Cuatro.

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Con cuidado hizo ademán de bajarme pero en vez de eso, se echó a correr mar adentro. Pataleé con todas mis fuerzas pero comprendí que si seguía haciendo eso, Matt perdería el equilibrio y caeríamos los dos. Tenía que mantenerme inmóvil. El hermano de Diane continuó caminando y noté que el agua había subido de nivel un poco más conforme él avanzaba: eso era una mala señal.

—Matt —susurré—, está oscuro ya... volvamos.

—No pasará nada —prometió.

Finalmente nos detuvimos y me rendí: estiré mis brazos y las yemas de mis dedos tocaron apenas el agua salada.

—¿No te cansas? —pregunté después de notar que Matt permanecía en la misma posición, no lucía cansado.

—No pesas mucho.

—¿Es un cumplido?

—Uno muy sincero.

Fruncí los labios.

—El punto es que... ya me cansé yo, así que si fueras tan amable ¡bájame!

Escuché a Matt reír y sentí cómo con cuidado trataba de ponerme en el piso; sin embargo, no fue así. Una ola muy grande que venía a una gran velocidad se estrelló contra nosotros provocando que Matt cayera junto conmigo. El agua salada entró en mis oídos, mi boca y de no haber cerrado mis ojos con fuerza, probablemente también hubiera entrado ahí. Traté de regresar a la superficie pero la corriente nos arrastraba lejos. La mano de Matt atrapó la mía y tras patalear por un buena rato contra la marea y las olas, salimos.

El aire entró en mis pulmones y comencé a toser por el exceso de sal en mi organismo. El hermano de Diane me atrapó por la cintura y con sumo cuidado me llevó a la orilla. Tardé un momento en poder hablar y de escupir toda la sal de mi boca.

—Casi muero.

—¡No es verdad! —se sentó—. ¿Fue increíble, no?

—Fantástico —espeté con sarcasmo.

Ambos guardamos silencio y no tardé en echarme a reír. Matt se unió a mi risa y pronto estábamos arqueándonos a carcajadas. Realmente no sabía cuál era el motivo exacto de la risa, pero la situación era ridícula: estábamos mojados, repletos de arena, con los pulmones rebosantes de sal, bajo un cielo nocturno y la parte más boba era que casi había muerto ahogada en menos de un metro de profundidad.

—No te volveré a hacer caso —murmuré—, y un día de estos me pondré muy pero muy gorda para que no me puedas cargar.

—Te divertiste, dilo.

—Lamento decepcionarte —sonreí—. Fue espantoso.

Dicho eso me puse de pie y corrí a la casa repleta de arena. Matt me siguió y cuando cruzamos el umbral riendo, notamos la presencia de Diane.

—¿Qué les pasó? No me digas que... ¡no puedo creerlo! —exclamó antes de dejarnos decir algo—. ¡Muchachos, existen las camas! ¿Qué tal si había niños mientras ustedes dos...?

—¡Diane no hicimos nada de lo que tu cochina mente perversa está pensando! —se apresuró a decir Matt.

—¿No? Agh —gruñó un tanto ¿desanimada?—. Creí que Emma podría hacerte sentar cabeza, es tu tipo.

Matt levantó las manos en señal de rendición y aproveché la oportunidad para irme a mi alcoba a bañarme y a dormir: estaba muerta. Me di un largo baño para deshacerme de la arena y del agua salada, me puse mi pijama y me fui a la cama a leer un rato. Ana Karenina fue el primero que vi y lo empecé a hojear bajo la luz de la lámpara de la mesita de noche junto a mi cama.

Para Siempre.Where stories live. Discover now