7| Quemé la comida por un mensaje

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Nunca lamentaba vivir en un lugar del tipo que solo tiene un par de ambientes llenos de humedad, una cocina y un baño a medio construir, no le prestaba atención a esa clase de características, hasta que me topaba con que, de manera inevitable, las...

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Nunca lamentaba vivir en un lugar del tipo que solo tiene un par de ambientes llenos de humedad, una cocina y un baño a medio construir, no le prestaba atención a esa clase de características, hasta que me topaba con que, de manera inevitable, las delgadas paredes de cemento agrietado dejaban pasar el llanto desconsolado de mi hermana desde la otra habitación.

En esos momentos lo odiaba, tanto o más que a mí mismo, porque mi imprudencia era la culpable de ese dolor contenido contra la ducha abierta a modo de señuelo.

Pasado un tiempo indeterminado abrí la ventana, a pesar del frío, y me prendí un cigarrillo de los que tenía en una caja con doble fondo, llena de dibujos feos y mangas que ya no leía, incluso revistas porno que solo había utilizado para practicar anatomía en la época en la que me interesaba aprender a dibujar. Exhalé una calada, apoyado en el marco metálico, y observé al humo perderse entre las estrellas borrosas del cielo.

La cantidad de cosas en las que tenía que pensar transformaba mi mente en una maraña de frases y rostros sin identidad, conversaciones ensayadas que nunca iba a tener con nadie, y acciones que jamás iban a concretarse. Me habían suspendido en la escuela por andá saber qué mierda, y me habían dicho que al volver iba a tener que colaborar con la restauración de los inmuebles de la institución como castigo. Me preguntaba si a alguien más lo habían obligado a hacer tal cosa, o solo había sido yo el pelotudo que terminó pagando los platos rotos por tener que convivir con animales.

Agarré mi celular, y lo prendí para tontear en Instagram. Revisé el de la promoción, del cual yo tenía la contraseña. Pasé en automático sobre los datos random de cada uno de los chicos, destacadas con encuestas generales que decidían quién tenía mejores tetas, quien la chupaba mejor, o videos "graciosos" de ellos mismos respondiendo preguntas subidas de tono. Me fijé en cada estupidez sin sentido, y me detuve en un video de hace casi un año.

Los gemelos Florencio se habían agarrado a las trompadas, lo grabaron como el orto, pero alguien le había puesto música de Steven Universe de fondo, y se veía el momento exacto en el que Enzo le escupía en la cara a su hermano. Me reí sin querer, porque era absurdo y no me sentía como el dueño de mi propio cuerpo, nada de lo que sucedía en ese instante me parecía real.

No supe bien cómo, pero terminé en el perfil de Enzo, en sus fotos fuera de foco, de animales captados comiendo entre la basura, del tatuaje enrojecido en su mejilla, y de su ojo verde moho con un derrame, con música revienta tímpanos o reggaetón viejo de fondo. Todas contribuían a formar un rompecabezas que hacía tiempo me hubiera encantado descifrar, pero ahora que conocía la historia detrás de cada una, solo lo veía con un amargo sentimiento de nostalgia.

Otra vez, me estaba arrepintiendo.

Conocía al viejo repetidor de ojos rasgados que salía en una foto agarrándolo de la ropa como si le quisiera pegar, y en la siguiente le daba un beso en la nariz. Me pregunté al pedo si él era ahora su pareja, porque desde el principio había podido sentir más que la tensión sexual que había entre ambos. Un sentimiento de compañerismo extraño, casi instintivo, que me había hecho dudar más de una vez de su fidelidad, sin poder planteárselo no más que con mis malos tratos, ya que me esforzaba por aclarar, a pesar de lo mucho que le molestaba, que no éramos nada, y que podía hacer lo que quisiera.

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora