CAPÍTULO 31

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El día no estaba oscuro, pero el sol sí estaba bajo, en un ambiente neutro en cuanto al clima, porque en sí no se sentía así.

Agarré con fuerza la mano de Alan, caminando a su lado mientras analizaba a todos los licántropos y humanos que estaban reunidos. Placas con nombres estaban en el suelo junto a fotos, flores y objetos. No estábamos en el cementerio, ya los cuerpos se habían enterrado o cremado, sino en el campo de entrenamiento, uno de los pocos lugares que seguían siendo seguros para los licántropos.

Escuché el suspiro de Alan y sentí su brazo sobre mis hombros. Me apretó hacia sí cuando notó a lo lejos a Kiona, su hermana, el alfa y su esposa.

Antes de salir Alan había tenido un pequeño momento de quiebre, de nuevo. Se le hacía difícil ir a un lugar, sabiendo que su mejor amigo había muerto y se les daría una verdadera despedida. Había llorado sobre mi hombro antes de meterse a la ducha. A mí también se me hacía extraño; me había acostumbrado de alguna u otra manera a la presencia de Axel y aun en esos días, en los que había estado tan ocupada, se sentía su ausencia.

Toda la situación me llevó a pensar en cómo se sentiría si Alan me llegase a faltar, si Charlotte, Alice, mi hermana o cualquier otra persona de mi familia, una ausencia permanente y que muchas personas estaban sintiendo, y sentirían, en ese lugar.

Abracé un poco más a Alan.

La familia líder estaba completa. Kiona se veía triste, pero a su vez se sentía el poder que tenía dentro de sí al tener su espalda erguida, su cabeza levantada con orgullo. Sin embargo, la mueca de labios caídos, sus ojos rojos y desenfocados, ausentes, su cabello recogido de cualquier manera en una coleta y su vestimenta negra, opaca, daban a entender mucho.

Rich la abrazaba por los hombros, aunque me tenía el presentimiento de que Kiona ni siquiera estaba sintiendo a su padre, lo único que hacía era jugar con el pañuelo entre sus dedos y mirar hacia el frente, hacia una foto de Axel y ella. Al fijarme en ella, cuando estábamos llegando, mis ojos se humedecieron. Parpadeé rápido para alejar las lágrimas y abracé, de nuevo, más fuerte a Alan, mirándolo. Él me sonrió, como si supiera lo que pasaba por mi mente.

Di un paso hacia Kiona, interponiéndome entre la foto y sus ojos. Ella parpadeó, sin esperarse que alguien se pudiera frente a ella. Me miró solo un segundo, antes de que lágrimas salieran de sus ojos al salir de su letargo.

La abracé con fuerza, sintiendo la presencia de Alan detrás de mí, vigilante con dos mujeres que pertenecían a su vida y que él amaba.

—Gracias por venir —susurró, aun apretándome.

—Lo siento por no haber ido a verte antes, Nana. —Ella negó, alejándose. Dejó salir el aire por su boca y secó sus ojos con el pañuelo. Me dolió verla así, tan apagada cuando solía ser una chispita, siempre moviéndose, siempre alegre.

—Lo entiendo, no te preocupes. —Al notar que se fijaba detrás de mí, di un paso a un lado para hacerle un espacio a mi esposo. Alan la abrazó con delicadeza, besando su cabeza en un signo de apoyo.

Intercambiaron un par de palabras antes de que Alan se alejara y se pusiera a mi lado, tomando mi mano.

La familia Lee llegó unos minutos más tarde, también vestidos de negro como la mayoría ahí. Charlotte fue directa a abrazarme, dejando a Miguel a un lado para ponerse a mi lado, siempre sosteniendo mi brazo.

Ellos también estaban todos bien. Belén se había quedado en casa, cuidando a los que llegaban heridos, como otros licántropos especializados en la medicina. Charlotte había estado, en su mayoría de tiempo, con su madre y Adara. Trevor y Adrián tenían mucho entrenamiento, Trevor era más fuerte que su padre, así que se le hizo sencillo el pelear. Alan... bueno, con él no había mucho que decir.

Lunas de plataWhere stories live. Discover now