Capítulo 18: Disfraces II

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La noche estaba tranquila como todos los días, el brillo de la luna llena se colaba por las ventanas del cuarto iluminando toda la estancia con su bello resplandor. Mi nana Alba me arropaba y me acurrucaba en mi cama para leerme un libro de cuentos de esos que me dejaban una enseñanza. Ella siempre decía que lo mejor de esas historias era la forma tan única en la que los escritores sabían llegarles a los niños. Aunque tenía once años, disfrutaba mucho de su manera de imitar las voces de los personajes logrando transportarme a un mundo sin maldad donde la vida de los hombres no era tan ajetreada. Mis padres se pasaban todas las semanas trabajando y apenas los veía; ella me acompañaba hasta que ellos llegaran ayudándome con todos los deberes. Aún recuerdo cuan joven era, su melena larga rubia revoloteaba en su cabeza cayendo sobre sus caderas con muchas hondas; sus ojos azules idénticos a los de mi padre transmitían paz cada vez que los veía; su cuerpo diminuto pero con marcadas curvas, la hacían ver muy bien a pesar de que apenas tenía tiempo para salir a divertirse a sus veinticinco años. El trabajo de cuidarme le permitía pagarse sus estudios en derecho tal como mis padres. Siempre preocupada, amorosa y con una sonrisa en el rostro pese a la difícil situación de quedarse huérfana. Mi mamá la conoció un día cuando un grupo de jóvenes fueron de pasantía al Bufete y se dio cuenta de la tristeza que cargaba en sus hombros. Fue así como le ofrecieron el puesto, desde entonces no se alejaba de mí ni un segundo. Nunca olvidaré la historia que me contó aquel día del francés Laboulaye titulado: "El camarón encantado", un hombre que vivía solo para cumplir con los caprichos de su mujer sin medir cuan ambiciosa era ella. Un día el pobre Loppi, cansado de recibir los mismos maltratos por su parte, vagó por el bosque en busca de la comida que solicitaba Masicas y se encontró con un camarón encantado quien cumplió con todos los deseos del hombre para su señora con tal de que no lo sirviera como manjar en su mesa. Cada antojo de Masicas, el camarón se lo concedía, Loppi solo debía pronunciar las palabras: «Camaroncito duro, sácame del apuro» y como si de magia se tratara aparecía el objeto anhelado. Con el tiempo Masicas fue pidiendo más y más al saber todo lo que un camarón era capaz de hacer, hasta que la ambición la segó perdiéndose junto a todos los obsequios que pidió. Loppi no entendió el mensaje del camarón y era precisamente que no se debía ser cobarde para decir que no y mucho menos para enfrentar a su codiciosa mujer. El cuento me enseñó que la avaricia rompe el saco y que solo esforzándote lograrías tener aquello por lo que tanto has luchado como mis padres. Muchas veces me ponía triste por no estar casi con ellos, pero Alba con su cariño me hizo ver que no había una sola cosa que ellos no hicieran por mí. Esas últimas palabras fueron suficientes para que una sonrisa se instaurara en mi pequeño rostro y me permitiera cerrar los ojos pensando en ellos y en la moraleja del cuento. Cuando por fin me acomodé en la almohada conciliando mi sueño, un ruido extraño se escuchó en el piso de abajo. Esperé unos segundos creyendo escuchar los gritos de mi nana. Algo asustada por tanto jaleo, decidí llevar mis pies descalzos hacía los peldaños de la escalera. A medida que me acercaba, agudicé mis oídos reconociendo una voz. Sonreí con dulzura al saber que se trataba de mi tío Esteban. Al llegar abajo, me esperaba mirándome con afecto.

—Tío ¿por qué mi nana está gritando así? —cuestioné observando a todos lados sin rastro de Alba.

—Ven —me dijo extendiendo su mano—. Vamos a ver qué le pasa.

Sostuve sus manos con confianza avanzando hacia la sala cuando un grito desgarrador salió de mi garganta, al ver a Alba arrodillada en el suelo con un hombre a quien no le podía ver la cara porque la tenía cubierta y agarraba en su mano una pistola apuntándole en la cabeza. En ese instante comencé a gruñir, quería salvar a mi nana de ese hombre malo. Mi tío cada vez apretaba más mis brazos impidiéndome avanzar.

— ¿Por qué haces esto? ¿Dónde están mis padres? —gritaba para que alguien viniera en nuestra ayuda.

—Shhh, mantente calladita, si no me veré forzado a amarrarte y amordazarte —me ordenó mi tío mientras tapaba mi boca.

Con mis propias manos (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora