CAPÍTULO 12: UNA PRISIONERA DEL AMOR

19 8 0
                                    

Cuando Eric llegó al huerto a la tarde del día siguiente, tuvo que admitir para sí mismo que se sentía bastante nervioso. No sabía cómo lo habrían de recibir los Gordon y por cierto que los informes que había recogido a través del tiempo de aquella pareja de hermanos no eran de lo más alentadores que pudiera pedirse. Hasta la señora Williamson cuando le dijo adónde iba, lo contempló con la piedad
con que se debió haber contemplado a los que iban a lidiar con los leones en las arenas del circo.
—Espero que no sean demasiado inciviles con usted, maestro —fue lo mejor que
pudo decirle. Esperaba encontrar a Kilmeny en el huerto porque se había demorado por la visita de uno de los miembros de la Junta Escolar; pero la muchacha no estaba a la vista. Caminó hasta llegar al sendero silvestre, pero al iniciar la marcha sobre él, se detuvo impresionado. Neil Gordon había salido de atrás de un árbol y lo enfrentaba, con ojos
relampagueantes y labios que traicionaban una emoción tan intensa que al principio le impidió hablar. Con un estremecimiento comprendió Eric instantáneamente lo qué debía haber
ocurrido. Neil habría descubierto que él y Kilmeny se encontraban todas las tardes en el huerto y fuera de toda duda había llevado el cuento a Thomas y a Janet Gordon. Se dio cuenta de la desventaja que aquello se hubiese producido antes de que tuviera oportunidad de ofrecer sus propias explicaciones. Posiblemente los guardianes de Kilmeny estarían prevenidos en contra de él. En aquel punto de sus atribulados pensamientos, la pasión exacerbada de Neil encontró súbito desahogo en un escape de palabras pronunciadas en un tono salvaje.

—De manera que usted viene a encontrarse otra vez con ella. Pero ella no está aquí… ¡Nunca más la volverá a ver!… ¡Lo odio!… ¡Lo odio!… ¡Lo odio!… Su voz se agudizo hasta ser un espantoso chillido. Dio un paso hacia Eric, enloquecido, como si se dispusiera a atacarlo. Eric lo miró firmemente a los ojos en calmoso desafío, ante el cual la violenta pasión del muchacho se rompió en espuma como si hubiese sido una ola contra una roca.

—¿De manera que usted ha estado buscándole dificultades a Kilmeny, Neil, no es cierto? —dijo entonces Eric en son de reproche—. Supongo que ha estado jugando a los espías. Y supongo también que le habrá dicho a los tíos que se ha estado viendo conmigo aquí. Bueno, me ha ahorrado usted la molestia de hacerlo personalmente, eso es todo. Iba a decírselo a ellos yo mismo, esta noche. No sé cuál ha sido la razón para que usted hiciera esto. ¿Han sido celos de mí, lo ha hecho simplemente por maldad hacia Kilmeny?
Su evidente desprecio desmoralizó a Neil mucho más efectivamente que ningún
despliegue de ira.

—No le importa por qué lo he hecho —murmuró el muchacho, sombríamente—.
Lo que hago o el porque de lo que hago no es asunto suyo. Y tampoco es asunto suyo el venir a husmear por aquí. Kilmeny no va a venir a verlo nunca más.

—Pues, me encontrará en su propia casa, entonces —repuso Eric fríamente—.
Neil, por la forma en que se ha comportado, ha demostrado que es un tonto completo y un chiquilín indisciplinado.
Neil saltó hacia adelante en el camino.

—¡No…, no…, váyase! —imploró salvajemente—. ¡Oh, señor!… ¡Oh, señor
Marshall!… ¡Por favor, váyase! Haré cualquier cosa por usted si se va. Yo amo a Kilmeny, la he amado toda mi vida. Daría mi vida por ella. No puedo soportar la idea
de que usted venga aquí a robármela… Si lo llega a hacer…, ¡lo mataré! Quise matarlo anoche cuando vi que la besaba. ¡Oh, sí, sí que lo vi! Yo estaba vigilando…,
espiando si usted prefiere decirlo así. No me importa como lo llame usted. La había
seguido a ella… porque sospechaba algo. Estaba tan distinta…, tan cambiada… Ya
nunca se pone las flores que yo le elijo como siempre. Parece haberse olvidado de que yo existo. Yo me di cuenta de que algo se había interpuesto entre los dos. ¡Y era usted, maldito sea! ¡Oh, yo sabré hacerle lamentar todo esto!
Otra vez se estaba dejando arrastrar por la furia…, la furia enloquecida del animal
salvaje cuya pasión se retuerce de deseos fallidos. Superó todas las inhibiciones que
su crianza y educación debieron crear. Eric, en medio de aquel despliegue iracundo y melodramático, sintió un impulso de piedad por el muchacho. Neil Gordon no era más que un chico todavía y se sentía miserable y estaba sufriendo delante de él.

KILMENY LA DEL HUERTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora