Preludio |2|

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Camila extendió el mazo sobre el paño en un semicírculo casi perfecto, más cercano a un crupier de casino que una quiromántica; pasó una mano sobre las cartas con los ojos cerrados y eligió una pensando en su primogénito. Damián. Repitió el ritual, mostrarla a la cámara antes de leerla ella misma.

—Uno de Copa. Celebración —dijo, sin necesidad de mirar su libro.

—Un cumpleaños, una fiesta, un evento... —divagó Rosa. 

Su mente volvió a ir a la posible nominación de Lauren a su primer Oscar, pero las cartas no estaban hablando de ellas, así que se apuró a sacar la segunda carta. Frunció el ceño.

—La Emperatriz... —Esa era su carta, la que mentalmente tenía asociada a sí misma desde siempre, la que significaba que todo estaba egocéntricamente dirigido a ella. Rosa leyó su pensamiento.

—Tú ya no eres la Emperatriz. Has pasado a un plano diferente... superior si se quiere. Pero es una mujer importante, sin duda. Una mujer con poder.

—Pero Damián no tiene novia... bueno... no que sepamos... siempre ha sido muy críptico sobre sus relaciones —Por no decir absolutamente cerrado, pero ella no iba a reconocer que no sabía nada sobre sus eventuales conquistas, nada serio según sus propias palabras, salvo...— ¡Espera un momento! Hay una chica... Damsel... trabaja en las cafeterías del padre de Damián y se ven de vez en cuando.

—Quizás es algo más serio de lo que tú misma pensabas... —Ojalá, rogó para sus adentros. 

Damsel era una buena muchacha, hermosa, honesta, trabajadora, con un pasado difícil que merecía todo el amor que el universo le pudiera dar. Volvió a mirar la carta, inclinando la cabeza para analizarla, con la duda cerniéndose sobre ella. Las palabras que surgieron de su boca no nacieron en el pensamiento.

—No es Damsel.

—¿Y quién podría ser, sino? —¿Y si se había equivocado? ¿Y si en vez de pensar en Damián, estaba viendo el presente de su segundo hijo, de Dylan, y esa Emperatriz no era otra que su eterna nuera, la francesita que había robado el corazón de su hijo durante la adolescencia? 

Dylan había crecido para convertirse en un exitoso hombre de negocios, creando su propia empresa de comunicaciones digitales y seguridad. Era el orgullo de su madre y su padre, siempre trabajador y ambicioso, pero su relación estaba como estancada, sobre todo desde que Madeleine, su novia desde los 12 años, se había mudado de regreso a Francia y vivían su historia de amor un poco a la distancia. Acomodando la carta con un dedo, le pareció que la imagen se condecía más a ella. Para variar Camila se devanaba en sus pensamientos en vez de avanzar. Rosa la instó a seguir.

—Sigue, Camila... veamos qué pasa con esta nueva Emperatriz —No le gustó el tono con que lo dijo, algo juguetón e inocente, pero envolvía una realidad con la que ella no se llevaba bien, que otra mujer ocupara su lugar en el corazón de sus hombres queridos. Con fastidio eligió una tercera carta y la apoyó junto a la Emperatriz. Tres de Espadas, que en general significaba un triángulo; tres espadas clavadas en un corazón, tan literal que le sangrarían las retinas si no lo adivinaba.

Make me crazy.  {Próximamente}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora