme desordenado y el cabello revuelto, que se encargó de apartar de su rostro.

Se miraron de costado, en silencio, estableciendo esa conexión que excedía la sangre y la voz, parte telepatía, que habían desarrollado desde que ella había sido declarada al mundo, todavía en el vientre materno. ¿Qué era? No lo sabía y no le importaba, la relación con su hermana era algo que no entraba en ninguna explicación racional, razón por la cual había dejado de catalogarla hacía mucho tiempo. Él también la extrañaba, mucho, pero a diferencia de ella no lo puso en palabras, pero no necesitaba escucharlo para saberlo. Pese a la transparencia del color de sus ojos, necesitó preguntar:

—¿Cómo estás?

Su hermanita movió 43 músculos para solo enarcar una ceja.

—Todavía no hablaron contigo —No fue una pregunta, por eso ella no contestó—. No te enojes, es un momento difícil, tú sabes lo que existe entre ellas y mamá está superada por todo esto.

—Yo creo que ella piensa que además de superdotada nací con una bola de cristal.

—Estaban esperando que yo llegara, que estemos todos juntos.

—¿Y hacerte cargo de eso también? Ya no tengo cuatro años para que me endulces la realidad, puedo entender y...

—Estamos hablando de la salud de tu madre. Ella está tratando de hacer lo mejor.

Make me crazy.  {Próximamente}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora