Capítulo 3

124 12 2
                                    

La primera vez que entró al Quimera estaba grabada en su mente como si hubiese ocurrido horas antes. La Carrie recién llegada a Gotham era mucho más impulsiva, claro, el hecho de que uno de los clientes decidiera sobarle el culo no había ayudado; ése consiguió dos brazos rotos y los que salieron a defenderlo le hicieron compañía en la Sala de Emergencias. Ese altercado, que ahora sabía podría haberle traído serios problemas, fue el que atrajo la atención de su actual, y debía aclarar, mejor cliente, aunque a él lo vería más tarde; la visita que debía hacer en ese momento no era ni de lejos la mitad de agradable.

No miró a su alrededor mientras entraba al bar, los presentes sabían ya que era mejor ignorar su presencia, así que la chica enfundada en jeans ajustados, botas negras de tacón y cazadora blanca atravesó el local directo hasta el fondo sin que nadie la interrumpiese. El cabello recogido en trenzas que se unían en un moño alto y luego caían por su espalda, el maquillaje un tanto más oscuro del que solía llevar.

No estaba de buen humor, en absoluto, la memoria no contenía la información que necesitaba, y sí, había recuperado una reliquia familiar que ahora llevaba en su índice derecho, el zafiro familiar le daba cierto confort y había cumplido con el encargo; aun así, el mal sabor de boca prevalecía.

Después de la puerta de empleados, al final del corredor a la derecha estaba la habitación a la que se dirigía, una especie de oficina. Entró y el olor a tabaco y sudor ácido le revolvieron el estómago, Barker era su contacto en el bar, los clientes lo usaban de intermediario, al menos aquellos que aún no se habían ganado el trato VIP y podían contactarla directamente. El hombre de unos cuarenta años le recordaba más a un viejo bulldog que a una persona, pero considerando la falta de brillo en el mal recortado cabello marrón y las manchas de (lo que esperaba fuese comida y bebida) sobre la desgastada camisa amarillenta, era casi un insulto para la raza canina. Estaba sentado a un escritorio lleno de papeles, envoltorios de comida y botellas vacías, Rogue no quiso pensar en la pobre silla que soportaba el peso equivalente a casi cuatro adultos.

-Barker- llamó, un tono casi mordaz en su voz.

El hombre alzó la cabeza, fijando sus ojos negros y pequeños como canicas en ella.

-Llegas tarde, desperdicias mi tiempo.

-Anjá ¿algo más, Barker? - inquirió alzando una ceja.

-Tienes un cliente nuevo.

-No me gusta esa palabra ¿quién es? ¿Cómo llegó aquí? - el tono de su voz era claramente mordaz ahora, estaba apoyada contra la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho.

-Escuchó respecto a ti en la calle, vino a verme personalmente y paga en efectivo.

-¿En la calle? - su mal humor estaba ascendiendo por segundos, trataba de mantener su círculo de clientes lo más cerrado posible, Barker lo sabía y ahora le salía con este numerito; apenas un día después de su encuentro con Red Hood, no le gustaba nada esa línea de tiempo.

-No por mi parte, los rumores corren, Rogue.

-Y una mierda, Barker- en un segundo había cruzado hasta el escritorio, sus palmas se posaron con un fuerte golpe y sus ojos se entrecerraron estudiando al ahora intimidado cuarentón- ¿quién es y cuánto te pagó?

-No sé...

-Ni pienses en mentir, sabes que tengo poca paciencia. ¿Por cuánto me vendiste, cerdo? - la ira en su voz parecía un cuchillo.

Barker sudaba más, si era posible, sus ojos ahora aterrados se alejaron a una esquina de la habitación mientras se echaba atrás en la silla que chirrió exhausta. Rogue siguió la dirección de su mirada, sus ojos se ajustaron hasta ser capaces de ver la pequeña lente entre los gaveteros, una que ningún humano normal podría ver. Su boca se curvó en una mueca de aburrimiento, chasqueó los dedos y la cámara estalló con un chisporroteo eléctrico.

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora