CARTAS SOBRE LA MESA

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—Ana, si te casas conmigo quiero que me prometas que vas a confiar en mí sin importar lo que pase. — Alejandro me pedía justo antes de que yo dijera acepto en la iglesia

—Te doy mi palabra. — Sonreí con alegría desbordante. — Pasaremos el resto de nuestra vida juntos. — Se escuchó un ligero oww… por parte de los invitados. — Acepto. — Le respondí al sacerdote.

—Alejandro Sosa ¿Aceptas como esposa a Ana Torres para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe? — Alejandro guardó silencio unos segundos, me miraba fijamente con ternura.

— Cuando te pedí matrimonio te prometí que cuidaría de ti y que nada te faltaría, que te haría muy feliz y voy a cumplir esa promesa. — Guardó silencio unos segundos y continuó. — Acepto. — Le respondió al sacerdote.

Me desperté exaltada, eran las 3 de la mañana, ¡No puedo creer que soñara con ese día!

Tenía lágrimas en los ojos, maldecia su nombre porque yo ya había enterrado eso, eso ya no puede volver. ¿Qué se supone que me está diciendo la vida? ¿Que me aleje de una vez por todas y lo dejé en paz por las cosas buenas que pasamos?

Dios no es muy claro en sus señales.

Cerré los ojos y volví a dormir.

Gracias al cielo no soñé nada esas horas, lo agradecí y fui al trabajo tranquila.

Me sentía bien, hasta el baño se sintió liberador, fui a trabajar con unos jeans que había cocido para que estuvieran justo a la medida de mis piernas y una camisa blanca. Sólo la fajé ya que mi asoecto realmente no me importaba mucho ya, basta de vestidos y blusas provocadoras.

Adam iba con los mismos colores que yo y nos reímos mucho, también nos tomamos muchas fotos que me pasó, se las mande a Carmen de inmediato; las cuales después borré cuando me di cuenta que traía sus tacones y se veían en las fotos.

Adam y yo trabajábamos en un logo, Adam pulió mis ideas e hizo una caricatura exacta para lo que buscaba. Era un buen dibujante, me platicó que estudió arte un tiempo.

Luisa me mandó por café para la oficina, no tenía problema con hacerlo porque aunque ella pensara que me molestaba o me humillaba, me gustaba ir a la cafetería y hablar un rato con James, un hombre ciego que estaba siempre que yo iba a comprar café. Mientras yo esperaba, hablaba con él sobre el día, él escuchaba mis quejas y en vez de hartarse como la mayoría de las personas, se reía.

Antes de irme pasé al baño y después presioné el botón del ascensor. Tardó unos segundos y cuando se abrió me topé de frente con Alejandro, él cuál me miró y asintió amablemente en forma de saludo. Había tres personas más en el ascensor, excepto Héctor.

Le respondí el saludo con una leve sonrisa de lado y entré al elevador. Se cerró la puerta y comenzamos a bajar. No sabía hacia dónde mirar, así que miraba alrededor incómoda, hasta que detuve mi vista en su hombro, tenía muchas pelusas y como una obsesionada en la lavandería, le quité las pelusas y sacudí su hombro delicadamente.

—¿Qué haces? — Alejandro me preguntó confundido.

Yo lo miré y después me di cuenta que las tres personas del elevador me estaban viendo muy sorprendidos.

— Perdón, jefe. — Me disculpé de inmediato. — Es que... tenía pelusas. — Se las mostré. — Y quizá eso dé una mala impresión ante los clientes si ven esto en su traje. Siempre debe estar impecable, pero lo siento fue una tontería de mi parte.

— No te preocupes. — Me sonrió con su sonrisa falsa comercial. — Gracias, gracias de verdad. — Todos parecieron relajarse y después el elevador se abrió. — Hasta luego y gracias de nuevo. — Fingía su voz dulce y después salió.

Soltera divorciadaWhere stories live. Discover now