09

17K 885 949
                                    

STELLA

Una semana. Una semana más sin verlo. Ni siquiera había sabido de sus hermanas, todos desaparecieron. Me sentía en un estado de confusión total porque no entendía qué pasaba. El estrés para mí se había convertido en una rutina, pero no específicamente del trabajo. Todo estaba más tranquilo por esa parte.

Lo que me tenía en estrés total es la conversación que tuve con las gemelas. No lograba comprender. No lograba encajar nada porque, ¡no tenía pistas de nada! No sé quién mierdas es Constantine Agatone. No sé quién es ese demonio. Y me dolía una parte por dentro. También me había estado sintiendo completamente sola, sin su presencia.

Tenía que admitir que extrañaba estar con él.

Suspiré.

Tenía que buscar manera de hacer algo. Estaba completamente aburrida. Mis hermanos de seguro jugaban en el play o están estudiando, mi madre, durmiendo, mientras que yo, me desvelo pensando en el demonio.

Cerré los ojos por un momento. Necesitaba hallar algo que me llevara a él o que lo hiciera traer devuelta. De un momento a otro, un bombillo se encendió en mí. Tenía una idea. Me puse un abrigo largo, unos zapatos, me amarré el cabello y salí volando de mi habitación. En la cocina, busqué un lapicero y una hoja y escribí que estaría en casa de Constantine. Eran las diez de la noche. Tomé mis llaves y las del auto, cerré la puerta con todo el silencio que pude hacer y me adentré al auto.

Inhalé aire.

He recordado que cuando estuve con él por última vez en su casa, quería abrir la nevera pero no me lo permitió. No sé si serán cosas mías, pero, ¿tendría que ver?
Quería saberlo.

Así que, encendí el auto y arranqué suavemente hasta entrar en carretera. En diez minutos ya estaba en el camino que creía correcto que me llevaría a su casa. La carretera se veía sola y desolada. Estaba bien pendiente de que no saliera un cuervo.

—¡Joder! Creo que hablé de más.

En vez de salir un cuervo, salió un hombre que me hizo frenar de golpe para no llevarmelo de por medio. Una moto estaba a su lado, con un charco que parecía ser aceite botado. El hombre se acercó a mi ventanilla y lo pude reconocer. Era el muchacho que había entregado la comida ese día.

—Perdona que te haya detenido de esa manera—habla a través del vidrio—. Pero necesito tu ayuda.

No tenía mal corazón para dejarlo aquí botado. Así que bajé la ventanilla.

—En... ¿en qué puedo ayudarte?

—Mi moto ha botado todo el aceite y el motor de arranque no funciona. Me he quedado sin batería, ¿te importaría prestarme tu móvil?

—Tienes suerte de que lo haya traído—respondo, desbloqueando mi celular y poniéndole el teclado para llamadas. En realidad, mi celular estaba en el auto.

—Muchas gracias, de verdad—se da la vuelta y comienza a hablar por teléfono.

Observo su chaqueta negra y sus pantalones negros. Es fuerte, alto, y con el cabello castaño más o menos largo. Me pregunto que haría a estas horas de la noche por una carretera tan solitaria.

Él diría lo mismo de ti.

La voz molesta de mi subconsciente hace su presencia. Me quedé mirando los lados de la carretera. Solamente había de los dos lados un bosque con árboles gigantes que daba miedo. Al finalizar su llamada, me entrega el móvil.

—Chica, de verdad, muchas gracias. No pensé que fuera a pasar alguien, creí que pasaría la noche aquí—dice, con una sonrisa amable.

—Me llamo Stella—musito—. De hecho, tienes suerte. ¿Vendrán por ti?

LASCIVIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora