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3:33

Un helecho fresco decora la vacía habitación.
Se siente una fría brisa rozar en la punta de mis pies.
Y la luz de la pantalla de la televisión, refleja en mi copa vacía.
Lloraría, pero ya no tengo esas fuerzas.
Extraño tenerte, pero marcar el teléfono sería clavar aún más hondo la daga.
No estás aquí.
Está el helecho, un regalo de mi mamá.
Está la brisa, entrando por la ventana a medio abrir.
Está la copa vacía, ya no queda vino, ya no quedan excusas para marcarle a tu número otra vez.

Quiero creer que estas esperando mi llamada, pero son las 3:33. La ciudad está en silencio, y ya es tiempo de asumir que la gente se puede morir.

Que las voces se mueven en lo recóndito de nuestros recuerdos.
Que las voces viven entre el eco de un nuevo comienzo.

La ciudad no me habla a esta hora de la madrugada, pero me acompaña entre el trajín del medio día y ahí nadie se ha ido. Ahí todavía tomas mi mano y me llevas entre el tumulto de las personas tratando de cumplir sus rutinas. Sin embargo tú me tomas entre tus brazos y no le pertenecemos a ninguna dimensión. No hay tal cosa como un reloj en ese lugar, en ese lugar donde tus pupilas cobran mi aliento.

Pero las voces se hacen más fuertes, mucho más fuertes que yo.
Y ya no estás aquí.
Ya no te ríes sobre mis labios, y tus manos no se escurren entre mis piernas para jugar con la sombra y la luz.
Ya no estás aquí.

Está el helecho, goteando en la punta de sus hojas.
Verde, como el espacio entre nuestros cuerpos.

«Jackson» gritan mis recuerdos, «pasado» grita mi razón. Y quiero creer que en este silencio puedo escucharte aquí, a mi lado. Sobre esta áspera alfombra, entre el sudor frío de mi frente y el sabor a té verde, reformando mis sentidos.

Y ayer no hacía frío, ayer no hacía viento.

Y hoy solo quiero creer que estas aquí, pero ya ni me quedan fuerzas para abrir los ojos y no reconocerme sin ti.