Capítulo Veintitrés

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Ulises se queda sorprendido al escucharla. Nunca antes lo había invitado a su casa, siempre se reúnen en el apartamento de él. Después de aceptar, Verónica le da la dirección. Casi una hora después Ulises llega al lugar que resulta ser una casa solitaria en las afueras de la carretera. Es de dos pisos, de color blanco con tejas rojas en el techo; luce antigua pero bien cuidada. No tiene jardín frontal, solo una cerca de madera que marca el territorio de la propiedad. En el garaje puede verse estacionado el auto de Verónica.

Le paga al taxi antes de desmontarse y caminar hacia la puerta de la entrada, la cual toca dos veces. Puede escucharla gritar desde dentro de la casa, y se pregunta con quién está peleando. Esa pregunta pronto es respondida, pues cuando Verónica por fin abre la puerta, un hombre que reconoce al instante pasa por su lado antes de salir de la casa. Sus miradas se sostienen por unos segundos, el susodicho lo mira desconfianza, mientras que él le dirige una mirada de asombro.

La puerta se cierra de un portazo haciéndolo reaccionar y mira a Verónica confundido, ella por su parte, vestida simplemente con un albornoz corto amarrado a la cintura, le dedica una seductora sonrisa.

¿Acaso ella y Óscar...?

—Sé lo que estás pensando. Es mi hermano. Vive aquí momentáneamente —contesta ella la pregunta que se estaba formulando en su mente. Aunque eso es igual de confuso.

—No sabía que eran parientes y menos que vivían juntos.

—Hay mucho que no sabes de mí. —En eso está de acuerdo, ella apenas habla sobre sí misma.

Después de salir del choque de ver a Óscar y descubrir el parentesco con su amante, se relaja un poco y le echa un ojo a la fachada de la casa. Es pulcra, minimalista y acogedora. No es muy grande, pero sí mucho más que su apartamento. Hay muebles modernos y elegantes de cuero rojo, que contrastan con el blanco de las paredes. Algunos retratos en blanco y negro de ella están colgados alrededor. La cocina es abierta, puede ver un comedor de cuatro sillas en la misma. Hay una mesa pequeña en el medio de la sala y otra en el angosto pasillo con una puerta al final y otras tres a los lados, asume que son el baño y las habitaciones. Por último, una enorme araña de luces que cuelga desde el techo ilumina el lugar.

Verónica le hace una señal con el dedo para que se acerque, y él se da cuenta de que ha permanecido en el mismo lugar desde que entró. Camina hacia ella con cautela, hasta que está lo suficientemente cerca para percibir el olor a rosas en su pelo recién lavado, es agradable, aunque no tan hipnotizante como el perfume de frutas dulces de Diana. Recordarla hace que reviva el momento en que él por fin le expresó sus sentimientos y ella sin más lo rechazó. Su anfitriona nota el repentino ceño fruncido y lo toma de la mano.

—Ven, imagina que soy ella -susurra en su oído—. Déjame ser tu Diana.

Le da un rápido y feroz beso en los labios antes de dejar caer el albornoz y guiarlo hasta su cama. El cuerpo de Ulises reacciona físicamente a ella sin ningún problema, sin embargo, aunque lo intenta no puede engañar a su mente. Ella no es Diana y nunca lo será. Aun así, le hace el amor de forma violenta, tomando el control por primera vez. Es como si estuviera descargando en ella todo su enojo y frustración, mientras que la mujer disfruta de las embestidas bruscas y el trato casi despectivo hacia su cuerpo. Le clava las uñas en su espalda y lo incita continuar, rogándole que no le tenga ni una pizca de clemencia. Al llegar al clímax una lágrima baja por la izquierda mejilla del chico.

Ulises se deja caer sobre la cama con la mirada perdida en la nada

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Ulises se deja caer sobre la cama con la mirada perdida en la nada. No se siente mejor que antes, todo lo contrario. Ella se pone de pie y cubre su cuerpo con un camisón.

—El rechazo duele, lo sé. Pero la batalla aún no ha terminado. —Voltea a verla con desgana.

—Tú no viste sus ojos, Verónica. Solo había lástima y repulsión en ellos. Soy patético por pensar que ella podría verme de otra forma.

—No eres patético. —Se acerca a la cama con sigilo, hasta que sus rostros están a pocos centímetros el uno del otro-. Te dije qué si quieres algo debes tomarlo y hacerlo tuyo.

—Pero eso hice...

—No, tú preguntaste. Está bien preguntar, lo que no está bien es aceptar un no por respuesta.

—¿Y qué puedo hacer? —pregunta mirando fijamente sus ojos verdes.

—Ven conmigo. —De un salto baja de la cama y se encamina hacia la puerta, haciéndole una señal para que la siga.

Él recoge su ropa del suelo y se viste tan rápido como puede para ir tras ella. Ambos salen de la habitación y van hacia una puerta al final del pasillo. Verónica la abre y ambos entran en la penumbra de la habitación, bajando algunos escalones, con cuidado de no tropezar. Es imposible ver algo hasta que ella enciende una tenue luz que le permite ver con horror el motivo por el cual lo llevó allí. A unos metros de distancia se encuentra un hombre amordazado y atado a una silla; por lo que puede apreciar también se encuentra desmayado. Ulises mira a su anfitriona, quien esboza una gran sonrisa al ver al sujeto, camina hacia él y se agacha para despertarlo con suaves palmadas en el rostro.

—¿Qué diablos es esto Verónica? ¿Quién es ese hombre? —pregunta él confundido, sin poder entender lo que está pasando.

—Él es Raúl —dice volteando a ver rápidamente a Ulises, para luego poner nuevamente su atención en el hombre secuestrado—. Es el hombre que amo, y esto es lo yo estoy dispuesta hacer por amor. Este es mi proceso.

El tal Raúl por fin reacciona a las palmadas y abre lentamente los ojos, que están rojos e hinchados que se entrecierran para poder enfocar. Apenas si puede levantar la cabeza, lo que indica que está muy débil. No se ve golpeado, pero sí pálido y malnutrido.

—Veró... Verónica eres tú. Te amo, te amo, por favor suéltame... te amo.

—Lo sé amor, lo sé. Solo un poco más, ya casi estás listo.

El pintor se queda petrificado al escuchar esas palabras, ¿desde cuándo lo tendrá allí en esas condiciones?

De repente algo capta su atención, la luz es muy tenue para ver bien, pero el atuendo del hombre le parece una sotana. Entonces lo recuerda, hace unas semanas cuando volvió al consultorio del doctor Toledo leyó sobre un sacerdote que había desaparecido hacía poco más de tres meses. Era el mismo que tenía frente a él. Incapaz de seguir soportando ver esa locura, camina fuera de la habitación hasta volver al pasillo. Necesita aire, siente que no puede respirar; inhala y exhala con ferocidad, intentando calmarse.

—¿Te sientes bien? —Se voltea sorprendido al oír su voz.

—¡No Verónica, no me siento bien! ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué tienes un sacerdote secuestrado?

—Sé que esto puede ser confuso para ti, pero no te asustes. —Camina hasta él, despacio, hasta lograr tocar su rostro con suavidad-. Debes relajarte para poder entender el proceso.

—¿De qué proceso me hablas? —Intenta alejarse de sus manos, pero sus pies no le responden.

—Te he elegido, Ulises. Yo sé cuánto la amas, conozco tu pasión por ella y quiero ayudarte. Diana te amará de la misma forma que Raúl me está amando a mí.

—Eso no es amor, es miedo —replica.

—El miedo puede ser un gran afrodisíaco; además, lo increíble de los sentimientos es que pueden transformarse, moldearse a tu gusto. Solo tienes que lograr que sienta algo, ya sea odio... o temor.

—Yo no puedo hacer eso, no puedo ser como tú. —Al escucharlo, ella lanza una risotada que le hiela la sangre.

—La única diferencia entre tú y yo es que tú crees que somos distintos, y yo sé que somos exactamente iguales. Estás preparado, puedo verlo en tus ojos. No temas, yo te guiaré.

Un escalofrío recorre su cuerpo al escuchar lo que dice. Finalmente logra hacer que sus pies reaccionen y se aleja de ella a toda prisa.

—Estás loca —le dice antes de salir de esa casa.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora