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STELLA

Ya había amanecido. Sentía el sol pegando fuertemente contra mi rostro, fastidiando mi sueño.

Aunque toda la noche no dormí tan bien. Desde la muerte de mi padre, es imposible que duerma bien. La cama perdió su comodidad, ahora son puros resortes que se clavan en mi espalda, mis costillas, haciendo que no duerma perfectamente.

Pero he aprendido a lidiar con ello.

Antes de abrir mis ojos, me estiro. Los huesos de mi cuerpo responden y bostezo. Aún tengo sueño. Restriego mis ojos con el dorso de mi mano, y los abro, llevándome un gran susto.

—¡Joder!—grito. Mi corazón empieza a latir como loco. Yo cierro mis ojos nuevamente, los restriego de nuevo, y vuelvo a abrirlos—. No, no, no. Mira, no tenemos dinero, aquí no encontrarás nada, yo...

El hombre, que está sentado en una pequeña silla incómoda, se ríe.

Me siento pálida, débil, asustada.

¿Qué está sucediendo? ¿Es un sueño? Si no lo es,¿cómo entró a mi casa?

—Tienes una boca muy sucia como para creer en Dios—farfulla y al escuchar su voz, un escalofrío me recorre.

Se escuchó real. Su voz rasposa,dura y gruesa sonó en toda la estancia de mi habitación.

—¿Có–cómo dices?

Aquél hombre se levanta. Me asusta aún más y me siento de golpe en la cama retrocediendo hasta que pego mi espalda del copete de la cama.

Esto no puede estar sucediendo. ¿Me violará?

—¿Dónde está mi familia? ¿Qué has hecho con ella? ¿Qué quieres? Dios, ésto no puede estar pasando, no...

Escucho reír al hombre mientras yo junto mis manos y empiezo a rezar internamente, pidiendo ayuda, pidiendo que mi familia esté...

—No hagas eso. No conmigo aquí—abro mis ojos. Tiene sus brazos cruzados y me observa expectante, molesto.

—¿Qué...?

—Rezar—lo ví tragar saliva y alzar una ceja.

No estoy entendiendo nada.

¿Por qué sigue ahí?

¿Qué quiere?

—Stella, ¿recuerdas qué pediste anoche? ¿Y a quién?

Frunzo el ceño.

Tomando un poco de valor, salgo de mi cama y tomo más distancia. El hombre se mueve hacia la izquierda, que es dónde está la puerta de mi habitación. Trago grueso cuando se ha percatado de mis intenciones.

—Ni siquiera lo intentes, Stella.

—¿Quién eres? ¡¿Qué haces aquí?! ¡Responde! ¿Dónde están mi madre y mis hermanos?—le grito, con las lágrimas en mis ojos.

Su rostro se vuelve rojo.

—Te acabo de hacer una pregunta, Stella.

—Has irrumpido mi casa, mi habitación, mi privacidad, nuestra privacidad,¡¿y eres incapaz de decirme quién carajos eres y qué haces aquí?!

El hombre sonríe de lado, de una manera malvada, frívola que me da miedo.

—Tienes agallas, y eso me gusta—es lo único que dice y hace que esté perdiendo el miedo, la paciencia y el temor—. Me llamo Constantine.

Frunzo el ceño.

—¿Constantine?

—Sí.

Mi boca se seca.

LASCIVIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora