Epílogo.

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La sala de espera parecía ser cada vez más pequeña y comenzaba a hartarme estar en ese sitio sin tener noticias de Emma. Habían pasado varias horas desde que la había visto entrar en ese quirófano y la incertidumbre me estaba matando.

Miré el reloj que estaba pegado a la pared y vi que pasaban de las 7. ¡¿A qué hora iba a ir el doctor?! Me puse de pie y comencé a caminar alrededor de la mesa de café tratando de calmar mi angustia. James y Holly estaban hablando en voz baja y después silencio.

Me volví de inmediato y vi al doctor avanzar hacia nosotros. Su expresión no me agradaba.

—¿Familiares de Emma Adams?

—Nosotros —dijo James.

—Lamento lo que estoy por decir pero Emma no soportó la operación, falleció durante la intervención.

No logré procesar la información.

—Tuvo un ataque cardiaco. Su corazón ya no resistía más y...

Holly ahogó un grito y empezó a llorar. Su esposo la abrazó y yo no pude más. Con trabajos me conseguí sostener en el sillón y no puedo creer que lo que había dicho el médico. ¿Emma? No, no...

Una enfermera se acercó a mi y con suavidad me movió.

—¿Tyler Adams?

Levanté mi mirada y vi los ojos azules de la enfermera a través de una cúmulo de lágrimas. Me dio una carta y en cuanto vi la letra de Emma, fui incapaz de leerla.

La lancé lejos y me llevé las manos al rostro conteniendo mi frustración. ¡¿Cómo era posible que Dios me la hubiera quitado?! Apenas habíamos iniciado nuestra vida juntos, apenas nuestro ‘para siempre’ estaba comenzando.

No pude seguir en ese sitio otro segundo más. Salí de ahí a tomar un poco de aire y vi que mi madre salía de su coche. En cuanto me vio, corrió hacia mí y me estrechó entre sus brazos.

—Hijo...

—Se fue, se fue... —logré decir.

Las siguientes semanas fueron terribles. No solamente su ausencia me mataba día con día, si no que también me mataba ver a Henry cada día. Explicarle la noticia no había sido fácil. El pequeño había perdido a su madre y a su abuela en ese accidente y ahora Emma, era demasiado para él. Mas sin embargo, lo tomó con madurez.

Ahora me encuentro aquí. Subiendo la colina bajo un cielo nublado, su carta parece arder dentro del bolsillo de mi pantalón. No hace falta abrirla, la sé de memoria y cada vez que la recuerdo, siento lo mismo que la primera ocasión que la leí.

Había sido un año después de la muerte de Emma. Los recuerdos me habían embargado de dolor y por más que tratara de alejarlos de mí, la opresión en mi pecho era cada vez más fuerte. La carta había estado en mi mesita de noche y esa tarde, de tormenta, la leí.

“Tyler:

Si estás leyendo esto es porque no salieron las cosas bien. Pues, estoy aterrada por la operación y también porque aparezcas en cualquier momento y no pueda terminar esta carta.

Te amo y por favor, por lo que más quieras, no te desmorones. Sigue adelante, no lo hagas por mí, hazlo por Henry. Él ha perdido demasiado en su vida y no quiero ocasionarle más daño, te imploro que cuides de él como si cuidaras de mí. Sé que lo quieres tanto como yo y que no es necesario que te pida eso. No lo dejarás solo, de eso estoy segura.

También te pido que cuides de Holly y James, están grandes y aunque se tienen el uno al otro, les vendría bien que estuvieras con ellos. Pero lo más importante es que te cuides tú. No me puedo ir tranquila sin saber que estás bien, que vuelves a ser tú de nuevo.

Gracias por haberme hecho creer nuevamente en que todos podemos tener un ‘para siempre’ en su historia, por hacerme reír, llorar y enojar. A tu lado, ese poco tiempo, pude vivir intensamente, ¿y sabes por qué? Porque fui feliz.

Siempre te amaré Tyler Adams.

Y cuando digo ‘siempre’, es para siempre.

Tuya,

Emma.”

—¡Papá! ¿te puedes apurar?

—Ya voy... —refunfuñó y maldigo por haber comprado esos zapatos nuevos que solamente sirven para torturar mis pobres dedos.

Llegó finalmente a la cima de esa colina y puedo ver el cementerio. Realmente nada a cambiado en él y aunque a veces me arrepiento por haber enterrado a Emma en Dublín, sé que ningún otro sitio pudo haber sido más perfecto que ese.

—¿Quieres que te cargue? —se burla mi hijo.

—No, gracias.

—Entonces, ¡el último que llegue lava los platos en un mes!

Dicho eso se echa a correr. Lo sigo y como es de esperarse él llega primero. No se espera un minuto más y empieza a limpiar la tumba de sus abuelos y de su madre. Corta el pasto, remplaza las flores y ora un momento.

Después me mira y sonríe.

—¿Está aquí, cierto?

—Sí.

Y es verdad. Cada vez que pienso en ella, que aparece en mis sueños, que estoy en ese cementerio, en la banca del centro de Dublín o en aquella duna en Malibú sé que está ahí. Han pasado casi veinte años, pero sé que ella sigue aquí.

Para Siempre.حيث تعيش القصص. اكتشف الآن