Capítulo 17

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El día de la fiesta en casa de Samuel había llegado.

Los Pecados ya se habían mudado a los cuartos estudiantiles de la universidad, dejando atrás ese deplorable cuartito de hotel. Aún recordaban las palabras del ángel Miguel: debían cuidar a Rachel Vitae de los venatores que acechaban Narshville.

Lujuria corría de un lado a otro, sacando todas las prendas del armario sin conseguir algo para usar esa noche.

—Solo ponte una blusa y unos jeans —se quejó Envidia desde la cama que ocupaba—. Vas a una fiesta de universitarios, no a una ceremonia.

—No todas somos tan simples y desalineadas como tú, chica víbora. Samuel Van Woodsen está dentro del grupo de los más populares en esta apestosa universidad. No voy a desaprovechar eso.

—¿Colocarte por encima de las muchachas promedio ayudará a elevar tu autoestima? —inquirió Gula, observando cómo su hermana perdía la paciencia con la ropa desperdigada por el suelo.

—Lo dudo mucho. La de autoestima baja suele ser Envidia.

—Cuida tu boca, Pereza —le advirtió la castaña en tono neutral, sin mostrar emoción alguna—. Tendré baja autoestima, pero al menos no soy una arrastrada que busca la atención en hombres idiotas que solo me buscan para coger.

—Uhh —intentó avivar las aguas la ojiazul—. ¿Oíste eso, Lujuria?

La rubia resopló, corriéndose el mechón de cabello que obstaculizaba su visión. Dirigió sus ojos hacia la menor de las mujeres presentes en esa habitación, negando con efusividad.

—Tú nunca vas a madurar, ¿verdad? —Pereza le sacó la lengua de modo infantil—. ¡Pero qué niña! No sé cómo mi hermano te aguanta tanto.

—Ya oíste a Avaricia —se metió Gula—. Pereza es su «oruga bebé».

El cuarto estalló en risas, incluyendo la de Envidia. Pereza hizo un puchero ante las burlas de sus compañeras de cuarto. Sus ojos se habían tornado brillosos, y hasta parecía que en cualquier momento se largaría a llorar.

—De verdad las odio, perras.

Sin decir más, y dejando que las otras tres se partieran de la risa, salió a toda prisa del lugar.

Envidia se detuvo apenas la azabache desapareció por aquella puerta blanca, mirando con reproche a las hermanas que seguían en la suya.

Solo se detuvieron cuando les lanzó un par de zapatillas gastadas.

—¡Ey!

—¿Creen que nos hayamos pasado de la raya con Pereza? —preguntó, ignorando el quejido de la pelirroja cuando el calzado aterrizó en su cabeza.

—Es una niña —mencionó Lujuria, volviendo a su tarea de encontrar un buen atuendo para la noche—. Seguro ya fue a hacerle un berrinche a nuestro hermano.

—Porque la tratamos como a un infante —añadió con reproche la castaña.

—La tratamos de la manera en que se comporta —se excusó con el ceño fruncido—. Ya no tiene treinta mil años. Si quiere que se la trate como una chica madura, debería demostrar que lo es.

Gula bufó.

—Te oyes como una madre humana.

Su hermana rio.

—Con la afortunada diferencia de que nunca tendré arrugas ni deberé preocuparme por las estrías. ¡Bingo! —la chica había dado por fin con un vestido de su agrado

—¿Estábamos jugando al bingo? —preguntó un tanto confundida su hermana.

Lujuria rodó los ojos mientras negaba con un movimiento de cabeza. Al parecer, Pereza no era la única niña tonta entre ellas.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Where stories live. Discover now