CAPÍTULO 9

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Los amigos de Alan solían ser bullosos. No decía que los míos no, pero los de Alan hacían casi siempre brindis por todo y por nada con sus botellas de cerveza o jugo, además de que casi siempre se reunían a las noches en ese bar.

Cuando llegamos ellos se rieron, como vivían haciendo, y Jack habló, señalando a Alan.

—¿Apenas llevas como un mes de casado y ya le estás siendo infiel a Abril con un esquimal? —Puse los ojos en blanco, quitándome la chaqueta gruesa para quedarme en una camisa de manga larga. El día estaba particularmente frío esa noche, aunque dentro no estaba helando tanto como afuera.

—No lo molestes por cuidarme —pedí, mientras tomaba asiento. Todos soltaron un «aww» que me hizo poner de nuevo los ojos en blanco.

Alan tomó asiento a mi lado. Sin demora, puso su brazo a mi alrededor para pegarme a su cuerpo y darme el calor que pudiera brindarme.

—Sigo sin poder creer que se hayan casado ya. Que locos —dijo Paloma, tomando de su bebida.

—Nosotros nos casaremos a los veinticuatro —habló Kiona, dándole un codazo a Axel, quien solo alzó una ceja y se encogió de hombros.

—Tendrás que pedírmelo, quizá diga que sí. —Reí de ellos y de la mueca que le hizo Kiona a su compañero.

—¿Qué están haciendo hoy? —preguntó mi esposo, serio, como venía estando durante los últimos dos días.

Mi sonrisa menguó. Suspiré y miré a los presentes. Alan me había contado la historia de cómo se integró al grupo. No fue algo muy difícil, en realidad: Cuando los lobos encontraron a su familia pensando que eran invasores no gratos en su territorio, él tuvo que pelear, con las fuerzas que le quedaban, contra Kiona. Al ver que le ganaba, Rich le dio una oportunidad de explicar lo que estaba sucediendo y al comprender que Alan era incluso más fuerte que su hija los dejó quedarse. La cosa comienza cuando Kiona y él tuvieron que entrenar. Como es obvio, mi esposo no conocía a casi nadie ahí, pero intercambiaba palabras con la que luego se convertiría en su mejor amiga, hasta que un día, cuando él se ganó la confianza de ella, lo invitó a una de esas reuniones y bueno, congeniaron tan bien que siguió siendo invitado hasta que no necesitó invitación.

—No mucho, solo hablamos, pero quienes deben tener cosas por contar son ustedes.

Le di una ojeada rápida a Alan. Él también me miró a mí, incómodo.

—Uh, aquí hay algo que no nos han contado, ¿se puede saber ese algo?

Negué, incómoda.

—Ya se darán cuenta con el tiempo.

—¿Te embarazaste en la luna de miel? —preguntó Nick, con burla y miedo al mismo tiempo.

—¡No! —dijimos Alan y yo a la vez. Yo me reí luego, un tanto nerviosa—. No estoy embarazada, y si lo estuviera tampoco sería un secreto.

—Iré a pedir —dijo Alan de repente, aun serio—. ¿Qué quieres?

—Estoy bien así, gracias —respondí con suavidad. Él asintió y se levantó para ir a pedir.

Los demás, incluso yo, lo vimos partir.

—No está enojado, pero tampoco está feliz —notó Kiona. Suspiré, echándome el cabello fuera del rostro.

—Solo está ausente, si se distrae se le pasará un poco —susurré para evitar ser escuchada por Alan.

Para eso estábamos ahí. Lo había casi que obligado a salir de casa para que su mente no rumiara sobre la idea de yo ayudándole a Serene, pero era difícil cuando él solo quería pensar en eso. De hecho, podía apostar que solo se había ido por algo de beber para estar solo.

Lunas de plataWhere stories live. Discover now