Treinta y dos.

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—En unos meses —aseveré.

—Genial, ¿puedo pasar a ver a Henry?

—Seguro —le dije—. En la puerta de la izquierda.

Kim pasó al cuarto del niño y Tyler y yo nos quedamos solos en la sala. Aparté mi mano y me la llevé a mi regazo.

—No quiero que estés molesto conmigo, es sólo qué...

—Hablamos más tarde —se limitó a decir.

Me tragué el nudo de mi garganta que amenazaba son salir en forma de lágrimas en cualquier momento y fui a la alcoba de Henry. La trabajadora social estaba platicando con él y decidí irme a la cocina para darles un poco de privacidad. Tyler estaba ahí bebiendo agua y al ver que seguía enojado, cogí mi bolso y me senté de nuevo en el mullido sillón para ver los medicamentos que el cardiólogo me había mandado esa vez.

La mayoría de ellos eran costosos pero sabía que el seguro de gastos médicos los cubrirían, también mi operación. Repentinamente me sentí temerosa por la intervención quirúrgica puesto que el otoño pasado, el médico de Dublín me había dicho que esa operación era muy peligrosa y que solamente se hacía en casos muy extremos: en caso de que el corazón siguiera sin aparecer. Metí la receta médica en mi bolso cuando escuché que Kim y Henry salían de la alcoba. Regresaban sonrientes.

—¡Tyler! —saludó el pequeño y fue corriendo hasta donde él estaba.

El hombre lo atrapó y lo estrechó entre sus brazos. Vi que lo elevaba por los aires y escuché la risa del pequeño.

—Has hecho un buen trabajo —me felicitó la trabajadora social.

—¿Eso crees?

—Absolutamente. ¿Sabes? Nadie creía en ti y has demostrado ser madura y responsable. Henry está en muy buenas manos.

—Gracias —sonreí—. ¿Ya podré quedarme con él para siempre?

—Mañana es el juicio a medio día. Sólo te tienes que presentar y firmar unos papeles —aseguró.

—Entonces, hasta mañana.

Kim se fue y pronto llevamos a Henry a dormir. El cielo ya estaba pintado de negro y el largo día empezó a cobrarle a mi cuerpo una noche de descanso.

—Será mejor que me vaya —murmuró Tyler en cuanto salió del cuarto del pequeño rubio.

Asentí con la cabeza y lo acompañé hasta la puerta.

—No quiero que estés molesto.

—¿Y cómo quieres que esté?

—¡Estoy harta! —estallé—. ¿El problema es Matt? ¿ese es el problema? —pregunté con las manos echas puños—. ¡Tus malditos celos! Esos sí son el problema —dije bajando un poco la voz para que el niño que dormía en la otra habitación no me escuchara—. No entiendo porqué estás celoso. ¿No te has puesto a pensar que si quisiera a Matt tanto como te quiero a ti, fuera su novia? ¡Piénsalo! —grité.

—¿No te has puesto a pensar lo difícil que todo esto es para mí? —me preguntó—. Emma, te amo más que a mi vida entera y quiero tenerte a mi lado el resto de mis días... —se acercó poco a poco a mí y tomó mi rostro entre sus manos—. Y no me importa el hecho de que mantengas contacto con Matt, es tu amigo y sé que lo quieres... y te juro que no estoy molesto por eso, estoy molesto por saber que no puedo ayudarte. Estoy molesto porque me aterra saber que te operarán y de no mostrarme lo suficientemente fuerte para apoyarte... es la razón por la que estoy molesto.

Lo abracé y aspiré su aroma. Quise recordarlo para siempre y mantenerme entre sus brazos el resto de mis días. Sentí sus labios sobre mi cabello y su respiración acompasada.

Para Siempre.Where stories live. Discover now