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STELLA

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—Tu madre tiene un nombre muy bonito—murmuro con una sonrisa volteando a ver a Constantine.

Él tenía la mirada perdida en las rosas. Una mirada triste y nostálgica. ¿Será que...? ¡Oh por Dios! Siempre meto la pata.

—Un nombre bonito para una mujer bonita—dice después de segundos. Luego voltea a verme y esboza una media sonrisa un poco forzada—, como el tuyo.

Me le quedo mirando sin decir nada. Ha querido cambiar el ambiente que él había tornado triste por mi culpa. Por andar de preguntona. Aún no es el momento para tantas preguntas porque siempre detrás de cualquier objeto, planta, foto, o equis cosa, queda una huella marcada para siempre.

Me siento un poquitín triste—poquitín mucho—, ya sin Constantine decirme lo que ya sé. Se notó mucho que su madre Vyolet ya no está con él y aún le sigue afectando. Y me afecta a mí porque sé lo mucho que es perder a un ser querido. En especial a un padre o a una madre.

—¿Stella?

—¿Ah?—que mensa. Me he quedado pasmada hablando conmigo misma olvidándome que el demonio estaba frente de mí.

—¿Pasamos? ¿O te quieres quedar ahí parada todo el día?—lo último lo dice para fastidiarme. Así que ruedo los ojos.

—Pasemos. Muero de hambre y ya quiero probar el sushi. Por cierto,¿hiciste el pedido?

—¿Cómo lo pedía si venía manejando?—refuta.

—Cierto. —digo. Constantine abre la puerta y me deja pasar primero—. ¿Lo pido ahora?

—Andas muy parlanchina hoy, cielo.

—Y tú un poco amargado ahora—contesto devuelta.

Me adentro más a la casa y la observo por dentro. Es acogedora, espaciosa y muy bonita. No tiene tantas cosas de decoración, solo simples cuadros, en el centro de la sala hay un juego de muebles color blanco con una mesa de madera a su altura y veo retratos de fotografía. Hay muebles de vidrio con copas y artefactos extraños. Hay una alfombra grande en todo el piso.

Lo cual me pide inmediatamente quitarme las sandalias y disfrutar de la suave alfombra. Un candelabro viejo y con un toque vintage está colgado en todo el centro de un comedor sencillo.

—¿Tú decoraste la casa? Porque parece obra tuya.

Él detrás de mí se ríe bajito y ligeramente.

—Yo la decoré, sí. ¿Te gusta?

—Es acogedora. Me siento cómoda—respondo, señalando mis pies y esbozando una sonrisa que al demonio parece gustarle porque sonríe igual.

—Pediré el sushi. Puedes explorar la casa, cielo.

Frunzo el ceño.

—¿Yo sola? Qué aburrido. La idea es que me la muestres tú.

Me sorprendo por la forma en la que hablo atrevidamente, pero, no se lo demuestro.

Constantine alza una ceja.

—¿Te la muestro yo?

—Cada rincón.

Eso sonó con doble intención,pienso.

—¿Ah, sí? Dame un minuto, hago el pedido, y te mostraré todo lo que quieras.

Como que de repente empieza a hacer calor. Mis mejillas se encuentran rojas y mi corazón late frenéticamente. Observo a Constantine sacar de su saco un teléfono y pienso, hasta el momento, no lo he visto usar un teléfono, que recuerde. Es un IPhone 6 rosado. Me imagino que no lo ha de usar mucho.

LASCIVIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora