Capítulo 14

115 19 18
                                    

Cuando el timbre que indicaba la hora del receso sonó, Soberbia le hizo señas a Rachel para que se quedara en su asiento.

Sus compañeros se fueron del aula, ignorando a los cinco chicos nuevos que solo los miraban con cara de pocos amigos. Incluso el profesor salió sin preguntar si irían o no a los jardines con los demás. A Rachel le pareció una actitud extraña, él no solía permitir que se quedaran en el salón de clases.

La mortal observó a los seres. Era increíble cómo podían pasar desapercibidos por cientos de personas gracias a su aspecto tan común.

—Dejemos algo en claro —pronunció Envidia, apoyándose sobre el escritorio del profesor y cruzándose de brazos—. Estamos aquí para cuidarnos. No a ti, solo a nosotros. Si abres la boca, y revelas quiénes somos y de dónde venimos, te mataré.

—¿Por qué tienes que ser tan dramática? —indagó Soberbia cuando pudo sentir el temor de Rachel ante las crudas palabras de la castaña—. Ella no dirá nada. Yo me encargaré de eso.

—¿Así como te encargaste de mantenernos a salvo en nuestra propia casa? —fue el turno de Lujuria para atacarlo—. Por si no sabes, dos de los nuestros podrían estar muertos por su culpa.

—No sabemos si lo están —mencionó Avaricia, quien junto a Gula se mantenía alejado del resto—. Además, no fue culpa de Rachel si ellos decidieron quedarse y retrasar a los venatores.

Dicho esto, Lujuria lo golpeó de lleno en el brazo.

—¡Auch!

—Deja de defenderlo —le ordenó, señalando a Soberbia—. Si de él dependiera, te habría dejado a ti agonizando en Medium e implorando por tu estúpida vida.

Soberbia rodó los ojos. Rachel tuvo que aguantarse la risa. Para su infortunio, Envidia se percató de ello.

—¿Crees que es un juego?

Se quedaron en absoluto silencio. La chica serpiente se incorporó, comenzando a dar vueltas alrededor del pupitre de la humana. Con la mirada intimidante y los colmillos casi a la vista. El pecho de Rachel subía y bajaba del miedo.

Odiaba las serpientes. Y estaba comenzando a odiar a esa chica.

—¡Ya es suficiente, Envidia! —exclamó el rubio, interponiéndose entre ambas, pero siempre dirigiendo miradas duras a la castaña—. Buscar al culpable de nuestras desgracias no resolverá nada.

—Él tiene razón.

Al pronunciarse aquella voz, todos los presentes voltearon en dirección a la puerta.

Los rostros de algunos se iluminaron al verlos sanos y salvos. Al fin estaban juntos.

—¡Pereza! —exclamó Avaricia, con toda la preocupación escapando por sus poros.

Estaba preocupado por ella. Por ambos, en realidad.

Se acercó a pasos apresurados y colocó sus manos sobre los hombros de la azabache. La estaba examinando.

«¿Estás bien?» «¿Saliste herida?» «¿Te duele algo?»

Esas y más interrogantes salían de la boca del Pecado codicioso. Pereza se limitaba a negar con un efusivo movimiento de cabeza mientras veía a las hermanas reírse.

—Vaya —acotó Lujuria—. Somos su única familia y ni así nos trata como a ti. ¿Cuál es tu secreto, Pereza?

La susodicha se encogió de hombros.

—Me preocupo por Pereza —comenzó a decir Avaricia— Porque es como una pequeña oruga bebé.

—¿Oruga bebé? —preguntó confundido Soberbia.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora