Preludio |3|

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Camila sacó fuerzas de vaya a saber Dios dónde, pudo destrabar la cerradura y abrir el ventanal de par en par. Chocó contra el frío, pero apenas lo sintió contra su piel, todavía descalza. Lauren se derrumbó en sus brazos, sus labios azules y sus ojos verdes ahora inyectados en sangre. Arrastró la mitad de su cuerpo dentro de la biblioteca y cayó de rodillas.

—¿Qué te pasa? ¿Qué te duele? —Dalia llegó, resbalando sobre el hielo cristalizado del umbral y atajándose en el marco de madera para no caer. Camila miró a su hija, desesperada—. ¿Qué paso?

—No lo sé... estábamos jugando... tirando bolas de nieve... empezó a toser... como si hubiera tragado algo... ahogándose...

—¿Corrió? ¿Hizo algún esfuerzo? ¿Qué viste?

—¡No hizo nada! Estaba parada a un costado... tranquila... devolviendo... —Dalia tartamudeaba mientras trataba de ordenar sus ideas y elaborar un diagnóstico—. Déjame revisarla...

—¡No! —Le gritó, alejándola de un empujón— ¡Llama a una ambulancia! ¡Rápido! —Los mellizos llegaron al mismo tiempo y se quedaron muy quietos a un costado, con los ojos llenos de lágrimas y la expresión aterrada—. ¡Los dos! ¡A su habitación! ¡Ninguno sale hasta que yo les avise!

Como pocas veces en su vida, obedecieron de inmediato, ignorando órdenes anteriores de no pisar ninguna alfombra de la casa con los zapatos sucios y dejar los abrigos húmedos afuera. Atravesaron la biblioteca echando una última mirada a su madre haciendo un esfuerzo por respirar, y desaparecieron por la puerta central. Dalia volvió con el teléfono inalámbrico en la mano. Camila se inclinó sobre Lauren para escuchar su voz trémula; ella la sujetó con su mano enguantada, acercándola más.

—No... puedo... respirar...

—¿Te duele el pecho? —le dijo, sin disimular las lágrimas.

—No. El cuello... —respondió, abriendo la boca para tomar una bocanada de aire, bajando la mano a su garganta, como si quisiera abrirse paso ahí con los dedos. Escuchó a su hija digitar tres números y levantó el rostro sin apartarse de su esposa.

—No llames al 911. Llama a la puerta... a seguridad... ellos tienen una ambulancia siempre lista para el ministro... —Uno de sus vecinos era un ex Primer Ministro con serios problemas cardíacos, y por él siempre tenían una ambulancia apostada en el sector de acceso principal. Llamar a cualquier otro servicio tardaría mucho tiempo, tiempo que no sabía si tenían.

Dalia fue rápida y desplegó toda su capacidad histriónica para que la ambulancia volara. Ella corrió a abrirle a los paramédicos y les indicó la entrada. Fueron minutos pero parecieron milenios, y ella podía percibir en la punta de los dedos el frío llevándose al amor de su vida. Su hija contestó rápido todas las preguntas de uno de los paramédicos mientras el otro sacó a Lauren de sus brazos y la acostó sobre la alfombra. Abrió rápido su ropa y verificó sus signos vitales. Su primer diagnóstico trajo alivio.

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