Señorita | Jackson Wang

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Miami era una ciudad feroz, y nosotros lo éramos también.

La esencia de adentrarnos en lo desconocido de soñar, donde las posibilidades rozaban la punta de nuestros dedos y se camuflaban en lo recóndito de la legalidad.

Me gustaba enterrar nuestros cuerpos en lo absurdo de entregar el alma a la lujuria, donde los instintos que se derivan del deseo guían los movimientos de nuestros cuerpos.

Encontrarlo en alguna habitación de hotel de paso, ya con su camiseta desprendida, los ojos brillando en deseo y un destello de cariño batallando la necesidad de apaciguarse, esa se estaba convirtiendo en mi imagen favorita.

Ahí, estábamos él y yo, con las ganas de perder el tiempo y no sentir que la vida nos pueda pasar la factura.

Jackson tenía todo por lo que mi familia vino a soñar aquí pero, parecía querer perderse entre mis brazos y saltar al vacío cuando el agobio de su agenda le limitaban su capacidad de recordar porque había llegado ahí.

Sus manos recorren mis muslos y levantan mi ceñida falda.

Le ahorro el trabajo de desprender mi blusa, y no mucho después un recorrido de besos se asoma entre mi vientre y mis pechos.

Había algo motivador entre el roce de su cuerpo y sus efímeras palabras, algo que me hacía olvidar porque todo lo demás en mi vida parecía tan complicado.

Porque vender la computadora para ajustar la renta, dolía.

Porque trabajar en el servicio al cliente de una agencia de viajes, dolía.

Porque estar lejos de todo lo que construye mi pasado, dolía.

Y los apellidos se desformaban a medida que los días se medían con cuanto llanto estabas preparado para aguantar.

Dolía, pero con Jackson dolía menos, vivíamos realidades inversas al menos por un par de horas, al menos unas cuantas veces al año.

Si me preguntaran si estaba enamorada de Jackson Wang, probablemente no dudaría en decir que sí.

Pero en estos últimos dos años, la vida me ha enseñado a decir que no.

"Te invito al sushi, vamos"

"No gracias, tengo trabajo en casa"

Es quizá un mecanismo de auto defensa, o solo un medio para remediar los daños que me he hecho al permitirme enamorarme de él.

Porque estoy bastante segura que la sana aventura de encontrarme en esta ciudad, no se le puede traducir en amor.

Poco sé de él, o poco me he permitido aprender, pero si algo tengo claro es que Jackson Wang, el importante mandatario de alguna de las sub organizaciones de las Naciones Unidas, el esposo ejemplar, el padre de tres niños, el modelo a seguir: también se ha quitado el derecho de amarme.

Somos esto que en las gastadas sábanas se desprende de los estigmas y nos traducimos en lo que nuestros idiomas limitan.

Cuando estoy perdida entre el sabor de sus labios, soy su señorita. La mujer que reta la perfección, la que en sus caderas dibuja un destino donde podría perderlo todo, donde un largo cabello castaño y una descendencia de hombres y mujeres amarrados a la deshonra de querer salir adelante en un mundo globalizado que no les pertenece, los atrapa en los escombros de ser de otras tierras donde la tierra vale más que las monedas por las que matan a quienes soñar demasiado les estorba.

Decoro las noches donde todo lo que somos sabe a gloria, a la adrenalina de crear un alter ego donde nada es demasiado complicado.

Donde no duele, donde tenerlo conmigo, amando que me diga "señorita" es el resultado de saber que teniendo poco, lo tengo todo.

Entrar esta noche a la habitación de hotel no tendría que ser diferente.

Pero la vida duele, y por eso no me ha dejado conocer su pecho desnudo.

Porque duele, y no encajaría jamás en la mujer que lleva de su brazo a los eventos sociales que su nivel académico y profesional le implican.

Fui esa paz, ese desenfreno que liberó la eterna espera por un algo más.

Un regreso a ser un poco joven, y sobre todo estúpido.

Besa mi frente, y con sus dedos acaricia mis pómulos.

"Te...te quiero, señorita."

Y me deja esperando despertar del delirio en vida que ha sido, enredarme en el encanto de amar.

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