Capítulo Uno

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Todos los actores y bailarines que fueron seleccionados el día anterior están reunidos en el teatro a la espera de saber qué papel interpretarán. Diana está especialmente emocionada, es la primera vez que trabajará de forma independiente y profesional en una obra teatral con alguien tan famoso como Félix Dubois.

Desde pequeña se ha dedicado a la danza y ha sido campeona en diversos torneos y concursos, además de haber participado en presentaciones exclusivas para la reina de Inglaterra y el presidente de Estados Unidos, pero su experiencia en la actuación es casi nula, por lo que le sorprendió mucho el haber sido elegida.

Sin embargo, lo que más le alegra es poder compartir esta experiencia con su mejor amiga Estela y su novio Jordan. Estela y ella se conocen desde los seis años de edad y lo que las unió fue su amor por el baile. Fueron a la misma escuela y universidad, participaban en los mismos torneos y, aunque por lo general ella resultaba triunfante en sus enfrentamientos, eso nunca creó ningún problema en su amistad.

Jordan es su novio desde hace tres años. Jamás pensó que ese chico atrevido y mujeriego que conoció en la universidad se convertiría en el amor de su vida. Está casi segura de que es el hombre con quien desea casarse y tener una familia, aunque claro, primero quiere que alcancen sus metas laborales; su sueño es que juntos se conviertan en la pareja más famosa de Broadway, y esta obra sería el inicio de todo.

Félix Dubois entra por la puerta principal y, con un elegante andar, se acerca al escenario sosteniendo unas carpetas. Inmediatamente el bullicio de los presentes se acalla, dando paso a un silencio espectral. Diana casi tiembla por los nervios, así que Jordan sostiene su mano, dándole un ligero apretón y dedicándole una de sus arrebatadoras sonrisas cuando ella voltea a mirarlo. La sensación que recorre su cuerpo cada vez que mira sus hermosos ojos azules, su pelo castaño con ese corte hipster que lo hace ver tan sexy, sus carnosos labios y esa piel caucásica tan tersa y suave, es casi indescriptible. La única definición posible es amor, amor verdadero.

—Felicidades a todos por haber sido elegidos para esta obra. —Comenzó a decir con su marcado acento francés—. Siempre he dicho que actuar es solo para inteligentes, porque puedes mostrar quien realmente eres y hacer que los demás piensen que es solo un personaje o puedes interpretar un personaje y hacer que todos crean que es tu verdadero ser. —Todos se quedan maravillados con esta frase—. Empezaré a entregarle sus papeles: Diana, tú serás Perséfone. Jordan, serás Hades. Estela, serás Deméter. Henry, tú serás Zeus.

Mientras Félix continúa otorgando los papeles restantes a cada miembro del elenco, todos aplauden con alegría cada vez que alguien es nombrado. Todos excepto Estela, quien no está contenta con su papel. Ella quería ser Perséfone, se había esforzado tanto entrenando y ¿Para qué? Para que una vez más la mosca muerta de Diana se robe lo que le pertenece y la deje con el segundo lugar. Traga hondo e intenta disimular su descontento; tiene que fingir que todo estaba bien y que se alegra por ella, después de todo son las mejores amigas.

Ulises desde las sombras observa todo lo que sucede, hasta que una señal de Félix le indica que tiene que salir al escenario para ser presentado junto con los demás técnicos. Esa parte la odia, pues siempre que se presenta ante los actores tiene que lidiar con sus expresiones de sorpresa y desagrado al verlo.

—Como ya saben yo seré el director, productor y guionista de esta obra, sin embargo, nuestro Staff técnico aún es desconocido por la mayoría de ustedes, así que quiero presentárselos porque desde hoy en adelante seremos una familia. Ellos son Francisco y Edward, los musicalizadores; Melissa y Cristina, encargadas de maquillaje y vestuario. —Félix continúa nombrando a los tramoyistas, iluminadores y demás miembros del equipo hasta que llega su turno—. Por último, les quiero presentar a nuestro escenógrafo, Ulises Montes.

Ulises da un paso al frente y se quita la capota de su abrigo, revelando que es albino, y produciendo en los actores nuevos esas miradas de asombro que tanto le desagradan y a la vez, a las que está acostumbrado. Incluso puede escuchar algunas risitas de uno de ellos, del chico con rasgos asiáticos para ser exactos, Henry le parece que es su nombre.

Sin embargo, poco le importa lo que otros pienses de su aspecto. Después de sobrevivir a toda una infancia llena de burlas y humillaciones, lo que alguien pueda decir a estas alturas le es indiferente. Aunque, por otro lado, si le aterraba la opinión que Diana tuviera sobre él. Por eso había evitado mirarla todo este tiempo hasta que, por instinto, sus ojos buscaron los de ella y sus miradas se encontraron. Para su sorpresa ella le sonríe por un instante antes de romper el contacto y mirar a otro lado.

La agradable sensación que le produjo el ver esa sonrisa dirigida hacia él permanece en Ulises aún después que Félix despide a todos los actores, entregándoles a cada uno una copia de su guion antes de irse, solo quedando en el teatro ellos dos y unos cuantos técnicos.

—Ulises ¿Te importaría pasar por mi oficina? —le pidió Félix.

Ulises se sobresalta un poco, pues no se dio cuenta cuando Félix se acercó, pero, sin decir nada deja la brocha y la lata de pintura aun lado y lo sigue hasta su oficina.

—Toma asiento —le indica. Ulises obedece y se tienta en la extravagante silla de piel de leopardo sintética que está junto a él—. ¿Qué te parece el elenco de la obra?

Ulises duda mucho que lo haya llamado para hacerle esa pregunta tan absurda, además ¿Qué opinión podría tener él? En el tiempo que lleva trabajando allí ha descubierto que los actores son personas egoístas, insufribles e hipócritas, pero como casi nunca dice lo que realmente piensa, solo se limita a decir:

—Me parece un gran elenco, creo que la obra será sensacional.

—¿Has ido a visitar a tu madre? —pregunta Félix de repente.

—Sí, hace unos días. —Miente.

—¿En serio? Porque el otro día fui a visitarla y no vi flores en su tumba.

—Nunca le gustaron las flores. —Se excusa Ulises. Félix se inclina hacia él y extiende su mano hasta tocar su hombro.

—Sé que no fue la mejor madre, pero ahora está muerta, no te sirve de nada guardarle rencor.

Ulises no le guarda rencor a su madre ¿O tal vez sí?, la verdad no está seguro. Solo sabe que es muy doloroso visitar su tumba, mientras los recuerdos de verla colgada en su habitación cuando solo tenía dieciocho años, asaltan su mente. Mira a Félix a los ojos y por un segundo, se siente conmovido. Sabe que a pesar de sus excentricidades es un buen hombre y su preocupación es sincera. Desde que su madre murió él ha intentado ayudarlo, por eso le ofreció trabajo como escenógrafo en su teatro.

Aunque Ulises tampoco es tonto, es perfectamente consciente de que Félix y su madre eran amantes y que él intenta cubrir el puesto que dejó su padre cuando murió, hace más de quince años. La pérdida de su esposo llevó a su madre a convertirse en una mujer amargada y resentida, incapaz de volver a demostrarle un ápice de afecto a su único hijo. Intentó buscar el amor en los brazos de otros hombres, como lo hizo con Félix, pero nunca pudo olvidarlo, y eso fue lo que la llevó a su suicidio.

—Te prometo que volveré a visitarla, y esta vez sí llevaré flores. —Miente de nuevo. Se pone de pie y se encamina hacia la puerta.

—Y, Ulises... —Lo detiene Félix.

—¿Sí?

—Tienes que volver a ir con el psiquiatra.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora