Capítulo Cero

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El mito de Hades y Perséfone

Perséfone era hija de Deméter, la diosa de la Tierra y la agricultura. Siempre solía correr por los bosques, en compañía de otras ninfas como ella, para recoger todo tipo de flores y cuidar de ellas, tal y como le había enseñado su madre.

Un día Hades, dios de la tierra de los muertos, se encontraba paseando fuera de sus terrenos y se internó en lo más profundo del bosque, donde habitaban las ninfas.

Allí vio por primera vez a Perséfone, quien bailaba con tanta gracia y alegría, que el dios del inframundo quedó prendado de su belleza.

Aterrado por la idea de que ella lo rechazara por su aspecto macabro y su fama de dios despiadado, comenzó a urdir un plan para desposar a la doncella. Encantó una de las flores en el bosque y en cuanto Perséfone acudió a recogerla, observó la tierra abrirse bajo sus pies, conduciéndola hasta los confines del Inframundo.

Deméter, desesperada ante la desaparición de su hija, la buscó por nueve días y nueve noches, hasta que el Sol le contó lo que había presenciado.

Llena de furia, Deméter bajo a sus dominios abandonando la Tierra, que sin sus cuidados se quedó estéril y dejo de dar frutos. La diosa estaba dispuesta a recuperar a su hija, pero era demasiado tarde. Ella se había casado con Hades convirtiéndose en su reina. Además, había probado las semillas de una granada, la fruta del Inframundo. Por lo que no podía abandonar aquel lugar.

Zeus, dios del trueno, intercediendo por Deméter y llegó a un acuerdo con su hermano. Perséfone pasaría la mitad del año con él y la otra con su madre. Y así fue. Cada vez que la ninfa regresaba al lado de Deméter, traía consigo la primavera, y cuando volvía con su amado esposo, el invierno azotaba la tierra.

 Cada vez que la ninfa regresaba al lado de Deméter, traía consigo la primavera, y cuando volvía con su amado esposo, el invierno azotaba la tierra

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—Este es el mito de Hades y Perséfone, y será la obra que interpretaremos, solo que con unos ligeros cambios. Cada uno de ustedes tiene diez minutos para su monólogo de audición. Sedúzcanme, conmuévanme, demuéstrenme porque pertenecen aquí.

Félix toma asiento frente al escenario con algunos de sus colegas, para ver las audiciones de los aspirantes, antes de que estos se fueran tras bambalinas para prepararse, después de oír su discurso. El mito de Hades y Perséfone es su obra más ambiciosa hasta la fecha y necesita a lo mejor de lo mejor, para que se interpreten los papeles principales.

Las audiciones serán en pareja. Casi todos los aspirantes son recién egresados de la universidad de artes escénicas Juilliard, lo cual es a propósito; no es que él crea que los actores más experimentados de su teatro no podrán hacer un buen trabajo, pero para esta obra quiere caras nuevas y frescas. Quiere hacer algo nunca antes visto, y para eso necesita actores nunca antes vistos.

Los primeros en subir al escenario son Diana Cortez y Jordan Trembalay. Ella 24 y él 25; presuntamente son pareja. Las luces se apagan, los reflectores se encienden, ellos comienzan su danza. Su forma de moverse en el escenario es magnífica, casi hipnótica.

La química entre ellos es innegable, pues se mueven como uno solo; es evidente que tienen mucho tiempo bailando juntos. Según su expediente, la chica es una prodigio, la mejor en todas sus clases, algo que definitivamente estaba demostrando. El muchacho, por su parte, no es tan sobresaliente como ella, pero su forma de moverse es excepcional y puede seguirle el ritmo sin problema.

La música cesa y ambos se separan, es momento del monólogo. Diana empieza a actuar, cautivando con cada palabra, con cada gesto, con cada mirada a todos los que allí la observan, incluyendo una figura en las sombras que no puede apartar su vista de ella.

Al finalizar todos se levantan para darle una ovación de pie, lo que sonroja a la chica. Pronto su novio la toma de la mano y ambos salen del escenario. Los próximos en subir son Estela Johnson y Henry Li, ambos son buenos, sin embargo, la pareja anterior es muy superior.

Mientras las audiciones continúan, una figura encapotada, la misma que observaba a la delicada bailarina en el escenario, ahora la mira mientras espera los resultados, desde un lugar oculto. Conoce el teatro como la palma de su mano, por lo que le es fácil escabullirse entre los rincones sin ser detectado. Se queda allí por horas, incluso después de que ella se marcha, la visualiza parada junto a él, sonriéndole...

—Ulises... —La voz de Félix lo sobresalta.

—¿Sí?

—¿Qué haces aún aquí? Es hora de irnos.

—Sí, lo sé... solo quería revisar algo. —Ulises lo acompaña a cerrar el teatro y luego camina con él hasta llegar a su auto— ¿Qué tal las audiciones? —pregunta con desenfadado.

—Mejor de lo que pensé, encontré a mi Perséfone —anuncia Félix victorioso—. Su nombre es Diana y es majestuosa.

—Diana, ¿eh? No sé cuál sea, pero si te impresionó tanto es porque debe ser buena.

—Lo es, creo que acabo de descubrir a la próxima gran estrella de Broadway. En fin, chico. Es hora de ir a casa, buenas noches.

—Buenas noches.

Félix se sube a su auto, mientras que Ulises se pone sus auriculares y empieza su marcha a pie hacia su departamento; sin realmente poner atención a la música que fluye entre sus oídos, y pensando en una sola cosa en todo el camino:

«Diana».

Al llegar a su departamento Ulises se quita los zapatos y luego el abrigo, rebelando su pelo blanco, al igual que el de sus cejas y sus pestañas, amarrado en una coleta. Entra en el baño, donde lava su cara, estrujando con cuidado sus sensibles ojos rojos. Una vez sale del baño, enciende la calefacción y, al entrar en calor, decide quitarse la camiseta de mangas largas que traía puesta debajo del abrigo, dejando al descubierto su escuálido torso de tez extremadamente blanca. La cena son unos fideos sobrantes de la noche anterior que recalienta en el microondas.

Al terminar lava los platos sucios para evitar el desorden, algo que detesta, y luego seca sus manos con una toalla. Busca la escoba y barre el lugar, aunque sabe que lo hizo antes de salir esta mañana y que no hay nada tirado en el suelo, es solo por si acaso.

Una vez listo, busca un lienzo en blanco y lo coloca en un bastidor; busca sus óleos y empieza a delinear los rasgos que vio esta noche. Tomando como modelo la imagen de la hermosa bailarina, que se quedó grabada en su mente, dibuja sus grandes y almendrados ojos color ámbar; su exótico tono de piel bronceado; su blanca y delicada sonrisa; su ondulado pelo color chocolate...

Al terminar dejó caer el pincel al suelo, maravillado ante el retrato de su musa.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora