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Alma mía | Jackson Wang

El cuerpo desnudo entre las sábanas, despierta, se estira y responde al reconocimiento de no estar solo.

Hay una mano sobre la cintura y otra que que apoya la cabeza del otro cuerpo presente.

Se rozan, se pegan, humedecen sus intimidades en reacción al placer de la otra presencia.

Unen sus bocas, y se llenan los estribos de la dicha por no sentir la quejumbrosa soledad.

Los ojos han revelado brillos, tantos y tan incontables que abruman el palpitar del muy negado corazón. Son brillos nuevos todos los días.

Hay dientes, dientes que se desnudan ante la vulnerabilidad de dejarse sentir nuevas y cada vez más complejas, palabras.

Y de repente cualquier atisbo de razón nos recuerda la dicha de que el otro cuerpo tenga un nombre, tenga una forma y un sentido. El otro es él, escabulléndose en cada rincón de la cordura.

Él, dejándome aferrarme a sus cabellos.

Yo, abriéndole paso a sus indulgentes intentos por hacerme creer que respirar se siente distinto en su ausencia.

Nosotros, reconociendo que gesticular pensamientos sería demasiado bullicioso.

Sintiéndonos únicos, lejanos e invencibles, despertamos.

Despierto, viéndote en un recuerdo que quiero creer que existió.

Desperté y la sabana se sintió fría, y la nariz de mi perrito reclamando su desayuno se llevó mi intención de embriagarme en la pereza. De nuevo, desperté, y estaba un cuerpo desnudo entre las sábanas.

Estaba, solo, estaba. Mirando un recuerdo que se siente como agua fresca sobre quemadura.

De su boca no saldrá la afirmación de que nunca existió.

Está su cuerpo, están los dedos de los pies reaccionando al frío del piso, están sus ojos admirando una buena fotografía.

Él, el está.

Está en la fotografía, invencible y resplandeciente. Su cerebro lo canaliza con las estrellas, y algo doloroso le lleva su corazón a lo profundo de los sistemas.

Jackson está ahí, en el poster, en la fotografía. Jackson está, pero no está aquí.