Capítulo catorce

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ALEX

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ALEX

Nada mejor que espiar una cita falsa un sábado por la noche

Debo estar como una maldita cabra para haberle dicho que sí a Joylene Rodríguez. Como el infierno que sí. Pero, el cielo me ampare, esa mujer es persuasiva.

Para ser honesto, no esperaba que volviera a intentar convencerme de trabajar con ella. Pero lo hizo. Se tragó el orgullo, dejó a un lado el hecho de que ya la había rechazado una vez y volvió a intentarlo. Estoy seguro de que la llamada que recibió antes de hacerlo tuvo mucho que ver en ello.

La verdad es que lucía tan desesperada cuando terminó esa llamada que, por un momento, sentí el estúpido impulso de ceder a sus deseos. Pero no. Diablos, no. Solo acepté lo de acompañarla esta noche para acabar con el asunto de una vez por todas. Cuando más tarde le diga que sigue sin interesarme su oferta, ella tendrá que cumplir con su palabra y no volver a tocar el tema.

Y ya está. Problema resuelto.

Es posible que su intención sea noble, pero yo no puedo ser parte de ello. Principalmente porque no me fío de que ese tipo de negocios que implican montar una relación falsa terminen bien. Y, además, porque Thad me fastidiaría el resto de mis días si yo accediera a lo que quiere Joy.

Este sábado, porque a la vida le encanta reírse de mí, ha habido un evento especial de último minuto en Caffeine, por lo que no hemos salido a las cuatro como de costumbre. ¿Trabajar horas extras el día que desperté con una resaca de muerte? Así es. Al menos el vómito de demonios que me dio a beber Della me ha ayudado a hacerle frente con mejor cara.

Cuando los clientes del evento especial terminan su reunión y se marchan, casi elevo los brazos al cielo en agradecimiento. Sin embargo, el alivio me dura poco porque, a las siete de la noche en punto, Joylene Rodríguez se materializa a mi lado con una diabólica sonrisa de oreja a oreja.

—¿Estás listo? —me pregunta.

Volteo a ver a Della, quien se muerde los labios para ocultar una sonrisa. O quizás para evitar echarse a reír a mis costillas, qué se yo. La jefaza puede ser bastante mala a veces.

—¿Alex? —insiste Joy, sin perder el entusiasmo en la voz. Da la impresión de que la envuelve un remolino de exaltación y optimismo desbordante desde que sellamos nuestro trato más temprano.

Todo lo que quiero hacer es llegar a casa de Thad, echarme en la cama y perder la razón hasta mañana, pero me obligo a asentir con la cabeza.

—En un minuto. Solo voy a limpiar esas dos mesas y...

—No es necesario, Alex —me interrumpe Della—. Puedes irte con Joy. Yo termino de limpiar.

—¡Eres la mejor, bizcochito! —Joy le envía un beso soplado—. Iré por el auto. Alex, te veo afuera en un minuto.

Sol de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora