Capítulo Ocho

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Al llegar a casa, Ulises, se desploma sobre su cama sin quitarse ninguna prenda. El supuesto club de los amadores imposibles o, mejor dicho, de los perdedores rechazados como él, no fue tan malo como pensó que sería. El fundador, Óscar, el mismo que lo recibió en la puerta, sirve como una especie de consejero que trata de animar a todos aquellos que se sienten infelices por no ser correspondidos a no rendirse en el amor y seguir adelante a pesar de todo. Le parece un buen sujeto.

Sin embargo, quien de verdad llamó su atención fue esa enigmática chica de ojos verdes. Nunca cruzaron palabra en todo el tiempo que estuvo allí. Tampoco escuchó la historia de por qué está en el club, ya que, por suerte, contarlo no es obligatorio. Él tampoco dijo nada, a pesar de que Óscar le insistió. Ella solo lo miraba y, Ulises, no entiende el porqué. Está seguro de que no la conoce, jamás olvidaría un rostro como ese, y la idea de que estuviera interesada en él le resultaba ridícula.

Se levanta de la cama y va hasta su escrito; toma asiento en su silla de madera, busca en el cajón su libreta de dibujos junto con un lápiz de carbón y empieza a dibujar en ella la mirada penetrante de la chica, tratando de hacerlo a la perfección, sin olvidar ningún detalle. Al terminar su creación se queda viendo el dibujo detenidamente; es como si ella estuviera ahí, mirándolo otra vez, con esos ojos misteriosos y llenos de secretos que, por alguna razón él quería descubrir.

El ruido de un auto en la calle hace que voltee la mirada y se encuentre de frente con uno de los ojos ámbar dibujados cuidadosamente en uno de los retratos que hizo de Diana. Apenado, toma la libreta y el lápiz y los guarda en el bolsillo frontal de su abrigo. No quiere confundir las cosas; es cierto que esa chica logró intrigarlo, pero su corazón ya le pertenece a alguien más. 

Desde un estratégico escondite, Hades, observa a Perséfone mientras toma un baño bajo la cascada acompañada de algunas ninfas del bosque, que la veneran como si de una reina se tratase

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Desde un estratégico escondite, Hades, observa a Perséfone mientras toma un baño bajo la cascada acompañada de algunas ninfas del bosque, que la veneran como si de una reina se tratase. Ellas lavan y peinan su cabello mientras enumeran sus atributos. Nunca había visto algo tan hermoso; él, un ser de tinieblas y oscuridad, siente que sus ojos ven la luz por primera vez, una luz que lo hace desear que nunca más sea de noche.

Ninfa 1: Su cabello es tan suave como una brisa de verano.

Perséfone: Quisiera ser una brisa de verano, e ir de acá para allá a mi antojo.

Ninfa 2: Las auroras tienen envidia de sus ojos.

Perséfone: ¿Cómo podría una aurora envidiar mis ojos, que no han visto más que este bosque?

Hades escucha la amargura en las palabras de su amada. Su reino es grande y basto, lo suficiente para ella, como su reina, jamás se canse de explorar. Tenía que encontrar la forma de conquistarla, de hacerla suya. Nada se interpondría en su camino.

Deméter aparece de repente, alejando a todas las ninfas.

Deméter: ¿Qué es lo que empaña tu mirada mi niña?

Perséfone: Madre... Madre...

—Línea, por favor

—"Nada empaña mi mirada más que la compañía de los que en realidad no están conmigo" —le recuerda Félix a Diana por tercera vez.

—Sí, lo siento, ya lo tengo.

—Tomen un receso de diez minutos y luego lo retomaremos desde el principio.

Este día está resultando horrible para Diana, no ha sido capaz de concentrarse en los ensayos y a causa de eso ha estado olvidando sus líneas constantemente. Normalmente este tipo de cosas no le pasan a ella, pero desde esta mañana cuando le escribió a su madre preguntándole si todo estaba bien entre ella y su padre y ella no le respondió, no ha podido pensar en otra cosa.

—¿Estás bien amor?

—Sí, solo estoy cansada.

Jordan le ofrece una botella de agua que ella acepta. Mientras bebe del líquido no puede evitar sentir que todos la están juzgando por sus errores. Siempre se ha esforzado al ciento diez por ciento para ser la mejor en cada cosa que hace. Es algo que ha hecho desde niña, su miedo a defraudar a los que los demás, en especial a sus padres, y que piensen que es una pérdida de tiempo el creer en ella es su mayor motivación.

Los padres de Diana nunca han tenido mucho dinero, por lo que al principio estaban reacios a pagar las costosas clases de baile que ella les pedía, creyendo que era solo una faceta.

Antes de por fin aceptar le dejaron bien en claro que invertir todo ese dinero en ella podría significar su ruina si ella no resultaba ser buena. Eso significó una gran presión para ella, pero al final le dio resultados positivos, por eso lo aplicaba con las demás personas; siempre debía ser perfecta, era la única forma de ser respetada y valorada, fallar significaba el repudio de todos, y en ese momento estaba fallando. 

—Señor Dubois, —Diana intercepta a Félix después de despedirse de su novio y amigos cuando se dio por terminado el día— me permite un segundo, quisiera pedirle un favor

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—Señor Dubois, —Diana intercepta a Félix después de despedirse de su novio y amigos cuando se dio por terminado el día— me permite un segundo, quisiera pedirle un favor.

—Por supuesto, ¿Qué deseas?

—Primero quería pedirle disculpas por todos mis errores hoy, no es mi intención hacerle perder el tiempo.

—Cariño, todos tenemos días malos. Fue solo un par de equivocaciones.

—Es que yo no estoy acostumbrada a equivocarme tanto, de hecho, casi nunca me equivoco —dice apenada. Su intención no es de enaltecerse a sí misma, sino dejar claro que siempre se esfuerza mucho para ser impecable en cada cosa que hace.

—Me agrada esa soberbia —dibuja una media sonrisa en su rostro—, pero recuerda que nadie es perfecto —concluye.

—Lo sé, aun así, prefiero evitar fallar. La otra cosa que quería pedirle es si me permitiría venir mañana a ensayar. Sé que los actores estaremos libres, pero en verdad me gustaría aprovechar algunas horas extras.

—En serio eres muy dedicada. Está bien, supongo, los chicos estarán aquí mañana, pero se irán un poco más temprano.

—Gracias, de verdad, muchas gracias —dice con efusividad.

Félix hace un gesto de despedida con la cabeza. Diana lo mira alejarse, para luego salir ella misma del teatro y caminar hasta el estacionamiento donde está su bicicleta. Está tan distraída liberándola de la cadena de seguridad y poniéndose su casco, que ni siquiera nota que alguien está tras ella; alguien que la ha estado observando todo el día y dibujando algunas partes de su rostro, como sus ojos y su sonrisa, en una libreta de bolsillo, sin que nadie se dé cuenta; esa misma persona ahora la observa alejarse mientras cubre su cabeza con la capota de su abrigo. 

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora