CAPÍTULO 11: UN ENAMORADO Y SU MOZA

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Kilmeny estaba en el huerto cuando llegó Eric y el joven permaneció un instante alejado para observarla en la sombra del bosque de pinos y soñar con su belleza. El huerto había florecido en los últimos días en ondas de antiguas alcaraveas y la
joven estaba en medio de aquel mar florido que ondeaba en torno como el mar, bajo los efectos de la suave brisa. Tenía puesto el sencillo vestido de pálido azul estampado con el cual la había visto por primera vez. Una suntuosa vestimenta de seda no podía sentarle mejor a aquella delicada silueta. Había arrancado un par de rosas blancas y se las había puesto en el pelo, donde los delicados pimpollos parecían menos maravillosos en comparación con su rostro. Cuando Eric atravesó la abertura en el cerco, ella corrió a su encuentro con las manos extendidas, sonriendo. Él tomó las manos que se le ofrecían y miró en los ojos azules con una intensidad que los hicieron vacilar por primera vez. Bajó Kilmeny la vista y un leve sonrojo se extendió por sus mejillas. El corazón de Eric latió con fuerza porque en aquel sonrojo reconoció la
vanguardia de un amor.

—¿Estás contenta de verme, Kilmeny? —preguntó, tuteándola por primera vez en
un tono significativo.
Ella asintió y escribió un poco torpemente.

—Si, ¿por qué me lo preguntas? Tú sabes que siempre me alegro de verte. Tenía
miedo de que no vinieras. No viniste anoche y yo estuve muy preocupada. Nada en el huerto pareció ya atractivo. No pude ni siquiera tocar el violín. Traté de hacerlo, pero no conseguí obtener más que lamentos. Esperé hasta que se hizo noche y entonces regresé a casa.

—Siento mucho haberte decepcionado, Kilmeny. No pude venir anoche y algún
día te diré porqué. Me quedé en la casa para aprender una nueva lección. Siento mucho que me hayas echado de menos… no, estoy contento. ¿Puedes comprender cómo es que una persona puede estar contenta y triste por una misma cosa? Kilmeny volvió a asentir.

—Sí, no podía entenderlo antes, pero ahora sí. ¿Aprendiste tu nueva lección?

—Si, la aprendí completamente. Fue una lección maravillosa, una vez que la
entendí. Trataré y de enseñártela a ti algún día. Ven al viejo banco, Kilmeny. Hay algo que quiero decirte, pero antes, ¿quieres darme una rosa? La joven corrió hasta un macizo de flores y con cuidadosa deliberación buscó un pimpollo semiabierto, perfecto y se lo ofreció…, era un pimpollo blanco con un levísimo rubor rosa en torno a su corazón de oro.

—Gracias; es tan hermoso como una mujer… que yo conozco —dijo Eric.
Una mirada pensativa despertose en el rostro femenino ante tales palabras y
Kilmeny echó a andar con la cabeza baja hacia el banco de madera en el huerto.

—Kilmeny —dijo Eric seriamente—, voy a pedirte que hagas algo por mí. Quiero
que me lleves a tu casa contigo y que me presentes a tu tío y a tu tía.
Ella levantó la cabeza y lo miró asombrada, como si le hubiese pedido que hiciera algo imposible. Pero comprendiendo por la seriedad de su cara que Eric hablaba muy en serio, una expresión de melancolía se extendió por su rostro. Luego sacudió la cabeza casi violentamente y pareció estar haciendo un poderoso e instintivo esfuerzo para hablar. Después tomó su lápiz y escribió con febril rapidez:

—No puedo hacer eso. No me pidas que lo haga. Tú no comprendes. Ellos se
enojarían mucho. No quieren que nadie se acerque siquiera a la casa. Y nunca más
me dejarían venir al huerto. ¡Oh, tú no lo has dicho en serio! ¿No es cierto?
Él sintió piedad por la angustia que leyó en sus ojos, pero tomó las finas manos en
las suyas y replicó con firmeza:

—Sí, Kilmeny, te lo he pedido en serio. No está bien que nosotros nos estemos
encontrando aquí como hemos venido haciendo, sin el conocimiento y el
consentimiento de tu familia. Ahora no puedes entender esto, pero… créeme… es así.
Ella lo miró inquisitivamente, desesperadamente en los ojos. Lo que allí leyó pareció convencerla, porque se volvió muy pálida y una expresión de desolación
apareció en su rostro escondido. Luego, librando sus manos, escribió lentamente:

KILMENY LA DEL HUERTOOn viuen les histories. Descobreix ara