EPÍLOGO

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Me sentía muy cansada al medio día.

Me dejé caer en la silla con un suspiro, dejando las carpetas de lado. El computador parecía burlarse de mí, aunque tuviese la pantalla apagada y se fuera a quedar así por el resto del día.

Llevar la constructora no era fácil, pero era lo que debía de hacer cuando Alan estaba por fuera. De hecho, era la primera vez en casi seis años que estaba yo sola a cargo, con ayuda, claro, de otros trabajadores, más precisamente de Adrián, aunque no fuera trabajador ya, y del subdirector.

La oficina que en su momento le había pertenecido a mi suegro había cambiado mucho desde que Alan había tomado las riendas de la empresa. Todo ahí me recordaba a mi esposo, todo tenía un valor para mí, comenzando por la fotografía siempre presente en el escritorio, una fotografía un tanto vieja, de nuestros inicios, justo al lado de una más reciente, de uno de los viajes que habíamos realizado juntos hacía unas semanas atrás, antes de que tuviera que irse.

Extrañaba a mi esposo y eso lo sintió. Sonreí cuando mi teléfono comenzó a sonar. Sabía que era él, al estar lejos no cerrábamos el vínculo porque éramos una clase de adictos al otro, por lo que preferíamos saber si algo pasaba, cómo nos sentíamos.

El vínculo había sufrido unos pequeños cambios al tenerlo de vuelta: no podíamos comunicarnos mente a mente, pero, de resto, todo seguía igual.

—Buenas tardes, señora Lee. —No pude evitar sonreír más grande al escuchar la voz de él. Mi corazón se aceleró, aunque ya llevase conociéndolo tantos años y durmiera cada noche con él.

Alan había tenido que ir a supervisar por un tiempo una obra. La constructora no se había quedado solo en el pueblo y la ciudad, sino que había migrado a otra ciudad más, un tanto lejana. No había podido acompañarlo en su viaje como solía hacer porque yo misma tenía que ocuparme de mis asuntos. No había tenido que volver a preocuparme por gastar el dinero de Alan, aunque debía de admitir que él y su capital había sido de gran ayuda para la creación de mi propia agencia creativa especializada en diseño. Colaboraba con él, lo cual era gracioso porque era tener una extensión de la constructora que, de quererlo, podría ser algo totalmente aparte, pero no lo quería. Como decía Charlotte: ese era nuestro negocio familiar, solo que Alan se ocupaba de la constructora mientras yo me ocupaba de la agencia.

—Buenas tardes, Señor Lee. Lo llamé más temprano, pero su teléfono sonaba apagado, su esposa dice que lo extraña y que quiere saber de usted.

Se rio al otro lado.

—Lo siento, mi amor. Estaba en el avión. —Fruncí el ceño.

—¿En qué avión?

—En el avión de regreso a casa... Sorpresa. —Me emocioné. No lo había visto en persona como por un mes y quería verlo con ansias.

—¿De verdad? ¿Ya estás aquí?

—Sí, pero tengo una sorpresa más para ti. ¿Te veo en el restaurante de la esquina? ¿O prefieres vernos en el apartamento?

—¿Estás más cerca del restaurante o de casa? —pregunté, preparando mi bolso para salir de inmediato.

—Del restaurante.

—Te veo ahí, entonces.

Salí casi que corriendo. Me despedí de quien veía pasar, manteniendo la relación relajada y formal que Alan tenía con sus trabajadores. Mi esposo, no por serlo, era bueno llevando el negocio heredado por su abuelo y padre; me enorgullecía mucho, hasta sentía que ser su esposa y estar a su lado era una ventaja para mí como persona. Lo había conversado hacía un tiempo con él y sabía que era recíproco el sentimiento. Teníamos al otro en un eslabón muy alto, pero lo mejor es que no sentíamos que el puesto no se lo mereciera.

Lunas de plataWhere stories live. Discover now