33| Observé la oscuridad

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Todos nos quedamos a dormir en la casa de Cielo obligadamente, las chicas en el cuarto tiraron un colchón en el suelo y cuidaron de Alanis el resto de la madrugada

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Todos nos quedamos a dormir en la casa de Cielo obligadamente, las chicas en el cuarto tiraron un colchón en el suelo y cuidaron de Alanis el resto de la madrugada. A mí me tocó compartir el sillón con Julián en la sala, por lo que una vez que se durmió me babeó el hombro y usó mi brazo como si fuera su almohada.

Escuché murmullos venir del cuarto de las chicas que al parecer tampoco podían dormir, pero no traté de averiguar más. No quería despertar a Julián. Sentía que le debía algo de tranquilidad por la amargura que pasó en el club.

Fernando llegó por la mañana, nos despertó entre gruñidos y su sutil forma de cerrar la puerta de un golpe que resonó en toda la casa.

Las pocas horas de sueño transformaron a todas en zombis quejosos, a mí no me afectaba al mismo nivel. Estaba lo suficientemente despierto como para notar que Cazzani cebaba mates lavados en el desayuno y Miranda se comía las uñas por la ansiedad que le provocaba el estado de Alanis, que parecía sonámbula. Milagros actuaba por inercia, trataba de guiar a las chicas con la madurez de un adulto, pero tenía los ojos hinchados por haber estado llorando.

Cielo guió el viaje hacia la casa de su famosa abuela.

En ningún momento pude quitar la vista de ella. No me había dado cuenta de lo mucho que había cambiado luego de que dejamos de hablarnos, aunque su instinto protector seguía intacto.

—¿Pensás decir algo? —preguntó mientras íbamos sentados en la parte de atrás de la camioneta.

Se sentían como meses desde que habíamos viajado juntos durante el UPD.

—No sabía que venías de una familia de brujas —dije tratando de hacer un chiste, ella puso los ojos en blanco, apretando el trapo húmedo entre sus manos, sin seguir la conversación.

Los rumores decían que la anciana vivía sola desde que su marido la dejó para irse con otra familia. Desde entonces cuidaba a sus mascotas y a su jardín de margaritas de forma religiosa.

Cielo le decía Xaly de forma cariñosa, su nombre verdadero era un misterio que solo conocían los miembros más cercanos de la familia. En sus mejores años tiraba las cartas, hacía Reiki y decía que había aprendido a leer el aura de las personas después de que una complicación con la diabetes la dejó ciega.

La anciana de cabello gris trenzado nos recibió desde su sillón predilecto al final del comedor. Sobre la mesa había masitas caseras recién sacadas del horno, como si estuviera esperando la visita.

—Quítense los zapatos en la entrada, por favor, así no ensucian adentro. —Acariciaba un gato negro en su regazo.

Parecía la casa de los cuentos de Hansel y Gretel, pero repleta de plantas que pretendían cubrir las manchas de humedad en las paredes. La luz natural que entraba por las ventanas no alcanzaba a llenar todo el salón. Había huecos sin muebles donde parecía que el ambiente se deformaba, en las esquinas, las hojas de las enredaderas no llegaban, huían de la oscuridad.

YO NUNCA |BL|Where stories live. Discover now