CAPÍTULO 4: UNA CONVERSACIÓN EN LA MESA DEL TÉ

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La casa de los Williamson, donde Eric se alojaba, se hallaba en la cresta de la colina subsiguiente. Al joven le gustaba tal como Larry West se lo había profetizado. Los Williamson, como el resto de la población de Lindsay, daban por sentado que él no era más que un estudiante pobre que luchaba arduamente para salir adelante lo mismo que su antecesor. Eric procuró no contradecir esta creencia, aunque tampoco dijo nada que pudiera ser tomado como confirmación de ella. Los Williamson estaban tomando él te en la cocina cuando Eric llegó. La señora
Williamson era la «santa a la antigua y con antiparras» que había descripto Larry West. A Eric le gustaba. Era una mujer delgada, con el pelo gris, con un rostro fino, dulce y agradable, profundamente surcado por las líneas que registraban pesares superados a través del tiempo. Como norma general hablaba poco: pero en verdad, según afirmaban los que la conocían, cuando lo hacía no hablaba sino que «afirmaba» algo. El detalle que siempre asombro a Eric en ella fue el de como pudo haberse casado con Robert Williamson. Sonrió con su modo maternal a Eric mientras éste colgaba el sombrero en la pared pintada con cal y tomaba su sitio a la mesa. Al otro lado de la ventana que quedaba a sus espaldas había un bosquecillo de abedules, a quien el sol poniente prestaba un esplendor trémulo. El viejo Robert Williamson se sentaba frente a él en un banco. Era un hombre
mayor, pequeño y delgado, medio perdido dentro de sus ropas que parecían ser demasiado grandes para él. Cuando hablaba, su voz se mostraba aguda, casi chillona como su misma persona. El otro extremo del banco estaba ocupado por Timothy, zalamero y complaciente, con el pecho nevado, el lomo negro y las patas blancas. Cada vez que Robert tomaba un bocado de cualquier cosa, le daba un pedazo a Timothy, que se lo comía ávidamente ronroneando su gratitud.

—Ya ve usted que hemos estado atareados esperándolo, maestro —dijo el viejo Robert—. Esta tarde llega atrasado. ¿Tuvo que retener a alguno de los chicos en la escuela? Es una manera tonta de castigarlos, porque se castiga tanto usted como ellos. Un maestro que tuvimos hace cuatro años, se acostumbro a encerrarlos bajo llave y se iba. Después volvía al cabo de una hora y dejaba salir a los que encontraba. Tom Ferguson dio de puntapiés a los paneles de la puerta hasta que la rompió y salió de ese modo. Entonces pusimos una puerta nueva con panel doble para que no pudieran romperla.
—Me quede en la escuela para hacer algunos trabajos —explico brevemente Eric.
—Bueno, pues se perdió la visita de Alexander Tracy. Vino a averiguar si usted
sabe jugar a las damas y cuando le dije que sí, se fue dejándole dicho que alguna vez vaya por allá a jugar una partidita. No le gane muy a menudo si es que puede. Lo
necesitará usted de su parte, se lo aseguro, maestro, porque tiene un hijo que le traerá dificultades cuando comience a ir a la escuela. Seth Tracy es un jovencito tunante y le gusta más hacer daño que comer. Cada vez que llega un maestro nuevo, trata de propasarse con él y por tal motivo lo echan de la escuela. Pero le aseguro que encontró la horma de su zapato en el señor West. Después tiene a los muchachos de William Tracy… No va a tener la menor molestia con ellos. Siempre son buenos porque la madre les asegura todos los domingos que irán directamente al infierno si no saben comportarse en la escuela. Eso es muy efectivo. Sírvase un poco de dulce,
maestro. Usted debe saber ya, que nosotros no hacemos las cosas aquí como suele hacer la señora de Adam Scott cuando tiene pensionistas: «Supongo que usted no querrá de esto… ni de esto… ni de esto…». Madre, Aleck dice que el viejo George Wright está teniendo el momento de su vida. Su esposa ha ido a Charlottetown a visitar a su hermana y es su propio jefe por primera vez desde que se casó, hace cuarenta años. Vive en una fiesta continua, dice Aleck. Fuma en el salón y se sienta hasta las once a leer novelas de diez centavos.
—Creo que me encontré con el Sr. Tracy —dijo Eric—. ¿Es un hombre alto, de
pelo gris y cara oscura y severa?
—No, Aleck es un compañero alegre y dejó de crecer bastante antes de comenzar.
Creo que el hombre que dice es Thomas Gordon. También lo vi conduciendo por la
carretera. Él no le molestará con invitaciones, no se preocupe. Los Gordon no son sociables, por decirlo suavemente. ¡No, señor! Madre, acérquele las galletas al maestro.
—¿Quién era el joven que estaba con él? —preguntó Eric con  curiosidad.
—Neil, Neil Gordon.
—Ése es un nombre muy escocés para esa cara y esos ojos. Más bien esperaba
que se llamará Guiseppe o Angelo. El muchacho parece italiano.
—Bueno, ahora, ya sabe, maestro, yo reconozco que es probable que lo parezca, ya que eso es exactamente lo que es. Usted ha dado en el clavo. ¡Italiano, sí, señor! Pienso que demasiado para el gusto de la gente decente.
—¿Cómo ha sucedido que un chico italiano con nombre escocés viva en un lugar como Lindsay?
—Verá, maestro, fue así. Hace veintidós años, ¿veintidós años, madre, o
veinticuatro? Sí, hará veintidós años, el mismo año que nuestro Jim nació y que
tendría veintidós si hubiera vivido, pobrecito. Bien, maestro, hace veintidós años, una pareja de vendedores ambulantes italianos llegó y llamó a casa de los Gordon. El campo era un hervidero de ellos entonces. Solía azuzar al perro contra uno cada día. Bueno, estos vendedores ambulantes eran marido y mujer, la mujer enfermó estando donde los Gordon, y Janet Gordon la acogió y la cuidó. Al día siguiente nació un bebé, y la mujer murió. Entonces sin que nadie lo hubiera sospechado el padre huyó con mercancía y todo, y nunca se volvió a ver u oír hablar de él. Los Gordon se
encontraron con el bebé en sus manos. La gente les aconsejó que lo enviaran al Asilo
de Huérfanos, y hubiera sido lo más prudente, pero los Gordon nunca fueron
aficionados a aceptar consejos. El viejo James Gordon vivía aún, era el padre de
Tomás y Janet, y dijo que él nunca echaría un crío de su casa. Era un viejo hombre
dominante y le gustaba ser el jefe. La gente solía decir que guardaba rencor al sol porque salía y se ponía sin su consentimiento. De todos modos, se quedaron con el crío. Le pusieron de nombre Neil y lo bautizaron como a cualquier criatura cristiana. Siempre ha vivido allí. Los Gordon han sido muy buenos con él. Lo mandaron a la
escuela, lo llevaron a la iglesia y lo trataron como si fuera uno de los de la casa.Algunos dicen que han hecho demasiado. Esas cosas son completamente inútiles con esa clase de gente, porque «lo que se lleva en la sangre, florece en la carne», si es que
no se lo aplasta desde el principio. Neil es inteligente y muy trabajador según dicen.
Pero a la gente de la región no les gusta. Dicen que no es un individuo en quien se
pueda confiar de ninguna manera. Positivamente puede afirmarse que tiene un genio muy vivo y en una ocasión, cuando iba a la escuela, casi mata a un chico que le había hecho una broma, apretándole el cuello hasta que estuvo negro y no sabemos qué hubiese ocurrido si no se lo sacan de las manos.
—Bueno, padre, ya sabes que los muchachos lo mortifican constantemente — protestó la señora Williamson—. El pobre chico tuvo muchas dificultades cuando fue a la escuela, maestro. Los otros no encontraban mejor diversión que arrojarle cosas y ponerle apodos.
—¡Oh, sí! Admito que lo atormentaban muchísimo —aceptó el marido—. Tiene
muy buena mano para tocar el violín y le gusta la compañía. Va mucho a la costa,
pero dicen que le dan ataques de furia.
por cualquier cosa. Y no hay que extrañarse, viviendo con los Gordon. Son
toda gente muy rara.
—Padre, no debieras hablar así de los vecinos —dijo la esposa en tono de
reproche.
—Bueno, madre, tú sabes bien que lo son si hablas con franqueza. Pero tú eres
como la vieja tía Nancy Scott. Nunca dices nada en contra de nadie, salvo cuando se trata de negocios. Tú sabes que los Gordon no son como la demás gente y nunca lo han sido y nunca lo serán. Son los únicos vecinos raros que tenemos en Lindsay, maestro, excepto el viejo Peter Cook que mantiene a veinticinco gatos. ¡Piénselo un poquito, maestro! ¡Veinticinco gatos en una sola casa! ¿Qué oportunidad se le da
entonces a las pobres lauchas? Ninguno de los otros vecinos es tan raro, o al menos si lo son, a nosotros no nos parece. Y estoy dispuesto a aceptar que bajo ese aspecto no somos nada interesantes.
—¿Dónde viven los Gordon? —preguntó Eric que se había acostumbrado ya a
meter una pregunta rápida en el fárrago de comentarios que siempre rodeaba la
conversación de Robert.
—Por aquel lado, a medio kilómetro del camino de Radnor, con un espeso bosque
de pinos entre ellos y el resto del mundo. Nunca van a ninguna parte, salvo a la iglesia, nunca faltan a la iglesia… y nadie los visita. No están en la casa más que el viejo Thomas y su hermana Janet y una sobrina de ellos. Además ese muchacho Neil del que estábamos hablando. Constituyen un grupo raro, retorcido y lunático… ¡y lo diré, madre! Anda, dame una taza de té y no te preocupes por la forma en que use la lengua. Hablando del té: ¿sabes que la señora de Adam Palmer y la de Jim Martin tomaron el té juntas en lo de Foster Reid el miércoles pasado por la tarde?

 Hablando del té: ¿sabes que la señora de Adam Palmer y la de Jim Martin tomaron el té juntas en lo de Foster Reid el miércoles pasado por la tarde?

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—No sabía y tenía entendido que andaban en malos términos —respondió la
señora Williamson traicionando en pequeña medida su curiosidad femenina. —Así es, así es. Pero sucedió que las dos
coincidieron en visitar a la señora de Foster la misma tarde y ninguna de las dos quiso retirarse porque eso habría sido una derrota frente a la otra. De modo que se quedaron, ubicándose en los extremos opuestos de la sala. La señora Foster asegura que nunca pasó en su vida una tarde más incómoda. Estaba obligada a dirigir una frase a una y luego otra a la otra. Y las dos visitantes se dirigían exclusivamente a la dueña de casa y jamás a la otra. Dice la señora Foster que temió que podría tener que tenerlas allí toda la noche, porque después ninguna quería retirarse antes que su oponente. Por fin llegó Jim Martin y se llevó a su mujer porque dijo que la dama podía quedarse en el pantano si regresaba sola. Eso vino a resolver el problema. Maestro, usted no come nada. No se preocupe porque yo me interrumpa a cada paso estuve comiendo desde antes que usted llegara y de todos modos no tengo ningún apuro. Mi peoncito se fue a su casa hoy. Oyó cacarear al gallo ayer a medianoche y hoy se fue a su casa a ver quien se había muerto. Sostiene que uno de su familia tiene que haber muerto. Una vez oyó cantar a un gallo a medianoche y al día siguiente supo que se le había muerto un primo en Souris. Madre, si el maestro no quiere más te, ¿no habrá un poco de crema para Timothy?

KILMENY LA DEL HUERTOWhere stories live. Discover now