Prefacio

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"El origen de siete seres obstinados y una guerra"

Hace miles y miles de años, cuando los seres humanos comenzaban a tomar posición en la Tierra, entre Calum —mundo de ángeles— e Infernum —reino de demonios— se libró una batalla en la que el vencedor gobernaría bajo sus criterios a la totalidad de la humanidad.

Los ángeles, cuya moral le encaminaba a un esplendoroso futuro, les regalarían a los nuevos habitantes de la Tierra la gracia divina y la buena vida para que, aun después de que sus almas abandonaran sus cuerpos, disfrutaran de la eterna vida en su paraíso.

En cambio, los viles demonios de aura oscura y mal augurio, tenían unos planes completamente diferentes para quienes serían los próximos esclavos de su desalmada especie.

La Guerra Celestial —como la apodaron los sabios de aquel entonces— duró exactamente doscientos veintiún días, cobrándose un total de mil ángeles envenenados y novecientos demonios purificados.

Sin embargo, el final se había declarado un empate y, con la intervención de la Alta Comisión, la cual fue formada por los que se opusieron a la violencia innecesaria a mitad de la devastación, fue seleccionado un grupo de seres con poderes sobrenaturales que pondrían punto final al enfrentamiento entre «los de arriba y los de abajo».

De más está decir que algunos se resistieron a la idea desde un principio, mas no les quedó otra opción cuando en ambos bandos sus bajas iban en constante aumento; ya estaba decidido.

Al mismo tiempo, y para asegurarse que un acontecimiento como la cruda Guerra Celestial no volviese a ocurrir jamás, la A.C decidió establecer un conjunto de reglas y obediencias que deberían seguir para cumplir su cometido sin obstruir o delimitar a las demás divinidades: los miembros las bautizaron como «La Ley Capital», y a partir de ellas controlarían cualquier movimiento y paso en falso que pudieran dar en un futuro cercano.

La misma constaba de solamente siete decretos, siete al igual que ellos, siete pequeñísimas partes que formaban algo grande e importante para los reinos.

Y desde entonces, por siglos y siglos que siguieron a este hecho, mientras los mortales batallaban sus propias guerras, estos pecados han merodeado las mismas calles, respirado el mismo aire y presenciando los mismos crímenes atroces, con la idea de que tanto en Medium como en mundo de humanos, ellos son y siempre serán los que se coronen como campeones del juego antes de siquiera lanzar los dados.

Desafortunadamente, y como en todo proceso de revolución, fueron muchos los que aún continuaron, sea por descontento o pura envidia, con la idea de que siete pecados no podrían llevar sobre ellos toda la responsabilidad que ni los líderes de los dos reinos sagrados pudieron manejar.

Varias veces la Alta Comisión tuvo que lidiar con peticiones absurdas y acusaciones hilarantes; a pesar de no contar con la importancia necesaria para temerles, prometieron regresar algún día y así acabar con el circo innecesario que se habían montado en el instante en que la guerra terminó, firmando y sellando el acuerdo de paz que enterraría la enemistad entre los habitantes de Infernum y los dueños de Calum.

Cuando un hecho pone fin a otro, donde todos han de estar acostumbrados a lo viejo y es complicado adaptarse a lo que está por venir, es común que haya una parte que se sienta más tocada o herida que otra.

Un estilo de vida, una rutina, es lo poco que mantiene cuerdos a aquellos que viven y respiran el ahora. La incertidumbre es amenazante si no eres precavido, la oscuridad será más terrorífica si no llevas contigo una vela o una linterna; ir perdiendo el miedo de a poco es completamente distinto que mentirte creyendo que se puede de una sola sentada.

El temor es parte de nosotros, es como un órgano más. Querer arrancarse el temor es igual que intentar arrancarse el corazón esperando que no nos desangremos. Simplemente imposible.

Pero, a veces, es el mismo miedo el que mantiene cuerdos y conscientes a los que entienden cómo manejarlo. Porque se trata de eso: manejar lo que uno cree que es inmanejable, controlar lo que en un principio nos controlaba.

¿Y si, por más irreal que parezca, fue eso lo que Soberbia debió tener en cuenta desde el principio?

No es que él tuviese miedo al amor. ¡Hablamos de Soberbia, por favor! El mismísimo Pecado Original, el primero en ser creado y el más rápido en ser despreciado; tanto que ni siquiera los demonios de Infernum lo querían cerca.

El amor era para él, al igual que para sus demás compañeros, otro sentimiento que llenaba las vacías vidas humanas en un vago intento de querer seguir existiendo.

Escuchó tantas veces la frase «sin amor no soy nada» que ya hasta le resultaba gracioso oír a los mortales lamentándose.

«Sin tu amor no soy nada», se preguntaba el motivo por el cual eso sería cierto. Él pensaba: «Si esa persona no te da el amor que anhelas con ímpetu, ¿por qué no amarte a ti mismo? ¿Tan difícil es para ellos vivir sin ser amados?».

Soberbia era justamente eso: amarse a sí mismo por encima de los demás, ponerse antes que todos; él es más importante, todo el tiempo, a toda hora y en todo lugar.

Mientras tuviera lo que necesitaba, el mundo no importaba. Siempre y cuando él no pasara frío, al mundo lo podría azotar la nueva era de hielo. Si tenía un espacio cómodo donde relajarse, los demás podían dormir encima de rocas durísimas. Lo que sea, a él no le importaba; jamás lo había hecho.

¿Y si los otros se preocuparan por él? Pues lástima es lo que sentiría.

Durante añares los mortales se estuvieron lavando la cabeza entre ellos con esas blasfemias de que primero importa el prójimo, a lo último de la fila queda el solidario.

Soberbia no soportaba ese pensamiento, esa forma de vida, ese «primero pase usted».

Pasará él si eso le place, se pondrá primero en la fila por más que haya cien enfermos, cuarenta ancianos o cincuenta niños, no interesa.

Primero estará él, pretencioso e inmutable. Se elogiará a sí mismo para no tener que voltearse a ver a otros. ¡Aquí está el poderosísimo Soberbia!

Quizás fue esa la razón por la cual ni los otros pecados, ni los ángeles de Calum o los demonios de Infernum, ni siquiera los de la A.C, fueron capaces de predecir lo que se aproximaría.

Dejarlo salir una noche, solo una miserable noche sin compañía de nadie, fue una de las peores decisiones que pudo tomar la joven Envidia.

¿Por qué? Bueno. Eso te toca averiguarlo tú mismo.

***

¡Bienvenidas, bellas personitas! ¿Cómo están?

Si son nuevos, les agradezco por haber entrado y querer incursionarse en este maravilloso libro

A quienes me acompañan desde la primera publicación en formato borrador, debo decirles que no puedo sentirme más grata por todo el amor que le han estado dando a los Pecados Capitales💕

Espero que disfruten de esta nueva versión. ¡Un abrazo virtual enorme!

Cuando Soberbia se enamore [✔]Where stories live. Discover now