Veintisiete.

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Tragué saliva y mi mirada se desvío la pequeño niño que estaba inmerso en la canción. Parecía tan indefenso y tan ajeno a nosotros que me dieron unas repentinas ganas de estrecharlo entre mis brazos y jamás soltarlo. En la universidad nos habían mencionado una vez eso. Fisiológicamente hablando, dejar de hablar, valga la redundancia, era imposible pero a veces, debido a algún trauma las personas decidían dejar de hacerlo y vivían así la mayoría de los casos, siempre aunque raros y contados eran los que lo hacían tiempo después y gracias a terapias. Los siguientes días, después de pasar la tarde con los niños, iba con Molly al mismo café y platicar. Me alegraba poder conversar con alguien que fuera ajeno a todos mis problemas y preocupaciones. Pero la cosa empeoró cuando faltaba solamente una semana para navidad.

Mis noches de insomnio se habían vuelto muy frecuentes porque me empezaba a costar trabajo respirar y tenía que estar tomando medicamentos que me ahuyentaban el sueño. Matt, que estaba al tanto de mi enfermedad, insistía constantemente en que fuéramos a ver a un especialista en LA o que por lo menos le llamara a mi abuela, pero me negué. Estaré bien, solía decir.

Pero esa tarde, cuando había llegado del centro con nuevos avances que contar, me desmayé en el porche. Por lo que me dijo el médico que llamó Matt, mi pulso se había vuelto irregular y había estado inconsciente un par de horas. Cuando se fue y darme una receta médica, el hermano de Diane se acercó a mí y me miró a los ojos.

—Me asustaste.

—¡A mí también! —dijo Diane—. ¿Y por qué no me dijiste la verdad, Emma? Creí que confiabas en mí.

—Diane, yo...

—Le hablé a tu abuela —intervino Matt.

Desencajé la mandíbula.

—¿Qué hiciste qué?

—Emma, debes de decirle y...

—¡Agh! —grité—. ¡¿Por qué?!

—¡Porque lo merece saber! —respondió igual de alterado que yo: era la primera vez que lo veía así—. ¿Acaso no entiendes que me preocupo por ti?

Sacudí la cabeza rendida y me puse de pie.

—Sí, pero eso no te da ningún derecho de meterte —dije bajando la voz.

Matt estaba por replicar algo pero el teléfono sonó antes de que pudiera hacerlo, me precipité sobre él y dije con toda la calma que pude poseer en ese momento:

—¿Diga?

No obstante nadie respondió, sólo escuchaba una respiración al otro lado de la línea.

—¿Diga? ¿hay alguien ahí? —pregunté confundida y sentí que Matt me retiraba el teléfono—. ¡Hey! Estaba hablando por teléfono.

—¿Con quién? —repuso con sarcasmo y se alejó de mí—. ¿Hola? ¡Oh, sí! Sí, ya... Bien... Sí, se lo dije... No muy bien... No lo sé, trataré que me haga caso... No lo olvido... Claro que lo haré... Adiós.

El hermano de Diane colgó y me pregunté de quién era esa llamada.

Me fui a mi habitación hecha una furia y ni siquiera me tranquilicé cuando escuché las olas del mar y mucho menos cuando vi el atardecer. ¡Estaba enojadísima! Me dormí o al menos eso traté porque a las pocas horas llegó mi fiel amigo el insomnio y no me dejó en paz durante el resto de la noche. Me dediqué a leer libros del autismo (cosa que se me había hecho una costumbre) y pronto vi los primeros rayos del sol filtrándose por las cortinas.

Me duché y tras tomarme mis medicamentos, salí. Matt tampoco había dormido: estaba sentado con la misma ropa del día anterior mientras hojeaba una revista.

Para Siempre.Onde histórias criam vida. Descubra agora