Capítulo 26

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A la mañana siguiente, los hermanos del exceso partieron hacia la tierra de los mortales como se había decidido. Ira, Mason y Pereza quedaron bajo la protección de la fortaleza, deseándoles la mejor de las suertes al trío que se enfrentaría en Calum a la temible Alta Comisión.

A las afueras de Exilium, donde un gigantesco prado de flores silvestres creaba caminos imaginarios, el ángel Miguel los esperaba con una lastimera sonrisa.

—Tómense de las manos. Haré que aparezcan en el juzgado del cielo.

Envidia sujetó la mano del mensajero con precaución. No olvidaba que había intentado matarla en París cuando lo visitó junto a Pereza. Con su otra mano libre, buscó el tacto de Samuel.
El demonio la evitó completamente hasta que un manotazo seco le hizo obedecer ante la petición. Sin embargo, más incómodo resultó sujetar la mano de Soberbia.
Estaba cálida, por lo que hacía un perfecto contraste con la suya que estaba tan helada como un cubo de hielo. También pudo percibir algo de sudor en la palma contraria. Sonrió al pensar lo nervioso que habría de estar por la cercanía entre ambos.

Aprovechó el milisegundo antes de transportarse para guiñarle. Ahora los colores del rubio subían por sus blancas mejillas, causando una risotada por parte de Van Woodsen. Envidia, quien no había permanecido ajena a ese pequeño y raro momento, sonrió de lado.
¡Qué fastidio! El mayor de los Pecados Capitales pasó vergüenza gracias al exiliado.

El viaje fue corto.
El suelo pasó de ser césped verde a un enorme algodón blanco. Las nubes de Calum eran tan suaves y pomposas que ninguno pudo evitar acariciarlas con los dedos. El horizonte era de un celeste divino, tan limpio y perfecto como todo lo puro que en ese reino habitaba. El ambiente era cálido y sereno.

Estando a solo unos pasos de aquel colosal edificio de ladrillos, Miguel les indicó que entraran solos sin hacer alboroto. El trío se limitó a obedecer.

Ya en la recepción, una mujer los miraba por encima de sus lentes. Una desagradable mueca de disgusto apareció cuando divisó a Samuel. Tener a ese demonio nuevamente en los juzgados era sinónimo de mal augurio.
Soberbia notó la aterradora postura que esa señora adoptó hacia Van Woodsen, cosa que no le hizo mucha gracia considerando lo orgullosos que solían ser algunos ángeles.

—Querida, ya sabemos que el chico es bastante guapo, pero mirar a alguien por tanto tiempo es de mala educación —la mujer parpadeó un par de veces, avergonzada—. ¿Nos va a decir dónde está la Sala D ya o le preguntamos a su supervisor?

—No hará falta, querido —su voz chillona casi le rompe el tímpano, y esa sonrisa hipócrita le causó al desterrado un ligero escalofrío en la espalda—. Está al final del pasillo. Los miembros de la Alta Comisión se encuentran impacientes. Llegan tarde, y esa tardanza les jugará en contra.

Soberbia agradeció con la misma expresión falsa, llevándose consigo a Envidia cuyas ganas de insultar a la recepcionista no le faltaban. Samuel los siguió de cerca, procurando evitar todas las miradas que se posaban en él. Ya todo el edificio se había enterado de la visita del demonio desterrado.

Las puertas de la Sala D fueron abiertas de par en par, dejando al trío recién llegado como el centro de atención ante el jurado y cada uno de los miembros de la A.C.
Ojos filosos, susurros indiscretos, gestos de reproche. Soberbia y Envidia jamás se habían sentido tan pequeños en sus eternas vidas.
La actitud socarrona de Samuel había regresado al reconocer tantas caras entre la multitud. Dio unas ligeras palmadas en la espalda del rubio y apretó el hombro de la muchacha, en señal de que debían pensar con la cabeza fría. Lo habían humillado tantas veces en el pasado que no se permitiría observar cómo hacían lo mismo con el par delante de él.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora