Capítulo 7

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Gotham no era una ciudad turística, a menos que se considerara a los psicópatas, científicos, locos, drogadictos y resto de la poco pintoresca población como atracciones. Lo que sí poseía era a no pocos millonarios, se movía bastante dinero por una ciudad infestada de crimen vaya sorpresa. Hablando de sorpresas, Carrie volvió a enfocar la mirada en aquel joven que acababa de entrar a su local de trabajo, es decir un restaurante familiar en un sitio no demasiado seguro de la ciudad, especialmente a aquellas horas de la noche.

-Chica nueva, tu turno- anunció la otra camarera con marcado desprecio, el problema era que el dueño del local, quien además era el cocinero, era el esposo de la plásticamente voluptuosa camarera pelirroja de cuarenta y tantos, según ella misma treinta y tantos años.

Carrie se preguntaba a diario cómo era que todas esas capas de maquillaje se mantenían adheridas a su rostro durante todo el día, o de como el uniforme rosa no había cedido sus costuras de lo ajustado que lo llevaba siempre, de dónde sacaba aquel perfume que olía a rata muerta en fábrica de caramelos y de por qué nadie le había dicho nunca a la señora que su color de cabello (teñido por cierto) no iba a juego con ése particular tono de rosa.

Lo que no le causaba dudas era el tema de la animosidad contra su persona, Carrie había llegado nueva, por recomendación de Mama Marie a quien nadie en la zona tenía la habilidad de negarle nada, se había ganado la aceptación inmediata de Fabrizzio el regordete esposo/cocinero/ dueño y no era exactamente dócil hacia la pelirroja de nombre Angie. Oh eso sin mencionar el asunto de las mesas, había un total de doce mesas en el local, cada camarera atendía cuatro y los asientos de cada mesa tenían un color distinto que era igual al del uniforme de su respectiva camarera: amarillo, rosa y naranja; no, la decoración del lugar no era precisamente bonita, de hecho parecía haber sido mal decorado en los ochenta y nunca retocado desde entonces. Angie le correspondía el rosa, Martha una joven mulata de carácter agradable y permanente sonrisa, el amarillo; lo cual la dejaba a ella con el naranja, aquel horrendo naranja que detestaba en aquel uniforme de camarera igual de horrendo, odiaba el trabajo sin dudas; aún así sus mesas siempre estaban ocupadas, al igual que las de Martha, las de Angie... bueno quién querría que su comida huela a esa cosa que ella llama perfume; ciertamente no a ella, ni a aquel cliente.

Un hombre joven, bastante atractivo, cabello negro con un curioso mechón blanco, ojos azules como el hielo, chaqueta de cuero marrón, pantalones oscuros y un pulóver gris. Carrie se acercó a la mesa, él la vio con curiosidad primero, luego descaradamente la recorrió de arriba abajo y sus labios dibujaron una sonrisa socarrona, la conclusión de Carrie fue simple: sexy a matar e imbécil a muerte, definitivamente NO era su tipo.

-Buenas noches- saludó con fría cortesía, su nuevo cliente olía a tabaco y a pólvora, nada raro en aquella ciudad- ¿Qué quiere del menú?

La sonrisa de ése se ensanchó de inmediato, y ella se irritó de inmediato, la pregunta era clara en un intento de evitar estúpidos coqueteos o frases con doble sentido.

-Mejor algo que no esté en el menú. ¿Eres nueva, muñeca?

La rubia rodó los ojos y señaló el pasador con su nombre abrochado al uniforme.

-El nombre es Carrie y si no quiere nada del menú, le ofrezco la puerta, no hacemos comidas a pedido.

-Nada mal, muñeca- ella estaba pensando seriamente en borrarle esa sonrisa del rostro a patadas- el nombre es Jason, sé buena y tráeme una hamburguesa con papas y una cerveza fría.

Apuntó rápidamente la orden y fue a la cocina, había estado dispuesta a desfigurarle el rostro al imbécil si intentaba tocarla pero no fue necesario.

Entregó la orden en la cocina con un humor de perros, la noche había estado bastante tranquila hasta ese mismo momento, llevó un pedido a otra de sus mesas bajo la atenta mirada del tal Jason: eran dos oficiales de policía que rondaban los cuarenta, bastante amables, así que los atendió con una sonrisa, su rostro cambió en una milésima de segundo para lanzarle cuchillas al trigueño.

BrujaWhere stories live. Discover now