Diecisiete.

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Recosté mi cabeza sobre la almohada y me arropé. Clavé mis ojos en el techo y recordé que mi abuelo, cuando era pequeña, me atrapaba de la mano y me llevaba directo a dormir. Se sentaba con parsimonia al borde de la cama y empezaba a leerme a Shakespeare, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Julio Verne. El libro que más me gustaba era uno de obras selectas de Oscar Wilde y entre ellas estaba mi cuento favorito: “El Ruiseñor y la Rosa”. Cada vez que lo leía, lo recordaba.

Después de leerme por un rato, me arropaba y besaba mi frente. Decía un buenas noches y me deseaba dulces sueños.

—Te quiero —decía desde el umbral de la puerta.

—Yo más —murmuraba perdida entre sueños.

Y ahora verlo terriblemente lastimado, me dolía. No concebía un mundo sin su presencia, ni la de él, ni la de Holly. Ambos los amaba y estaba eternamente agradecida por haberme criado.

Efectivamente no lograba dormir. Di varias vueltas en la cama y después de un rato de indecisión, me cambié de ropa y fui al hospital. Mi abuela estaba acurrucada en un sillón medio dormida. Me senté a su lado y la abracé.

—Holly, vamos a casa. Me quedaré aquí toda la noche —dije ayudándola a pararse.

La llevé de regreso a la casa de la colina y después de asegurarme de que estuviera profundamente dormida, volví nuevamente al hospital.

Me tumbé en el sillón con una taza de café caliente y bien cargado en mis manos. Aún no tenía sueño. La televisión de la sala de espera estaba prendida y nadie de los ahí presentes parecía interesarles. Había un hombre de unos treinta y tantos con una niña de 4 años en brazos. La envidié. ¡Cómo me hubiera gustado conocer a mi papá!

De la nada, escuché mi celular sonar. Un texto. Matt. “¿Cómo está tu abuelo? ¿Qué ha pasado? Responde. Te quiero.” Suspiré y me limité a contestarlo. Minutos después llegó otro mensaje: “Verás que estará bien, te lo aseguro. Te extraño, ¡y eso apenas que ha pasado un par de días! Estoy tentado a ir ahora a Dublín.”

Me ruboricé y cuando me disponía a contestarlo, apareció el doctor que había operado a mi abuelo.

—Buenas noches —lo saludé—. ¿Mi abuelo ya...?

—Sí, ha despertado.

—¿Puedo pasar a verlo?

—No es hora de visitas...

—Por favor —supliqué.

—De acuerdo, no tarde mucho.

Para entrar a terapia intensiva me hicieron vestir como si fuera entrar a cirugía. Mi abuelo estaba postrado en una cama y vi que tenía varios raspones en su cuerpo y que respiraba entrecortadamente. Su brazo derecho estaba vendado.

—Hey... —lo saludé.

—Emma, viniste —sonrió—. ¡Lamento que haya sido por esta causa!

—No te apures —me senté en el borde de la cama temerosa por causarle dolor.

—¿Cómo te ha ido?

—Muy bien —aseguré—. ¿Y a ti?

—Digamos que aprendí a no usar la escalera sin la supervisión de tu abuela —bromeó.

Mi celular comenzó a vibrar bajo mi ropa de cirujana y lo ignoré.

—¿Quién? ¿tu novio?

—No, él está profundamente dormido en la habitación de huéspedes.

—¡No me habías dicho!

—Lo siento, pasó todo tan rápido.

El celular comenzó a sonar.

Para Siempre.Where stories live. Discover now