9| Discutí con un fantasma

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Cuando era chico no podía conciliar bien el sueño, dormir era igual a desplegar un sinfín de imágenes grabadas a fuego en la memoria que prefería bloquear

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Cuando era chico no podía conciliar bien el sueño, dormir era igual a desplegar un sinfín de imágenes grabadas a fuego en la memoria que prefería bloquear. A veces permanecía horas con los ojos pegados al techo, otras el peso del cansancio me caía encima como un yunque, no podía evitar soñar que mi piel se incendiaba junto al rostro deformado de mi madre, y menos contener los gritos que me desgarraban la garganta. La realidad se desdoblaba hasta que me perseguía un animal enorme por mi propia casa, y su sombra de ojos sangrantes me enseñaba las mismas uñas con las que la había desollado a ella.

El paso de la noche al día siempre era la tortura más grande, una que se prolongaba cuando abría los ojos y mi cerebro se esforzaba en imaginar que la misma bestia esperaba afuera de mi ventana. Si deambulaba dormido por toda la casa, mi hermana hacía lo posible por quedarse conmigo, incluso faltar al trabajo o justificar mi ausencia en el colegio.

Durante mucho tiempo cometí el error de pensar que era su obligación, y nunca podría haber esperado algo así de alguien que no fuera mi familia, hasta que conocí a Enzo.

Ni Cielo me aguantaba cuando me ponía de malhumor, pero el pendejo tarado tomaba mis insultos como una invitación a sentarse al lado mío en clase, según él porque le gustaba que hiciera silencio y no preguntas estúpidas mientras lo dejaba echarse una siesta monumental. Mi vista se desviaba a su piel demasiado pálida para su propio bien, detallaba la distribución estratégica de los lunares y las pecas en su rostro. Me quedaba varado en sus labios enrojecidos por la bebida energizante, en el perfil anguloso de su nariz llena de piercings, y en las líneas suaves de la mandíbula que se hundían con rapidez al llegar al espacio de su cuello.

A pesar de verse tan sereno durmiendo, era un personaje tan particular que me propuse dibujarlo en el que fue el error más grande de mi vida. Era el horario del recreo y después de sortear a las porteras que nos obligaban a cagarnos de frío afuera, me quedé en el salón con la necesidad insana de terminar ese boceto mal hecho en el que intenté plasmar su atractiva extrañeza.

— Ché, ¿no vas a salir? —El diablo golpeó el vidrio, se inclinaba en la ventana que daba al pasillo del colegio. Del susto medio alcé la cabeza y me quité los auriculares de golpe.

—No. —Apenas alcancé a cruzar los brazos sobre el papel, y una vocecita se burló de mí.

«Muy tarde, boludo»

—¿Qué estás haciendo?

—¿Qué mierda te importa?

El lagarto alzó una ceja, el piercing plateado que tenía con forma de punta centelleó al igual que el colmillo encimado en su media sonrisa.

—¿Nos levantamos bravas?

—Brava tu vieja.

—Mi vieja está muerta, Dani. —Enzo fingió poner una cara triste sin parpadear, para después soltar una risa que me pareció peligrosamente contagiosa.

YO NUNCA |BL|Where stories live. Discover now