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STELLA

Hoy era miércoles. Y estaba observando como Constantine junto a otro muchacho, cargaban las cajas que habíamos empaquetado con ropa, recuerdos, platos, sábanas, utensilios, comida, y un poco más. También estaba mirando a mi madre quién parecía llorarle a su pequeño jardín del frente,pero si supiera que teníamos una casa nueva con un gran terrenal, esas lágrimas ya ni las recordaría.

Seguro que el pequeño jardín del frente tampoco.

Me gustaba verla vestida de esa manera. Mi madre era joven, me tuvo a mí a los 20 junto con mi padre que también tenía la misma edad y luego tuvo a mis hermanos a sus 32. El día de hoy tiene 45 y su rostro aún luce joven. Sólo que descuidado. Pero de eso me encargaría luego, haría que mi madre brillara y se concentrara ahora en ella. En fin, llevaba una braga roja de tela suave, con una chaqueta blanca y unos tacones rojos. La combiné perfecta.

Le compré unos pendientes de perlas y un collar de perlas también, ella luce espléndida.

—No quiero abandonar mi hogar, Stella—apoya su cabeza en mi hombro. Escucho como sorbe su nariz y muerdo mi mejilla.

—Ay mami, vendremos cuando la casa esté lista—mentiras, aún no mandaré a hacer nada, quizá dentro de dos años lo haré.

—¿Cuánto faltaría?

—No lo sé mami. La tumbarán por completo.

Me hago la triste.

Pero es que la verdad me sentía emocionada y esa razón era por Constantine, que estaba haciendo de mi vida feliz al ver a mis pequeños hermanos felices. También a mi madre, claro, pero aún ella no demostraba estarlo, pero en el fondo, sabía que sí.

Suspiré cuando la puerta fue cerrada por mí y guardé las llaves. Era el final, nos estábamos mudando. Me di la vuelta y observé a Constantine quién estaba justo al frente de mi.

—¿Qué?

Entre cerré mis ojos sospechosamente. Constantine ladeó una sonrisa que me pareció tanto como escalofriante tanto como linda.

—No, nada—encoge sus hombros—. ¿Nos vamos?

—Eso creo.

Se dió la vuelta y empezó a caminar. Yo lo seguí después, y ya a punto de subirme al auto, le eché una última mirada al barrio que se estaba perdiendo, le di la última mirada a la casa en la que había crecido. Y me di cuenta que para comenzar de nuevo hay que dejar las cosas en el pasado. Pero las memorias, el recuerdo, lo mantendría presente.

Me subí al asiento de copiloto, y mis hermanos me bombardearon en preguntas.

—¡Stella! ¡Dinos, por favor!

—¡Sí! ¡Queremos saber en dónde queda y cómo es!

—Niños, dejen a su hermana tranquila y quédense quietos—espetó mi madre y ellos se quedaron callados de inmediato.

—¡Quiero el cuarto más grande!—exclamó Owen.

Reí y rodé mis ojos.

El camino a la nueva casa fue extremadamente corto. Pasamos por la ciudad hasta llegar a la urbanización donde viviríamos ahora. Owen y Mary se quedaron boquiabiertos al ver casas hermosas, lujosas y grandes, mientras que mi mamá, estaba sin decir ni una sola palabra. Observaba en silencio.

No sé porqué, pero me sentía muy nerviosa.

Constantine paró en frente a mi nueva casa, y bajó primero que nosotros para ayudar al muchacho del camión de mudanzas con las cajas.

LASCIVIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora