CAPÍTULO 6: LA HISTORIA DE KILMENY

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El miércoles por la tarde Eric fue al huerto otra vez; y otra vez fue defraudado. Regresó a su casa dispuesto a resolver el misterio por medio de las preguntas. La suerte lo favoreció en esta oportunidad porque encontró a la señora Williamson sola, sentada junto a la ventana oeste de la cocina y tejiendo una gran media gris. Tarareaba suavemente para sí mientras tejía y Timothy dormitaba tranquilamente
a sus pies. La buena mujer miró a Eric con sereno afecto en sus grandes y cándidos ojos. El señor West le había gustado. Pero Eric había sabido buscar su camino hasta los más íntimos recovecos de su corazón, en razón de que sus ojos eran tan parecidos a los del niño que ella había sepultado en el cementerio de Lindsay muchos años atrás.
—Señora Williamson —dijo Eric con afectada indiferencia—, la semana pasada
acerté a meterme en un viejo huerto abandonado que hay detrás de los bosques. Un sitio encantador y salvaje. ¿Sabe usted a quién pertenece?
—Supongo que ha de ser el viejo huerto de los Connors —respondió la señora
Williamson después de un instante de reflexión—. Me había olvidado por completo de que existía. Deben haber pasado ya más de treinta años desde que el señor y la señora Connors se fueron de allí. Su casa y sus graneros se incendiaron y le vendieron los terrenos a Thomas Gordon, para después irse a vivir a la ciudad. Los dos han muerto ya. El señor Connors solía mostrarse muy orgulloso de su huerto. No había muchos huertos en Lindsay en aquella época, aunque casi todo el mundo tiene uno ahora.
—Había una jovencita allí tocando el violín —dijo Eric fastidiado al descubrir
que le costaba un verdadero esfuerzo hablar de «ella» con naturalidad y no lograba impedir que la sangre se le subiera a las mejillas mientras lo hacía—. Huyo velozmente muy asustada tan pronto como me vio, aunque no creo que yo haya hecho ni dicho nada que pudiera asustarla o mortificarla. No tengo la menor idea de quien puede ser. ¿Lo sabe usted?
La señora Williamson no dio una respuesta inmediata. Apoyo el tejido en su falda y miró fijamente a través de la ventana como si se formulara seriamente alguna pregunta antes de hacerlo. Por fin dijo con una entonación de afectuoso interés en su voz:
—Supongo que debe ser Kilmeny Gordon, maestro.
—¿Kilmeny Gordon? ¿Quiere usted decir la sobrina de Thomas Gordon, de quien
hablo su esposo?
—Sí.
—Me resulta difícil creer que la niña a quien yo vi en el huerto pueda pertenecer
a la familia de los Gordon.
—Bueno, si no era Kilmeny Gordon, no sé quién puede haber sido. No hay otra
casa cerca de ese huerto y he oído decir que la chica toca el violín. Si era Kilmeny,
quiere decir que usted ha visto lo que muy poca gente de Lindsay ha visto, maestro. Y aun esos pocos no la han visto desde muy cerca. Nunca la he visto yo misma. No es extraño que se haya escapado, pobre niña. No está acostumbrada a ver gente extraña.
—Me sentiría muy contento de saber a ciencia cierta que ésa es la única razón que tuvo para huir —declaro Eric—. Admito que no me complace en absoluto que una
muchacha se asuste de mi persona en la forma en que ella se asusto. Se quedo blanca como un papel y tan aterrorizada que no pronuncio una sola palabra. Huyó como un gamo espantado.
—Bueno, de todas maneras no podría haber pronunciado ninguna palabra —
replico la señora Williamson muy serena—. Kilmeny Gordon es muda.
Eric quedó envuelto en un doloroso silencio por un momento. Aquella hermosa criatura afectada por una desgracia semejante… ¡Era horrible!
Mezclado con su pena, experimentó un extraño sentimiento personal de
arrepentimiento y desasosiego.
—No puede haber sido Kilmeny Gordon entonces —protestó por último recordando algo—. La muchacha que yo vi, tocaba exquisitamente el violín. Nunca
he oído nada parecido. Es imposible que una sordomuda pueda ejecutar con su violín en esa forma.
—¡Oh! Es que no es sorda, maestro —respondió afectuosamente la señora
Williamson mirando a Eric por encima de sus antiparras.
Recogió su tejido y reinició la tarea.
—Ésa es la parte más extraña del caso, si es que hay algo en esa criatura que
pueda ser más extraño que otra cosa. Puede oír tan bien como cualquier persona normal y entiende todo lo que se le dice. Pero no es capaz de pronunciar una sola palabra y nunca ha podido según dicen. La verdad es que nadie sabe mucho de ella. Janet y Thomas jamás se refieren a ella ni tampoco Neil, el chico. A Neil se lo ha interrogado intensamente sobre el asunto como usted podrá suponer, pero nunca ha querido responder nada de lo que se refiere a Kilmeny y se pone furioso si se le insiste.
—¿Por qué no se puede hablar de ella? —preguntó Eric impaciente—. ¿Cuál es el
misterio que la rodea?
—Es una historia triste, maestro. Supongo que los Gordon miran su existencia
como una especie de desgracia. En cuanto a mí, pienso que es terrible la forma en que ha sido criada. Pero los Gordon son gente muy rara, señor Marshall. Yo le reproche al «padre» por decirlo así, como usted recordará, pero es la verdad. Tienen modalidades muy particulares. ¿Ha visto usted realmente a Kilmeny Gordon? ¿Que aspecto tiene? He oído decir que era muy bonita. ¿Es verdad?
—Me parece a mí que es muy hermosa —dijo Eric con tono de suma cortesía—.
¿Pero cómo la han criado, señora Williamson? ¿Y por qué?
—Bueno, tendría que contarle a usted toda la historia, maestro. Kilmeny es
sobrina de Janet y Thomas Gordon. Su madre fue Margaret Gordon, la hermana más joven. El viejo James Gordon vino de Escocia. Janet y Thomas nacieron allá y eran muy pequeños cuando vinieron. Jamás fueron gente muy sociable, pero aun así solían visitar a algunos vecinos y los vecinos solían ir por allí. Eran gente buena y honrada, aunque se los considerara un poco raros.
»La señora Gordon murió pocos años después que llegaron aquí y cuatro años
más tarde, James Gordon volvió a Escocia y regresó con una nueva esposa. Ésta era
mucho más joven que él y era muy hermosa, como me decía siempre mi madre. Era afable, alegre y le gustaba la vida social. La casa de los Gordon fue una casa muy distinta después que llegó ella y hasta Janet y Thomas suavizaron un poco sus modales. Parecían gustar de su madrastra, según he oído decir. Seis años después, la segunda esposa de James murió también. Murió al nacer Margaret. Dicen que al viejo James Gordon se le destrozó el corazón con esa muerte.
»Janet crió a Margaret. Tanto ella como Thomas y el mismo padre, malcriaron a
la niña. Conocí muy bien a Margaret Gordon en una época. Teníamos la misma edad e íbamos juntas a la escuela. Siempre fuimos muy buenas amigas hasta que llegó el momento en que se volvió en contra de todo el mundo.
En aquel entonces ya era una muchacha bastante extraña, pero a mí siempre me
gustó, aunque no ocurría lo mismo con la mayoría de la gente. Tenía algunas
enemistades profundas, pero también disponía de algunas muy buenas. Así era ella. Hacía que la gente la quisiera entrañablemente o que la odiara. Aquellos que la querían eran capaces de atravesar el fuego y el agua por ella.
Cuando creció fue muy bonita… alta y espléndida, como una reina, con grandes
trenzas negras y mejillas y labios rojos. Todos los que la veían, trataban de mirarla
una segunda vez. Creo que estaba un poco consentida de su belleza, maestro. Y era muy orgullosa, ¡oh!, era sumamente orgullosa. Le gustaba ser la primera en todo y la mortificaba no sacar una gran ventaja sobre los demás. Era terriblemente decidida también. No era posible contenerla ni un milímetro, maestro, una vez que había decidido hacer cualquier cosa. Pero era tierna y generosa. Podía cantar como un ángel
y era muy inteligente. Podía aprender cualquier cosa con una simple mirada y era muy aficionada a la lectura.
»Mientras hablo de ella me vuelven todas aquellas escenas a la memoria y la veo
cómo era y cómo miraba y cómo hablaba y actuaba… y veo los gestos que solía
hacer con las manos y la cabeza. Le aseguro que es como si la tuviese aquí presente en vez de estar allí tendida, en el cementerio de la iglesia. ¿Me haría usted el favor de encender la lámpara, maestro? Me estoy sintiendo nerviosa.
Eric se puso de pie y encendió la lámpara, muy asombrado de aquella
desacostumbrada muestra de nerviosidad por parte de la señora Williamson. ¡Era
generalmente tan calmosa y serena!
—Gracias, maestro, así estamos mucho mejor. Ahora ya no pensare que Margaret
Gordon está aquí escuchando todo lo que digo. He sentido esa impresión hace un
momento. Supongo que pensará usted que tardo mucho en llegar a Kilmeny, pero es necesario que le diga estas cosas. No es que quiera hablar tanto de Margaret, pero no se como mis pensamientos se dirigen hacia ella: Bueno, Margaret, paso el examen de ingreso y fue a la Academia de la Reina, para obtener su título de maestra. Le fue muy bien en los estudios y egreso con muy buenas calificaciones, pero Janet me contó que había llorado amargamente porque al leerse las listas había alguien por encima de ella.
Se fue entonces a enseñar en una escuela de Radnor. Allí fue donde conoció a un hombre que se llamaba Ronald Fraser. Margaret no había tenido un pretendiente hasta entonces. Hubiera podido tener a sus pies a cualquiera de los mozos de Lindsay de haberlo querido, pero no se dignaba mirarlos. Dicen que era porque pensaba que nadie era merecedor de sus favores, pero las cosas no eran así, maestro. Yo lo sé porque Margaret y yo solíamos hablar de esos temas como lo hacen todas las muchachas. No creía que se debiera ceder ante nadie, si es que no se estaba muy segura. Y no encontraba en Lindsay a nadie de quien se sintiera segura.
Este Ronald Fraser era un forastero de Nueva Escocia y no había quién supiera
mucho de él. Era viudo a pesar de ser muy joven. Había levantado un negocio allá en
Radnor y las cosas le iban muy bien. Era realmente buen mozo y tenía la manera de
hablar que les gusta a las mujeres. Se decía que todas las muchachas de Radnor
estaban enamoradas de él, pero no creo que su peor enemigo se animara a asegurar que él les concediera mayor importancia. Jamás dio la sensación de que estuviera consciente de su existencia; pero la primera vez que vio a Margaret Gordon se enamoro de ella y ella de él.
Vinieron juntos a la iglesia de Lindsay al próximo domingo y todos comentaron
que formaban una pareja definitiva. Margaret estaba maravillosa ese día, ¡tan
encantadora y femenina! Se había acostumbrado a mantener la cabeza bien erguida, pero ese día la llevaba levemente inclinada y los ojos negros miraban
preferentemente hacia abajo. Ronald Fraser era muy alto, rubio y con los ojos azules.
Hacían la pareja más estupenda que he visto nunca en mi vida.
Pero el viejo James Gordon y Thomas no lo aprobaban, lo mismo que Janet. Me
di cuenta de eso perfectamente en una oportunidad en que, siendo viernes por la
noche, acompañe a Margaret a la casa desde Radnor. Supongo que nadie les habría gustado tratándose de un pretendiente de Margaret. Pensaban que nadie podía merecerla.
Pero Margaret se les impuso en aquella ocasión. Era capaz de hacer cualquier
cosa con ellos, apoyándose en la circunstancia de que ellos la mimaban y la
contemplaban tanto. El padre fue el que resistió más tiempo pero finalmente cedió,
consintiendo que se casara con Ronald Fraser. »Tuvieron una boda grandiosa… todos los vecinos fueron invitados. A Margaret siempre le gustó impresionar. Yo fui la madrina de casamiento de Margaret, maestro. La ayude a vestirse y nada la complacía porque quería superarse ante Ronald Fraser. Fue una novia hermosa, vestida de blanco, con rosas rojas en el pelo y en la pechera. No quiso ponerse rosas blancas porque sostenía que le daban la impresión de ser flores para un funeral. Era una pintura. La puedo ver en este momento, tan claramente, tan claramente como la vi esa noche, sonrojándose y palideciendo alternativamente y mirando a Ronald con ojos de enamorada. Si alguna vez una muchacha amó a un hombre, ésa fue Margaret Gordon. Casi me hacia sentir temor. Le entregó a él la devoción que no está permitido entregar a nadie más que a Dios, maestro, y yo creo que eso es siempre castigado. Se fueron a vivir a Radnor y por un tiempo todo fue bien. Margaret tenía una linda casa y estaba alegre y era feliz. Se vestía muy bien y se divertían muchísimo.

KILMENY LA DEL HUERTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora